23 Todo el mundo tiene un pasado

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Niall se empeñó en montar en el mismo coche que Phoenix . No quería estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo, dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza el volante del cochecito. Niall respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos, aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.
— No sé si podremos superarlo —dijo.
— Niall, no hay nada que superar —aseguró Phoenix —. Lo único que pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.
Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.
— ¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de voz—. ¡He pagado para que me peguen!
— ¡Chist!, ya empieza.
Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche empezó a moverse. Niall se cogió del brazo de Phoenix y del otro extremo de la supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había pasado por alto.
— ¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.
— No son necesarios —concluyó Phoenix , y cuando Niall alzó la vista descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño de unos seis años.
El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Niall meditó sobre si aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo, cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.
— ¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, Phoenix , veo que vas aprendiendo...
— Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y Niall arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir que curar.
— ¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó, señalando un coche azul.
Phoenix entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los coches de choque Niall necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.
Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás. Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón entrado en la cuarentena. Niall se giró cabreado y alzó un puño amenazador al que el señor respondió con una suave carcajada. A Niall no le gustaba perder, ni siquiera en los coches de choque.
— Phoenix , vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que ganar.
— Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.
Niall arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba demasiado... formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que Phoenix le dedicaba sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas, naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Niall continuó en sus trece.
— Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.
Como toda respuesta Phoenix estampó el coche contra una esquina, adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la vuelta.
— ¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro derecho.
— No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo dudas.
Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se acabase su turno. Salieron de la atracción, Niall algo mareado, y ella con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto de ositos de peluche.
— ¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!
Niall la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando, claro.
— ¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado que estos artilugios son dañinos para la salud.
Phoenix rió.
— ¿Los peluches son malos para la salud?
— Claro. El polvo se acumula en ellos.
— Niall, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta, quiero conseguir uno de esos.
— Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.
Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente, cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el montón que reposaba al fondo.
— ¡Es un timo, Phoenix!
— Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.
Niall nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así que, casi veinte minutos después, le tendió a Phoenix el oso que había conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no comentárselo.
— Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta inseguridad.
Phoenix abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él, entrelazando sus dedos con los de Niall. Él tenía la piel fría, pero muy suave. Siguieron andando en silencio.
A Niall le molestaba un poco caminar al lado de Phoenix, cogidos de la mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.
Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de ______. Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien— interrumpió su aperitivo. Phoenix alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo de algodón.
— ¿Se puede saber qué narices haces? —Niall la miró, sorprendido.
— Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la boca.
¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.
— Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?
— Este es muy grande, podemos compartirlo.
— ¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio perro.
— Ya, ¿y...?
— No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.
Phoenix permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no era así.
— Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo tú todo! ¡Ojalá te atragantes!
Niall negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. Phoenix lo cogió con la mano, cada vez más confundida.
— ¿Lo compartes? —le preguntó.
— No. —Niall apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.
Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que correteaban descontrolados por el interior del recinto. Phoenix siguió sus pasos, tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió tontamente. Qué delicado era Niall.
— ¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.
— No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió, señalándolo.
— Todos son iguales.
— Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.
— ¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —Phoenix rió.
— Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor perfección. No sé cómo no conoces esa regla.
Phoenix arqueó las cejas.
— ¿Porque no existe, quizá...?
Niall respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de Phoenix; ¿tenía permiso permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo seguía comiendo.
— Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
— ¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
— No es egoísmo, es justicia.
— ¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
— Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Niall. Él insistió.
— He dicho que te deshagas de él.
— No.
— Lo haré yo, entonces.
Niall intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y Phoenix se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. Phoenix no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.
— ¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
— ¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.
Niall logró arrebatarle el algodón rosa, y Phoenix, sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Niall dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.
— ¡Para, para, Phoenix, te lo ruego! —Niall giró sobre sí mismo, intentando deshacerse de ella.
— ¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. Phoenix abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Niall sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.
— ¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de Phoenix le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. Niall se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él sonrió. Le dio otro beso, y otro más... y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. Phoenix rió cuando los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos instantes.
— Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole en susurros.
Phoenix se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.
— Olvídalo.
Y mientras la observaba casi sin pestañear, Niall reflexionó sobre cómo habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban. Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de cabello que enmarcaban su aniñado rostro.
— ¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces, incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.
— Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De qué planeta te caíste, Niall?
Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces intermitentes que se agitaban por todos lados.
— ¿Volvemos a casa? —preguntó Phoenix.
— Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.
Phoenix asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del recinto. Cada vez hacía más frío. Niall decidió llamar a un taxi —para variar—, dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de madera, esperando el taxi.
Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes, así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Niall, sentado rígido, con la espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a escalar por sus rodillas.
— ¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.
Ah, vale, ahora lo entendía. Phoenix acababa de sentarse sobre sus piernas, de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Niall sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola. El silencio no era incómodo, era tranquilizador.
— ¿Sabes algo de Liam? —le preguntó Niall, pasado un rato, al recordar el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el cumpleaños de Louis.
Phoenix negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello. Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió mucho aire de golpe, antes de hablar.
— Niall, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo saliendo con ella?
Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué Phoenix siempre tenía que romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para ella, ya sin ningún tipo de duda?
— ¿Por qué me preguntas eso?
— Quiero saberlo. —Phoenix se incorporó levemente hasta que sus rostros quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.
Niall resopló antes de contestar.
— No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo instituto.
— ¿Y por qué te dejó?
La pregunta maldita. A Niall le costó unos segundos volver a mirar a Phoenix y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.
— Yo... —balbució, confundido—. Phoenix, la engañé. Me acosté con otra.
El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el cristal cuando se rompe. Phoenix le miró, cuestionándose si el chico rubio de mirada celeste que se encontraba a escasos centímetros de ella era Niall, su Niall. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre correcto e inocente al que creía haber conocido.
Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito que se extendía hasta su propio corazón.
La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto conocía ella al verdadero Niall?
Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el que había crecido... pero sí sabía una cosa de Niall: era humano. Porque, al fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su pareja.
Phoenix se levantó de las piernas de Niall y comenzó a caminar calle abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Niall seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus pensamientos. Imaginaba a Niall engañando y traicionando... Ese no era el niño grande que a ella tanto le gustaba.
Niall la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.
— Phoenix...
Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.
— ¿Quién demonios eres, Niall?
Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de decepcionarla. Niall había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al menos. Phoenix, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan... ella. Así que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había hecho lo correcto.
— Tal vez soy más normal de lo que piensas.
Phoenix sintió unas ganas terribles de llorar.
— ¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más normal?
— No, no es eso.
Niall se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.
Phoenix ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que Phoenix había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez, una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Niall tenía unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos? Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden del día, ¿y era yo quien vivía en un mundo aparte?».
Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le enredaban en los labios, impidiéndole hablar.
Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde minutos atrás lo habían estado esperando. Niall permaneció quieto como una escultura griega mientras contemplaba cómo Phoenix se marchaba, caminando con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad. Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.
«Tu primera cita con Phoenix; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Niall a sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de Phoenix sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.
Niall aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo que cuando miraba a... Phoenix. Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza sentados en los taburetes de la discoteca y mientras ______ bailaba. Finalmente, tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el botón de color verde.
— ¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.
Niall tosió antes de hablar.
— Gorth, soy Niall —dijo—. ¿Estás ocupado?
— ¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo...?

Besos debajo del muérdago. N.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora