22 Niall se supera a sí mismo

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A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Niall respiró hondo y se colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.
— ¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? —preguntó, anclado en la acera frente a la casa de Phoenix.
Ella terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle consternada.
— Niall, cielo, no vamos a ir en taxi —le explicó—. Estamos esperando a... la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús.
Niall le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la espalda contra la valla de los vecinos.
— ¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! —chilló, mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Y no vuelvas a llamarme «cielo».
— Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!
— Pues piensa, Phoenix, piensa —concluyó él, tocándole la cabeza con la punta de uno de sus largos dedos.
Ella tragó saliva despacio, nerviosa, y se preguntó por qué demonios le había dicho a Niall aquella palabra. «Cielo»... Niall podía llegar a ser muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo» connotaba un significado angelical o, adjetivos como bondad, ternura o humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad de Niall.
Pasados unos confusos instantes, Phoenix empezó a sentirse idiota, ¿qué narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Niall? Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en más tonterías del estilo.
— ¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?
El tono irónico de Niall la devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de brazos a la defensiva mientras el irlandés la miraba atentamente, esperando que ella tomase las riendas de la situación.
— ¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús?
— Sí. —Sonrió falsamente—. ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner un pie en otra de esas limusinas cutres?
— Niall, en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza que tienes y divertirte un rato?
— Ya sé que es maravillosa —contestó—. Y sí, pienso divertirme, pero antes dame el número de un taxi, yo mismo llamaré si hace falta.
— Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios dedos! Felicidades —comentó Phoenix, malhumorada y buscando su propio móvil para darle el número del taxi.
Como era de esperar, Niall llamó y exigió que les recogiesen allí mismo. Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les acompañaba era un tanto incómodo para los dos.
Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, Phoenix le indicó al simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. Ella ladeó la cabeza y observó de reojo el rostro de Niall. Era adorable, especialmente cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos... Phoenix dio un respingo en su asiento ante la gélida mirada que Niall le dirigió de pronto, descubriendo que ella le observaba.
— ¿Qué miras?
Phoenix se preguntó si en una relación normal entre dos personas el novio haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el chico se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Niall parecía más bien enfadado.
— No te estaba mirando —mintió Phoenix finalmente.
— ¿Me tomas por tonto o qué?
— Bueno, ¿tanto importa si te miraba o no?
El conductor del taxi les sonrió al tiempo que observaba la discusión a través del espejo.
— Chico, deja que te mire —le sugirió a Niall.
— ¿Por qué no se dedica usted a mirar la carretera, ya que para eso le pagamos? —le reprochó el rubio.
— ¡Niall! —Phoenix le regaló el tercer manotazo del día.
El irlandés suspiró hondo antes de girarse y apoyar la frente sobre la ventanilla del taxi. Se sentía terriblemente nervioso, como nunca lo había estado. Le temblaban las piernas, y se preguntó si realmente conseguiría caminar cuando el taxi les dejase en la feria. Salir con Phoenix , a solas, después de haberla besado y dormir con ella, era todo un reto. No estaba seguro de estar a la altura. Por primera vez, tenía miedo de no ser el mejor en algo.
Así que, cuando llegaron al recinto ferial, dejó que Phoenix bajase en primer lugar y él se quedó algo rezagado mientras pagaba al taxista. Luego salió, y el coche se alejó y se perdió en la oscuridad de la noche. Ambos se miraron en silencio anclados frente a la puerta principal.
— ¿Entramos? —sugirió Phoenix, alzando una ceja.
— Sí. —Niall tragó saliva despacio—. O no, más bien no.
Ella cerró los ojos con fuerza. Después, tras tomarse unos segundos para ordenar sus ideas, volvió a mirarle.
— ¿Qué te ocurre ahora?
Niall balbució algo incomprensible por lo bajo y se acercó hasta ella, torpemente. Phoenix sonrió por su nueva faceta patosa y rodeó con los brazos su espalda.
Le estaba abrazando. A Niall le costó un buen rato asimilarlo. Cuando finalmente lo hizo, descubrió que se estaba muy bien ahí, con el rostro camuflado entre su alborotada mata de pelo y el cuerpo pegado al suyo, infundiéndole calor. Se acercó poco a poco hasta su oído, rozando su piel.
— No sé si estoy preparado...
— Niall, por favor, solo es una feria, ¿nunca has ido a una simple feria?
— No.
Phoenix respiró hondo.
— Pero he visto ferias en las películas —añadió él rápidamente, como si aquello explicase lo normal que era su vida.
La chica acunó el rostro de Niall entre sus manos y le miró fijamente. Los ojos de él, celestes y brillantes, siempre le habían parecido extrañamente fríos, pero en aquel momento advirtió en ellos atisbos de temor.
— No te pasará nada —le aseguró—. De verdad, no es un lugar peligroso.
— Pero hay gente —recalcó él con la vista fija en el interior del recinto—. Mucha gente...
— La finalidad de la feria es que la gente la visite. Por eso están aquí.
Niall ahogó un quejido. De haber sabido los planes de Phoenix con un poco más de antelación, seguramente habría hecho algún chanchullo para alquilar el recinto ferial durante un día entero. Y así habrían podido estar solos allí.
— Además, si en algún momento crees que estás a punto de sufrir un infarto, puedes decírmelo, en serio —le animó Phoenix.
— Ah, vale. Eso lo cambia todo —dijo intentando sonreír.
  Phoenix   le cogió de la mano y, sin más preámbulos, le arrastró hacia la puerta y se internaron en el lugar. Todo estaba repleto de luces de colores que parpadeaban aquí y allá, confundiendo a Niall, que nunca había visto algo parecido. Mirase donde mirase encontraba grupos de gente, colas infinitas, puestos de comida... ¡en plena calle!, y desde luego su apariencia no era nada higiénica. Los chiquillos chillaban a su antojo y corrían a lo loco, así que él tenía que intentar esquivarlos como si aquello fuese una dura prueba que superar.
— Te dije que no era para tanto —le comentó Phoenix.
Niall prefirió no añadir nada al respecto, pues no estaba seguro de poder decir algo positivo. Alzó la vista y descubrió la enorme noria que parecía elevarse hasta el cielo al son de una rítmica melodía navideña.
— ¿Te apetece subir? —le propuso Phoenix, señalando la noria.
— ¿Qué?, ¿te has vuelto loca? —La miró con los ojos desorbitados—. Phoenix, ahí arriba la gente muere.
— Niall, nadie muere en la noria. Es totalmente segura.
— Creo que estás un poco desinformada —le aseguró—. Yo he ojeado numerosas estadísticas al respecto y te aseguro que en ese cartel donde pone «Ven a la noria y disfruta», debería poner más bien «Ven a la noria a suicidarte».
Phoenix se quedó un poco atontada tras la respuesta de Niall y le costó procesarla. Teniendo en cuenta que la noria era una de las atracciones más calmadas, se preguntó en cuál podrían subir. Seguramente en ninguna. Dedujo que pasarían el rato criticando las atracciones y, como punto extra, más tarde elaborarían en casa algún informe que tratase sobre la inseguridad de los recintos feriales. Ese sería el plan perfecto para su acompañante.
— Pero, bueno, pensándolo bien... —Niall se pasó una mano por la frente y se apartó los mechones de cabello rubio hacia atrás—, de algo tenemos que morir, ¿no? Así que, en fin, supongo que puedo montar en la noria de suicidio.
Phoenix sonrió ampliamente y echó a andar directa hacia la rueda que giraba en medio de la noche. Niall la siguió satisfecho. En realidad había oído muchas veces aquella frase salir de los labios de Louis; especialmente cuando se liaba las «hierbas medicinales» acostumbraba añadir: «De algo hay que morir, ¿no?». Niall decidió que plagiaría alguna más de sus creaciones.
Dejó que ella comprara dos tickets para la atracción, y mientras esperaban a que el turno anterior terminase, ojeó con desconfianza al tipo que vendía las entradas dentro de un pequeño puesto de cristal. Finalmente, decidió acercarse.
— Hola —le saludó.
— ¿Cuántos tickets quieres? —preguntó el otro con tono monótono.
— No, ya hemos comprado.
— Ah, pues no hacemos devoluciones, lo siento.
— En realidad lo que quería era saber si usted podría enseñarme el contrato del seguro de la atracción —dijo al fin.
Phoenix, a su lado, deseó que la tierra se la tragase. 
— ¿El contrato de qué...?
— El contrato del seguro —repitió Niall.
— Digamos que no lo tenemos aquí ahora mismo —contestó el hombre rascándose el mentón—. Pero confíe en mí: la atracción está en orden.
— Me gustaría comprobar ese orden por escrito.
— Ya le he dicho que no tenemos los papeles aquí —dijo, y, por el tono de su voz, Niall dedujo que empezaba a enfadarse.
Phoenix advirtió que el turno anterior había terminado y, cogiendo a Niall de la chaqueta, lo arrastró hasta la noria. Le costó que subiese, ya que sus pies parecían haberse pegado al suelo.
— Vamos, Niall, ya hemos pagado los tickets.
Con un brusco empujón logró meterlo en la especie de carruaje donde debían acomodarse. Antes de que la noria se pusiera en movimiento, Niall estudió los tornillos y los engranajes que encontraba a su alrededor, como si fuese un inspector de seguridad; Phoenix, cansada, le permitió que hiciese lo que le viniera en gana y se dedicó a contemplar a la gente que iba y venía por el recinto.
