Estúpidos osos [NO CORREGIDO]

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Hacía tres horas que estábamos en ese aeropuerto.  Luego de haber ido a la casa de Nahuel nos habíamos dirigido al aeropuerto para tomar el primer avión a Misiones que hubiera. Nos dieron el vuelo de las dos de la tarde. Como eran las doce decidimos comer en uno de los bares de ahí y esperar. Eran las tres y ni noticias del vuelo. Como se imaginarán, tres semidioses hiperactivos atrapados en un aeropuerto no es la mejor idea del mundo. June casi parte el techo de un rayo del aburrimiento. A las cuatro nos dijeron que había un retraso por mal tiempo, iba a llegar a las ocho. Casi le tiro una flecha a la maldita pantalla con los horarios, pero Michael me detuvo.

Ya eran las siete y no sabía que más hacer para no aburrirme. Estaba rodeada de mortales, por lo que no era buena idea hacer figuras con las pequeñas plantas en maceta del lugar, y ni pensar en hacer entrar una bandada de pájaros para que le hicieran un nuevo peinado a la mujer del lado. Yo había sugerido esa idea hacía unas horas, pero June y Michael dijeron que no era lo más inteligente. Bah, aburridos.  Hasta el momento, Tarf se había portado bien, quedándose tranquilo en su compartimiento de mascota.

—Veo veo.—Michael estaba sentado a mi lado, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento. Había intentado sentarse con las piernas cruzadas, pero era demasiado alto y no le entraban, ahora estaba con las largas piernas estiradas.

—¿Qué ves?—respondió June, desganada .Estaba sentada en la silla de mi otro costado. Le pasaba lo mismo que a Michael, sus piernas no habían entrado en la silla, así que las estiraba.

—Una cosa.—dijo él.

—¿Qué cosa?—seguí con el juego, era lo único que podía hacer más que mirar el techo. Yo no tenía el mismo problema que mis amigos, era lo bastante pequeña (por no decir minúscula), para poder sentarme con las piernas cruzadas.

—Maravillosa.—June estaba por responder, pero Michael no la dejó y siguió hablando.— Es de color blanco, no hace falta que pregunten.

¿Era en serio?

—¿Es en serio? Hay mil cosas blancas.— Michael solo sonrió y se encogió de hombros.

  —Ya lo sé— June miró al chico. 

— Te escucho— él se enderezó y le devolvió la mirada. Yo no pensaba que June la adivinara, podía ser desde el piso hasta la remera de la chica que atendía el kiosco.

—Tu cerebro.—Ni Michael ni yo entendimos—Tu cerebro está completamente en blanco, todo el tiempo.

Solté una carcajada.

—¡Uhhhhhhh! ¡Turn down for what!— Lo tenía que decir y lo dije. June tenía una sonrisita de suficiencia en el rostro y Michael se había quedado mudo.— Creo que perdiste.— Le dije. Él reaccionó y miró a June.

—Bien jugado.

— Muchas gracias—Ella inclinó la cabeza y sacó un libro, que comenzó a leer.

Yo me acomodé en mi asiento. Solo faltaba una hora, podía aguantar. Michael se levantó y se alejó hacia los baños. Mis ojos se empezaron a cerrar, tanto tiempo sin hacer nada me daba sueño. Bostecé. El asiento de repente era muy cómodo. Cerré los ojos.

  —¡Kira!— Alguien había gritado detrás mío y yo salté del asiento, gritando también. Saqué mi daga y me dispuse a clavársela a lo que sea que hubiera ahí.

— Kira...— Michael me miraba, confundido. Yo bajé la daga, avergonzada. No era nada. Las personas me miraban de forma muy extraña. Guardé el arma (no sabía que veían a través de la niebla) y me estaba por sentar cuando me di cuenta de algo. Había demasiado silencio. Las personas no me miraban a mí, tampoco June y Michael, miraban detrás de mí. Me di la vuelta. 

La hija de la naturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora