6 Excursión al supermercado II

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Phoenixcarraspeó, para aclararse la garganta antes de hablar. Después miró al chico que la acompañaba, sosteniendo un bote de mostaza entre las manos mientras leía la etiqueta. Su ridículo traje de chaqueta llamaba tanto la atención dentro del supermercado de una modesta urbanización que todos los clientes se giraban para echarle una detallada ojeada.

— Niall, siento tener que decirte esto, pero deberás darte un poco de prisa con la compra —dijo, cruzándose de brazos a la defensiva—. Sé que te encantaría, pero no podemos acampar y pasar la noche aquí; cierran a las ocho.

— Perfecto. —Sonrió satisfecho—. Entonces aún nos quedan unas horas.

Ella se detuvo y soltó el carrito de la compra en mitad del largo pasillo de salsas.

— ¿Te has vuelto loco? —gritó—. Bueno, ¡qué pregunta más estúpida por mi parte!

— Sí, la verdad es que sí —afirmó él, distraído—. ¡Pero cuántos conservantes tiene esto!

— ¡Es que siempre has estado loco!

Niall se volvió y la miró con curiosidad.

— Nos conocemos desde hace veinticuatro horas, basurera, así que no entiendo qué quieres decir cuando dices «siempre».

— Esa es la peor parte: recordar que aún nos quedan veintinueve días por delante. Tendré que comprarme pastillas antiestrés o tapones para los oídos.

Niall se encogió de hombros. En realidad le daba igual. Por él como si terminaba metiéndose esas pastillas por vena. Bajo su punto de vista, aquella chica desarreglada cumplía todos los requisitos para terminar muriendo por sobredosis. No le extrañaría en absoluto encontrársela dentro de unos años en cualquier esquina, pidiendo limosna. Limosna que él no le daría, por supuesto.

— Mira, enfermo, tenemos que irnos —se quejó—. No pienso pasar mi primer día de vacaciones en un supermercado. Existen cosas más interesantes en la vida.

— ¿Cómo qué? —Niall alzó una ceja, intrigado.

— Oh, ¿es que jamás haces nada divertido?

— Bueno, da igual, si así fuese tampoco sería asunto tuyo —farfulló con un delirante desinterés—. Y ahora, si no te importa, deja que termine de leer los componentes de la salsa roquefort.

Phoenixmurmuró algo por lo bajo, irritada. Se despidió de Niall indicándole que le esperaría en las cajas y le dejó a solas en mitad del pasillo. Aguardó mientras observaba cómo una muchacha rubia cobraba la compra de los clientes sin demasiada amabilidad. Desesperada, terminó rezando y pidiendo que Niall llegara pronto. Si no lo hacía, pensaba marcharse sin miramientos; poco le importaba lo mucho que su madre la reñiría. En todo caso, lo único que la asustaba levemente era que la señora Tomlinson la castigara sin salir con sus amigos, teniendo en cuenta que acababan de empezar las vacaciones.

Media hora después, el irlandés apareció por el pasillo de la derecha, con el carro repleto de comida como si se acabase de declarar la tercera guerra mundial y tuviesen que recolectar suministros para medio continente americano.

Phoenixle miró intrigada.

— ¿Se puede saber cómo vamos a pagar todo eso? —preguntó, señalando las extrañas hamburguesas sin carne, algo que le pareció totalmente contradictorio.

— ¿Es que tu madre no te ha dado dinero? —Niall se encogió de hombros.

— Sí, pero lo que me ha dado no llega para pagar todas estas pijerías —se quejó, consternada—. Vuelve a dejarlas en su sitio —añadió, al tiempo que reparaba en un desagradable trozo de queso sin sal que yacía al lado de un paquete de algas marinas ricas en vitaminas. Niall la miró hosco, sin ninguna intención de devolver nada a su lugar.

Besos debajo del muérdago. N.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora