Desgraciadamente, de camino a casa, Niall vislumbró el enorme cartel de una pequeña tienda donde anunciaban la fabulosa oferta de cuarenta Tupperware por cien dólares.
— Entremos —ordenó.
— ¡Tú estás pirado! —se quejó Phoenix, cargada con gran cantidad de bolsas. Tenía los dedos entumecidos por el peso y le dolían las manos.
— Luego cogemos un taxi —objetó él, al tiempo que sus correspondientes bolsas en mitad de la calle—. Necesito esos envases para administrar mi comida.
— ¡No, no hagas eso Niall, por Dios! —gritó Phoenix, pero fue demasiado tarde. Él le había sacado varios metros de distancia y se dirigió a una velocidad descomunal hacia la tienda, como si fuese una droga para él.
Salió poco después, cargado con dos cajas de cartón y una estúpida sonrisilla surcando su rostro. Gracias a la compra de última hora, llegaron a la conclusión de que no podían continuar su camino con quince bolsas de comida y aquellas enormes cajas de cartón que parecían a punto de reventar.
— Pero ¿qué has hecho, estúpido?
Él la miró con una cara extraña: algo de pena mezclada con un deje de profunda satisfacción.
— He visto la oferta y no he podido resistirme —explicó él, orgulloso—, además, ¿dónde piensas que va a caber toda esta comida? Claro, ¡es verdad! Podríamos utilizar tu cuarto como despensa, yo creo que hasta parecería más ordenado; y como el suelo es tu ropero, el armario queda completamente libre para guardar alimentos —dijo, con gesto reflexivo imitando a uno de aquellos filósofos de la Ilustración.
— ¡No puedo creer que estés hablando en serio! —explotó ella—. Eres tú quien ha ocupado mi casa, un inquilino indeseable. Lo más normal sería que utilizases tu habitación, y vaciases tu ridículo armario lleno de cajas de bastoncillos para los oídos, cremitas para la cara y potingues y medicamentos varios —replicó Phoenix.
Niall abrió la boca para protestar, pero ella le interrumpió dirigiéndole una mirada que cortaba la respiración.
— Cogeremos el autobús —anunció Phoenixdirigiéndose hacia la parada que tenían a apenas tres metros de distancia.
— ¿El autobús? —preguntó Niall intrigado.
— Sí, ese coche grande, con ruedas, que lo maneja un conductor... — explicó Phoenix.
Niall sonrió orgulloso.
— ¡Ah! Yo tengo uno de esos, pero nosotros lo llamamos «limusina» —aclaró contento.
Phoenixle miró consternada. ¿De verdad Niall hablaba en serio? ¿Era cierto que jamás había entrado en un supermercado y ni siquiera tenía claro lo que era un autobús? Phoenixpreguntaba en qué mundo se habría criado aquel excéntrico muchacho; desde luego, en ninguno demasiado realista. Decidió aprovechar aquella oportunidad.
— ¡Oh, sí, sí! Es eso, una especie de limusina, pero más popular —le dijo, deseosa de ver su reacción cuando el autobús parase frente a ellos.
— ¿A qué te refieres con eso de «más popular»? —Niall frunció el entrecejo, inseguro.
— ¡Ya lo verás! —Sonrió ella malévola—. ¡Mira, ahí llega!
Niall observó la enorme limusina que se acercaba hacia ellos, abrumado por la emoción. Aquella era más grande que la que él utilizaba para acudir cada día a sus clases en Mullingar. Soltó un silbido de asombro, sonriente. Entonces el majestuoso carruaje frenó secamente frente a ellos, y comenzó a distinguir algunas cabecillas curiosas que se asomaban por las ventanas. Gente desconocida.
— Pero ¿qué coño...?
— ¡Vamos, sube!
Siguió a Phoenix, consternado.
— ¡Dios mío, es el Apocalipsis! —gimió en cuanto puso un pie en el autobús. Agarró a Phoenixde la manga de la chaqueta y tiró de ella insistentemente. Después reaccionó y la soltó asqueado—. Yo prefiero ir andando.
Ella sonrió ampliamente, tras dejar las bolsas de la compra en el suelo mientras comenzaba a abrir su colorido monedero de tela. Dejó caer tres dólares en la repisa del conductor.
— De ningún modo —objetó—, la culpa es tuya por decidir comprar cien Tuperwares.
— Siempre podría devolverlos...
Phoenixse volvió, dándole la espalda al conductor.
— Mala suerte, ya he pagado los billetes.
— ¿Y a mí qué me importa? Eres tú quien ha perdido dinero estúpidamente.
Las puertas del autobús se cerraron con un sonido chirriante y esponjoso. El conductor se puso en marcha dirigiéndole media sonrisa.
— Lo siento muchacho —le dijo al tiempo que se encogía de hombros—, las mujeres mandan.
— Esto no es una mujer —le corrigió Niall, señalando a Phoenix.
— Pero ¿cómo te atreves?
Phoenixle habría abofeteado gustosamente de no ser porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo las enormes bolsas de la compra.
— Solo te mantengo en contacto con la realidad.
— Te diré una cosa, Niall —puntualizó Phoenix, enfadada—. Puede que no sea la chica más guapa del mundo...
— No, no lo eres, desde luego.
— ... pero comprendo el significado de la palabra «respeto», algo que tú desconoces.
Niall parpadeó con indiferencia.
— Bien, quédate con tu respeto —farfulló—. Yo prefiero quedarme con las mujeres guapas.
— Eres un ignorante sin remedio —concluyó ella—. Me das pena.
— ¡Oh, no sé si podré soportarlo! —exclamó burlón, y se llevó una mano al pecho dramatizando exageradamente.
— Que te den.
Phoenixechó a andar hacia el interior del autobús, mientras oía al fondo las carcajadas del conductor. Estaba tremendamente cabreada. Y lo estuvo aún más cuando distinguió las coquetas miradas que le dirigían al idiota de Niall un grupo de chicas apoyadas en el cristal derecho del autobús.
— Ciegas... —susurró ella por lo bajo.
Él buscó su mirada antes de contestar.
— ¿Ciegas? —Sonrió ampliamente—. Querrás decir afortunadas por poder gozar de mi exquisito rostro.
Phoenixarrugó la nariz, molesta.
— Tú jamás te has puesto delante de un espejo, ¿verdad?
Él sacudió las manos, despreocupado.
— ¿Para qué iba a hacerlo? No lo necesito —aclaró—. Puedo ver mi reflejo en las reacciones satisfechas de todos los que me rodean.
Ella pestañeó más de lo necesario, intentando asimilar sus palabras. Se preguntó si estaría bromeando, pero Niall tenía el rostro serio aunque levemente tenso mientras miraba a su alrededor.
—O ye, aquí hay muchos gérmenes... —murmuró—. No me gusta esta limusina, la mía es mejor.
— Sujétate o te caerás cuando frene —le avisó ella, girándose hacia la ventanilla con la intención de ignorarlo.
El irlandés farfulló algo.
— Pero ¿qué dices? Estas barras de metal han sido tocadas por muchas personas. No pienso posar mis delicadas manos sobre ellas —Alzó una mano frente al rostro de Phoenix—. ¿Ves? Mi madre siempre me ha dicho que tengo dedos de pianista.
— Tu madre miente.
— ¿Por qué iba a hacer algo así?
— Para que te callaras y la dejaras en paz, seguramente —le explicó, todavía enfurruñada—. La gente te cubre de halagos sin ton ni son con la intención de perderte de vista.
— Eso no es cierto. —Sonrió tímidamente—. Yo nunca te he halagado, pero sí deseo que te pierdas de mi vista. Y de la vista del resto del mundo, a ser posible.
Phoenixbufó de forma pesada, cansada de escuchar su voz de algodón, que lograba sacarla de quicio. Entonces el autobús frenó en seco cuando un semáforo se puso en rojo. Niall, que seguía de pie sin sujetarse a nada, se deslizó bruscamente hacia delante, precipitándose sin control sobre el cuerpo de ella, que gimió dolorida cuando se golpeó contra el suelo.
— ¡Levanta, imbécil! —ordenó, al tiempo que sacudía el cuerpo del muchacho—. ¿Quieres apartarte?
— ¡Por todas las vírgenes, debo estar lleno de microbios! —se quejó él, haciéndose a un lado.
— Espero que te coman vivo.
Phoenixlogró levantarse del suelo a duras penas y se frotó la espalda.
— La próxima vez intenta resistir la tentación de tirarte sobre mí. Gracias - aclaró la joven, dolorida.
Niall consiguió ponerse en pie y, tras sacarse un pañuelo blanco de tela del bolsillo, comenzó a sacudirse las ropas, como ejecutando una especie de ritual para invocar al demonio. Ella le observó aterrorizada.
— ¿Quieres dejar de hacer eso? Todo el mundo nos está mirando.
— Nunca me ha molestado que la gente me mire, al contrario —explicó él—, resulta satisfactorio ver sus brillantes ojitos de deseo.
La chica tosió, y dio un paso atrás; intentaba fingir que el rubio del pañuelo no era su acompañante ni tenía ningún tipo de relación con ella. Desgraciadamente, le era del todo imposible e inhumano no advertirle.
— ¡Quieres cogerte a la barra de una maldita vez!
Él negó con la cabeza.
— Lo que necesito es sentarme —objetó, cual consejero de la Corte. Entonces se giró hacia una anciana enclenque y le dirigió una mirada acusadora y penetrante, como queriéndole decir que aquel era su sitio. Reservado. Phoenixle dio un suave puntapié.
— Deja de mirarla así, ¿es que no tienes vergüenza?
Niall carraspeó y se acercó al oído de Phoenix, que percibió su aroma cítrico y mentolado.
— Es que no es justo. Yo tengo una vida por delante, y esa mujer es obvio que no. Dile que se levante.
Phoenixse volvió de nuevo hacia la ventanilla, anhelando salir de allí y sintiendo cómo algunas lágrimas de pura crispación y rabia se agolpaban en sus ojos. Pestañeó inmediatamente, con lo que logró que ninguna de ellas se derramase. No podía ser real. Necesitaba cerciorarse de que no era cierto.
— Bueno, ¿piensas decírselo algún día?
— No, claro que no —contestó secamente—. ¿Por qué no te sientas en ese otro sitio? —le preguntó, señalando un asiento libre.
Niall sonrió satisfecho y caminó a trompicones hacia el asiento libre. Phoenixle siguió: quería perderle de vista, pero temía dejarle solo y que montase algún espectáculo. El irlandés extendió su pañuelo blanco sobre la silla antes de sentarse, ante la atónita mirada de todos los pasajeros. A su lado iba una mujer de mediana edad con un niño de apenas un año sentado sobre las rodillas. Niall le dirigió una mirada acusadora al chiquillo, como avisándole de que no quería problemas.
Apenas pasaron cinco minutos cuando una imprevisible ráfaga azotó su nariz. El olor era fuerte e insistente, como si se hubiese sentado al lado de un cesto lleno de huevos podridos. Phoenixno tuvo tiempo de detenerle cuando
Niall giró lentamente la cabeza hacia la distraída mujer.
— Perdone... —le dijo—, pero su hijo huele a materia orgánica sucia. Muy sucia.
— ¿Qué? —preguntó la mujer, confundida.
— Excremento —aclaró, tapándose la nariz con los dedos—, desecho, caca, mierda. El niño huele a mierda, señora.
La mujer abrió los ojos, alarmada. Phoenixbajó la mirada y la clavó en el suelo, deseando que aquel autobús fuese como los coches de los Picapiedra, abiertos, para poder escapar de él. Sentía una vergüenza ajena tan profunda que no fue capaz de interrumpir la conversación de los otros dos. Sus mofletes se habían tornado de color ciruela.
— ¡Es un niño, es normal que pasen esas cosas! —exclamó la madre, que abrazó con más fuerza a su hijo—. Tú también hiciste ese tipo de cosas cuando tenías un año.
Niall sonrió orgulloso, sin dejar de taparse la nariz en ningún momento, de forma que su voz sonaba radiofónica.
— Lo siento, pero eso jamás me ocurrió a mí. Mi asistenta tenía la orden de cambiarme cada media hora —le informó—. Es que, ¿sabe?, mi piel es increíblemente sensible.
— Este chico está pirado... —susurró la madre del niño.
— ¡Y que lo diga! —la apoyó Phoenixque había encontrado el suficiente valor para hablar, abochornada.
Afortunadamente bajaron en la siguiente parada. Niall se levantó al instante, satisfecho de salir del autobús. La mujer, con el niño todavía sobre las rodillas, le dirigió a Phoenixuna mirada caritativa.
— ¡Qué Dios se apiade de ti! —le dijo, en referencia a la infinita paciencia de la chica, después de que esta le contase que Niall era su inquilino de intercambio.
— Eso espero —replicó ella, al tiempo que se santiguaba.
Niall bufó exasperado, empujándola del autobús. Phoenixestuvo a punto de caer sobre un charco del arcén de la carretera, pero él la sujetó del codo.
— Llevas mi comida en tus manos —le dijo—. Así que deja de lanzarte felizmente en busca de microbios.
— ¡Me he tropezado!
— Eres pura imperfección.
Phoenixpataleó en el suelo, desesperada. Después le siguió calle abajo; deseando tumbarse en su sofá. Últimamente la idea de dormir se le antojaba el mejor de los planes: era el único momento de calma en su vida. Suspiró agotada, asiendo fuertemente las bolsas con las manos.
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Besos debajo del muérdago. N.H.
Fanfiction«Un muerdago es una buena excusa para un beso» Fanfic de Niall Horan