— ¿Todo en orden, inspector? —le preguntó, cuando él volvió a sentarse.
— No estoy seguro. —Suspiró apesadumbrado—. Uno de los tornillos está un poco oxidado.
Phoenix rió con ganas.
— A mí no me hace gracia.
— ¡Pero de algo hay que morir, Niall! —exclamó ella, repitiendo sus mismas palabras y riendo todavía más.
Él frunció el ceño con desagrado y se cruzó de brazos, ante lo cual Phoenix contestó inclinándose y dándole un pequeño beso. El carruaje se balanceó por el movimiento y Niall tembló.
— Ven aquí —le pidió ella—, siéntate a mi lado, yo te protegeré —añadió, tras proferir una sonora carcajada.
— ¿Crees que soy un cobarde, verdad? —inquirió él, entrecerrando los ojos y mirándola con odio.
— No, claro que no —le aseguró—. Lo que ocurre es que es normal que tengas miedo, teniendo en cuenta que el máximo riesgo que has corrido en tu vida ha sido coger una rosa que podía pincharte.
— Ni eso. —Sonrió con aire de suficiencia—. Tenemos varios jardineros.
¡Era tan... repelente! Phoenix suspiró y se levantó para sentarse a su lado. Le rodeó con un brazo con ademán protector y lo atrajo hacia sí, pegando su cuerpo al suyo. Cuando sonó una especie de bocina que indicaba que la atracción iba a empezar, Niall estuvo a punto de levantarse y marcharse, pero Phoenix lo retuvo entre los brazos mientras reía divertida.
Su carruaje comenzó a ascender lentamente. El viento frío provocaba que su cabina se balancease un poco, dándole una sensación de inestabilidad. Niall cerró los ojos y agradeció que Phoenix le abrazara de lado. Probablemente, aquella era la mayor locura que había cometido en toda su vida.
— Abre los ojos —le pidió Phoenix , al cabo de un minuto largo.
— Ni de coña.
— Vamos, Niall, las vistas son muy bonitas desde aquí.
— Descríbemelas, que yo te escucho y me lo puedo imaginar.
Ella jugueteó un poco con su pelo rubio, enrollando algunos mechones suaves entre sus dedos.
— Mira, si abres los ojos, te prometo que ordenaré mi armario —le dijo al fin.
Y entonces él los abrió y sonrió. Clavó la vista en el suelo.
— ¿En serio?
— Claro que sí.
— Está bien. —Respiró hondo antes de alzar la cabeza y perderse en la vista de la enorme ciudad que se dibujaba a grandes trazos ante sus ojos. Era realmente asombroso y le gustó la lejanía de las luces del centro, tintineando en el horizonte.
— ¿No te parece bonito? —pregunto Phoenix , emocionada.
— Lo justo y necesario.
Realmente sí, sí le parecía bonito, pero reconocerlo ante ella podría haberse considerado un delito contra la ley, así que se contuvo. Echó la cabeza hacia atrás, mientras Phoenix enrollaba mechones de su pelo en sus pequeños dedos, y sonrió, notando la calma que se apoderaba nuevamente de él.
Todavía se preguntaba de dónde demonios había sacado el valor suficiente para besarla, en la discoteca Buterffly. Es más, seguía preguntándose cómo era posible que se encontrase allí con Phoenix , en la feria, dejando que ella le acariciara el pelo. No tenía intención de apartarla, y eso, en parte, le asustó.
Cuando la atracción finalizó y bajaron de la noria, Phoenix corrió directa hacia los coches de choque, y a Niall le faltó tiempo para seguirla a toda prisa. La joven señaló animadamente los coches.
— ¡Qué ganas tenía de montar en esta! —exclamó emocionada.
Niall frunció el ceño.
— ¿El juego consiste en chocar contra los demás?
— Exacto, ¿a que es divertido?
— Oh, claro, ¿por qué visitar museos o bibliotecas si podemos chocar los unos contra los otros?
— Niall, no empieces —le regañó ella.
— En serio, golpearse voluntariamente es una práctica poco productiva.
— Miró alrededor, asustado—. Retrocedemos en el tiempo y nos convertimos en neandertales; de verdad, ya ni me sorprendería que los americanos vistiesen con taparrabos de piel y llevasen palos de madera ardiendo en las manos...
— Como no te calles, el que acabará ardiendo a causa de los golpes que pienso darte serás tú —le amenazó—. Y ahora junta esos bonitos labios que tienes y concéntrate en mantenerlos bien cerrados. Yo iré a comprar las entradas.

Besos debajo del muérdago. N.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora