Capitulo I - El comienzo

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Era un día soleado en Tenochtitlan, el sol brillaba con más intensidad que nunca, los niños corrían gustosos de sus juegos y travesuras. Entre la multitud de la gente, caminaba una joven con una sonrisa tan radiante como el sol, una mirada encantadora y unos labios tan suaves como la seda. Distraída sin atracción por nadie, sin ser tomada enserio y perseguida por su belleza pero no por su noble corazón.

Su labor en el pueblo era tan simple como la recolección de frutos silvestres, siempre solía salir en las tardes con una pequeña navaja para su protección personal junto con una canasta para los frutos con la finalidad de entregárselos al emperador al terminar su labor. Solía intercambiar su canasta de frutos por más comida, ropa o herramientas.

Tras una tarde, justo al salir de su choza, se había dirigido a la selva tras la recolección frutos como un día normal hasta ser alertada por un llanto proveniente desde le lejanía de la selva, anonada por aquel suceso había dejado con cuidado su canasta en la tierra áspera, giro su cabeza de forma temerosa y observo sus alrededores. No había nadie, desenfundo su navaja y avanzo con cautela delante suyo mientras miraba su alrededor atenta hasta llegar a un agujero cubierto por matorrales, los corto y los hizo a un lado mientras observaba lo que resguardaba aquel pozo. La mujer con algo de intriga tomo al bebe en brazos, lo recostó en su pecho.

— ¿Que hace un bebe abandonado en medio de la selva? ¿Quién sería tan cruel para hacer esto? ¿Quiénes son sus padres? ¿Por qué lo hicieron? —Cuestiono la mujer con intriga.

Lo llevo al emperador para decidir quién se haría cargo del bebe o su destino, sin embargo los guardias le habían negado la entrada. Insistente, convenció a los guardias de permitirle su presencia ante Moctezuma y estos la guiaron a él. Subieron a la cúspide de la pirámide, donde se hallaba disfrutando de un exquisito festín e irrumpieron con su silencio.

—Señor, una joven del pueblo le busca —Informo el guardia con molestia.

— ¿Eh? ¿Y de qué me quiere hablar, si se puede saber? —Pregunto mientras les miraba con fastidio. El emperador se hallaba estupefacto de la llegada de aquella joven, quien interrumpió su festín sin previo aviso

—Señor, no puedo creer ni me quiero imaginar la clase de padres que abandonarían a un bebe en la selva, algo tenemos que hacer por él, no puede quedarse huérfano por siempre —Exclamo la mujer con molestia mientras alzaba él bebe en dirección al emperador.

—Y ¿qué quiere que haga? —Cuestiono con indiferencia. Le parecía un simple bebe que no tenía nada que mostrar de importancia, desconocía de la gravedad del problema.

—Señor, podemos ofrecerlo a los dioses, estarán satisfechos con esta decisión —Sugirió el sacerdote.

— ¡No podemos hacerle esto a esta criatura, no hay motivo de por qué hacerlo! —Exclamo Moctezuma muy molesto alzando sus manos a los aires.

Tras el acto, se puso a reflexionar mientras daba vueltas de un lado a otro sin parar. Aquellos pensamientos de la llegada de aquel recién nacido no le traían buenas noticias, tratándose de un bebe sin padres.

—No, no, no, esto no puede ser posible, es imposible, seguro son ideas mías, es que esto no es posible —Se repetía a si mismo Moctezuma con preocupación.

—Señor ¿le pasa algo? —Cuestiono el sacerdote.

— ¿Y si este bebe es el de la profecía? ¿Me refiero a que si es el guerrero de los aires que salvaría a la humanidad, el que cerraría el siglo de la oscuridad para abrir el siglo del conocimiento y el saber? —Murmuro el emperador con angustia.

—Señor, pero de que está hablando, este bebe no puede ser el de la profecía —Negó con indignación.

—Sí, lo sé, pero ¿qué tal si lo es? sacrificándolo para los dioses podríamos impedir la profecía y sería una gran catástrofe —Advirtió Moctezuma con la piel helada de terror.

Luciel y el regreso de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora