14 Cosas que pasan en los centros comerciales I

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Lucecillas de todos los colores posibles parpadeaban desde árboles, carteles y escaparates. Frondosos abetos navideños se extendían por las aceras. Los niños chillaban alegres, correteando por las calles. Los abuelos se sentaban en los bancos del paseo, agotados tras varias horas de caminata, y algunos jóvenes se picaban con las motos, derrapando por la calzada. Y allí, entre aquel armonioso paisaje navideño impregnado de felicidad, caminaban tres jóvenes tremendamente diferentes entre sí con la esperanza de encontrar los regalos para sus familias.

— ¿Falta mucho? —preguntó Louis, y se encendió el séptimo cigarro en un tiempo récord de apenas media hora.

— Ya casi estamos —contestó Phoenix .

Phoenix se sentía agobiada aun antes de empezar. A la derecha caminaba su hermano; las rastas se alzaban arriba y abajo al compás de sus pasos. A la izquierda se encontraba Niall, que miraba alrededor con los ojos bien abiertos, a la espera de descubrir, seguramente, la tienda más cara de toda la ciudad. Supo de antemano que iba a ser un día largo, demasiado largo.

— Esto es un asco —se quejó el irlandés.

Ya estaba tardando. Phoenix casi agradeció escuchar sus protestas, pues empezaba a pensar que algo raro le ocurría. Le ignoró, sintiéndose más tranquila.

— A mí tampoco me gusta ir de tiendas —añadió Louis.

Niall arrugó la nariz.

— No lo decía por eso —aclaró—, es solo que todas estas tiendas parecen de segunda mano. —Se paró frente a un escaparate y señaló una bonita camisa a cuadros que costaba cincuenta y siete dólares—. ¿Ves?, ¿de qué mierda está hecha para que sea tan barata? Seguro que destroza e irrita la piel.

— ¿Es que pretendes que la gente se gaste el sueldo del mes en una camisa?

Phoenix se cruzó de brazos. Louis se quedó atrás, acariciando a un alegre perro que pasaba a su lado.

— Que ganen más, ¿a mí qué me cuentas? —replicó, frunciendo el ceño—. Solo mis calzoncillos ya son más caros que esa prenda —añadió Niall.

Phoenix rió.

— ¿Tus calzoncillos valen sesenta dólares?

— He dicho que más, sorda. Unos cien dólares.

— ¿Es que tus partes íntimas son de oro o qué?

— Eh, no hables de esas cosas. —Niall sintió cómo comenzaba a sonrojarse levemente, avergonzado. Phoenix era demasiado descarada para su gusto.

— ¡Oh, tienes la cara roja! —Le señaló, todavía riendo.

Niall la miró asqueado.

— ¡Pues mira, sí, mis partes íntimas son tan valiosas para mí como para protegerlas con un buen material!

Louis se despidió del perro y se acercó a ellos, sonriente tras el último comentario, pero sobre todo curioso.

— ¿Con qué las proteges?

— Con calzoncillos, como todo el mundo, pero de seda. Son exclusivos y me los traen de Italia.

— Ah. —Louis le miró sin saber qué decir—. Yo no uso ropa interior.

Los tres guardaron un incómodo silencio. Se miraron fijamente unos instantes. Intentando olvidar las palabras de Louis, avanzaron despacio entre el gentío, más callados que antes y quizá más pensativos.

Niall procuraba esquivar la cantidad de obstáculos que se cruzaban a su paso. Niños en monopatín —sin casco ni rodilleras—; ancianos que apenas avanzaban tres centímetros por minuto; señoras locas por las compras, que parecían conocer aquel centro comercial mucho mejor que él... Se giró hacia Phoenix .

Besos debajo del muérdago. N.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora