— ¡Phoenix, no te vas a creer lo que pasó anoche! Estuve con tu amigo, el irlandés que...
Louis dejó de hablar en seco cuando descubrió dos bultos que se incorporaban en la cama. Abrió los ojos, sorprendido. Una risita tonta escapó de sus labios.
— ¡Oh, vaya! Veo que Niall se lo siguió pasando en grande después... — Sonrió pícaro, ladeando la cabeza—. ¡Qué marcha lleva el chaval! Es todo un semental.
Niall parpadeó confundido, mirando como loco a su alrededor. Le escocían mucho los ojos. Se topó con la encorvada silueta del Mendigo.
— ¡Louis ha resucitado! —explotó el rubio, admirado.
— ¿Eh? —Louis enarcó las cejas.
— Por cierto... —Niall parecía confundido—. ¿Qué narices hacéis en MI cuarto?
Phoenix se sentó en la cama y se apoyó en la cabecera. Bostezó. Después observó a Niall de reojo, sin demasiado interés.
— Perdona, idiota, pero este es mi cuarto — aclaró.
Él se destapó rápidamente, mirándose a sí mismo de arriba abajo. Louis reía en el otro extremo de la habitación.
— ¡Y llevo el pijama puesto del revés! ¿Qué me has hecho, Phoenix?, ¿qué me has hecho?
La joven resopló, molesta, mientras se ponía unos coloridos calcetines.
— Pero ¿qué dices, atontao? Fuiste tú quien se abalanzó anoche sobre mí, y me miraste con esa cara de chino feliz; dijiste que te daba miedo dormir solo.
La habitación quedó sumida en un incómodo silencio que Louis rompió sin miramientos.
— Bueno, vamos al grano... ¿te la tiraste o no?
— ¿Tirar?
— ¿No recuerdas si mojaste? —Se tocó una rasta distraído, y Niall torció el gesto.
— ¿Mojar?
Phoenix se levantó de la cama, se anudó el batín alrededor de la cintura y quitó algunos trastos que reposaban sobre la silla del escritorio.
— Louis, no pasó nada. —Se frotó la frente—. ¿Se puede saber que hiciste ayer? Eres un irresponsable.
Su hermano se encogió de hombros.
— Pues que montamos una buena bacanal entre el señor Porro, Niall, don Alcohol, mister Wisky y yo —Sonrió orgulloso—; el perro se lo pasó en grande.
— ¿Qué? —Phoenix alzó los brazos alarmada.
— ¡Pero no te preocupes! Mister Wisky está ahí, tirao en el pasillo. Le he tomao el pulso y sigue vivo. O eso parece.
— ¡Uuuh, mi cabeza...!
Phoenix se giró y reparó por primera vez en Niall, que se tambaleaba intentando levantarse de la cama como si fuese un niño de un año aprendiendo a caminar. Niall estaba más pálido de lo habitual, tenía el cabello revuelto y despuntado y sus ojos celestes ya no se mostraban malévolos, sino más bien tristones.
— Veo la luz... la luz... —gimoteó—. Es el fin. Me muero —añadió, a punto de sollozar.
— Solo he apartado la cortina y están entrando los rayos del sol, imbécil; no tienes más que resaca.
— ¿Qué? ¡Estoy enfermo!
— No es una enfermedad, es un efecto secundario.
— ¡Tengo un efecto secundario! —exclamó, preocupado—. ¿Dónde están mis analgésicos? ¡Phoenix, muévete!, ¡haz algo!
Louis rió nuevamente. Cogió la ropa sucia que su hermana le tendía para bajarla al cuarto de la lavadora y le guiñó un ojo al irlandés.
— ¡No pasa nada, tronco! —le animó—. Yo he pasado muchas de esas, al final te acostumbras. Eso no es na.
Niall agradeció que el Mendigo desapareciese escaleras abajo. Volvió a tumbarse en la cama. Veía borroso, como si se le hubiese metido una pestaña en los ojos. Y su cabeza retumbaba simulando una melodía de música tecno. Notaba el cuerpo dolorido; cada uno de sus músculos y células se resentían. Se llevó las manos al estómago, que estaba revuelto, mientras Phoenix reía al tiempo que ordenaba su habitación.
— ¿A qué esperas para ir a por ese analgésico? —insistió él—. Mira, los medicamentos están en la maleta roja, al fondo del armario, en el extremo derecho.
Phoenix le miró desde arriba, de brazos cruzados.
— Tendrás que pagar las consecuencias. No haberte emborrachado. Ahora levanta el culo de la cama y cuídate tú solito.
— ¿Yo solito...? ¿Te has vuelto loca o qué? —La miró apenado, como un perro abandonado en una carretera desierta—. Voy a necesitar tus servicios a lo largo de todo el día. Si no lo haces, me chivaré a tus padres.
Phoenix arrugó la nariz. Odiaba que la chantajeasen. Pero, ciertamente, si sus padres llegaban a estar al tanto de la situación... la castigarían de por vida; jamás volvería a ver la luz del sol. Cabreada, se dirigió a la habitación del irlandés arrastrando los pies, en busca de los analgésicos.
La puerta estaba entreabierta, tal como ella la había dejado el día anterior. Suspiró, ojeando la estancia. Había cambiado mucho desde que el nuevo inquilino la ocupaba. No había ni una mota de polvo, ni un ápice de suciedad... era la habitación más pulcra que Phoenix había visto en toda su vida. Y eso que su madre era una gran amante de la limpieza. En la cama de Niall, correctamente hecha, no se dibujaba ninguna arruga; la colcha casi parecía de un material sólido. Comprobó que no hubiese nadie tras ella cerró la puerta del cuarto, deseosa de cotillear un poco. Solo un poco...
Abrió el primer cajón de la mesita de noche, donde los objetos, como era de esperar, estaban rigurosamente ordenados; clasificados por color, como una escala artística. En el lado derecho reposaba un móvil negro, y junto a él, un bote celeste de gotas para los ojos; después le seguían una pequeña libreta azul oscuro, un monedero de un azul más claro... y así hasta llegar a los colores más cálidos; a la izquierda había colocado unos bastoncillos para los oídos dentro de una caja granate.
Rió sola, dada la ridiculez de Niall. Ella jamás hubiese tenido la suficiente paciencia como para organizar de aquel modo un simple cajón. Es más, en el suyo solía terminar metiendo las cosas a presión. Ojeó el segundo cajón, donde solo había una fotografía. La imagen lo mostraba sonriente rodeado por lo que parecía un sequito de guardaespaldas (gafas de sol incluidas), criadas que le pellizcaban los mofletes cariñosamente, lo que indicaba que era el niño mimado de la casa, y un hombre alto y estirado, de temple serio y bigote rizado, que tenía pinta de mayordomo. Phoenix dejó la foto en su lugar, confundida, preguntándose si no hubiese sido más normal que Niall guardase una instantánea de él con sus padres y no con el servicio de la casa.
Como era de esperar, la ropa del joven irlandés se encontraba impecablemente doblada y colgada en las perchas del armario. Phoenix supuso que él se asustaría si llegase a abrir el suyo. Suspiró, sintiéndose un tanto culpable por entrometerse en asuntos ajenos. Sacó de allí el maletín rojo, lo abrió encima de la cama y buscó los analgésicos. Aquello no era un simple maletín. Era, más bien, el equipo que un neurocirujano reconocido utilizaría para una complicadísima operación. No encontró los malditos analgésicos, así que terminó llevándose el maletín a su habitación. Cuando entró, Niall gimoteó afectado, para llamar su atención.
— ¡Cuánto has tardado! ¿Tan pocas neuronas tienes como para no poder encontrar un maletín que, por si fuera poco, es de color rojo intenso? —espetó hostilmente, para no perder la costumbre.
— No te pases, inválido borracho —Le señaló con aire amenazador—, podría abandonarte a tu suerte. Y, créeme, siendo como eres, no sobrevivirías tú solo ante una resaca.
En eso tenía razón, de modo que Niall procuró mantener la boca cerrada. Le ordenó algunas cosas más. Se tomó tres pastillas para el dolor de cabeza y vitaminas extras. Después, tambaleándose, bajó las escaleras hasta el
salón con la ayuda de Phoenix .
— Pondré alguna película —dijo Phoenix, tras acomodarlo en el sofá y ponerle sobre la frente un paño mojado—. El rey león, por ejemplo, hace tiempo que no la veo.
— ¿Es de dibujos animados? —preguntó Niall, al tiempo que miraba la carátula.
— Sí. —Le observó con curiosidad—. ¿Es que no la has visto?
— Yo no veo memeces.
— Ya, claro, perdone, Majestad, lo había olvidado.
Phoenix se dejó caer sobre el sofá, a su lado, y apretó el botón de «Play» mientras refunfuñaba. ¡Era tan sumamente raro! No conocía a nadie que no hubiese visto El rey león. Poco a poco comenzaron a aparecer las primeras imágenes de la película.
— Presiento que va a ser un tostón —dijo Niall. ¡Como si a alguien le importase su opinión! Phoenix puso los ojos en blanco.
Justo durante el nacimiento de Simba, Niall comentó que, si tuviese que elegir a un personaje de la película, él sería, obviamente, Mufasa, el líder del clan. Phoenix rió por lo bajo, a sabiendas de lo que venía a continuación.
Para no gustarle la película, Niall lo disimulaba realmente bien. Sus ojillos celestes estaban fijos en la pantalla del televisor como si lo hubiera abducido. Tenía los mofletes colorados a causa de la emoción contenida. Mufasa, el personaje que le representaba, acababa de morir por culpa de Scar.
— Pero ¿por qué? —Miró a Phoenix apenado, casi sin pestañear. Y ella temió que llorase—. ¡Pobre Simba! Ahora está tan solo...
Después llegaron las secuencias donde aparecían Timón y Pumba. A Niall no le hizo ni pizca de gracia que estos se alimentaran de bichos. Su expresión se tornó agria y sus labios se fruncieron esbozando una mueca de profundo asco. Sin embargo, cuando Simba encontró a Nala y se hizo mayor, Niall se giró hacia Phoenix sonriente.
— ¡Ahora yo soy Simba, que seguro que acaba siendo el líder del clan! —Alzó una mano—: Y ni sueñes con la idea de ser Nala, porque ni de coña. Esa leona, aun siendo de dibujos, es más mona que tú.
— No estás bien de la cabeza. Es una película, no hace falta que te identifiques con ningún personaje en concreto. Simplemente, mírala y cierra la boca —le reprochó Phoenix.
Wisky apareció en el salón meneando la colita. Phoenix lo cogió entre los brazos para subirlo al sofá.
— Quita a ese chucho de mi vista —exigió Niall.
— Tiene los mismos derechos que tú.
Phoenix lo posó sobre el sofá, y el irlandés clavó sus ojos amenazadores en el animal.
— ... Además, me han contado que anoche estuviste de fiesta con él —añadió Phoenix .
— Anoche pasaron muchas cosas que no recuerdo —aclaró Niall, contrariado.
Volvió a fijar su mirada en el televisor. Se estaba desatando la guerra final entre ambos clanes de leones, cuando una imagen pasó velozmente por la mente de Niall, dejándolo anonadado. Sentado sobre el sofá, rígido, con los hombros tensos, giró su rostro hacia Phoenix a cámara lenta y la señaló con el dedo. Su dedo temblaba mientras él lo sostenía en alto.
— ¡Tú! —Se le quebró la voz y tuvo que tragar saliva—. ¡Tú... me besaste anoche! —gritó, fuera de sí.
Phoenix sintió que se ruborizaba lentamente, al tiempo que comenzaban a sudarle las palmas de las manos. Niall lo vio todo claro. Jamás se había sentido tan furioso.
— ¡Te aprovechaste de mí porque estaba borracho! ¿Cómo pudiste, Phoenix ...? ¡Qué bajo has caído! —la acusó.
Ella se volvió furiosa hacia él, dispuesta a afrontar la situación.
— ¡Cierra la boca, idiota! Fuiste tú quien me besó. Y no sabes lo horrible que fue. Besas mal, muy mal —mintió descaradamente—. Y por si eso fuese poco, después te empeñaste en dormir conmigo.
— ¿Te has vuelto completamente loca? Veo que has tocado fondo. Eso es imposible. Yo nunca haría algo así.
— Ya, claro, también decías que eras la persona más sana del mundo y mira cómo acabaste anoche.
— Fue culpa de tu hermano.
— Louis no te metió ningún embudo en la boca para obligarte a beber. Empinaste el codo tú solito.
Niall se removió incómodo en el sofá, alternando su mirada entre el perro y Phoenix , que estaba cruzada de brazos. Realmente no estaba muy seguro de qué era cierto y qué era mentira. No recordaba bien lo sucedido la noche anterior. Pero, si era cierto que había besado a Phoenix , debería odiarse por toda la eternidad. Era, con diferencia, lo peor que había hecho en toda su vida. Sería la mancha negra sobre su pulcro expediente.
— Te odio —dijo, como conclusión—. Y encima, por tu culpa, no he podido terminar de ver cómo me coronaban.
— Tú no eres Simba, métetelo en la cabeza, imbécil.
— Estás celosa porque te gustaría ser Nala y sabes que no llegas a ese nivel. No la pagues conmigo. Y ahora, si no te importa, tráeme un vaso de agua, tengo la garganta seca.
— ¿Por qué no pruebas a levantarte tú del sofá y así haces un poco de ejercicio? Engordarás como sigas sin moverte.
Niall bufó, hastiado.
— Mi anatomía es perfecta por pura naturaleza; no tengo nada que corregir. Tú, en cambio, sí deberías comenzar a replantearte algunos retoques, ¡que buena falta te hacen!
Phoenix se estaba poniendo furiosa. Detestaba aquel tono de superioridad con el que hablaba el irlandés. Era repugnantemente aristocrático.
— Ayer, cuando me besaste, no parecías pensar lo mismo.
Niall cerró los ojos con fuerza. No le gustaba que le atacase de aquel modo tan... sucio. Él estaba en desventaja, porque seguía sin recordar qué había ocurrido exactamente en aquel maldito cuarto de baño. Suspiró, abatido. Era duro soportar aquella tortura.
Entonces, por increíble que pudiese parecer, despegó sus posaderas del sofá y se levantó. Lo hizo despacio, pero lo hizo. Les dirigió a ambos, tanto a Phoenix como a Whisky, una mirada de profundo odio contenido, antes de dirigirse con largos traspiés hacia la cocina. Una vez allí, se sentó a la mesa y se llevó las manos a la cabeza. Pero ¿qué había hecho? ¿Por qué narices no se había quedado en la cama, calentito, sin meterse en problemas? Ahora Phoenix podría burlarse de él eternamente, utilizando lo ocurrido la noche anterior. Era horrible.
En su perfecta vida en Mullingar no ocurrían esas cosas. Allí lo tenía todo bajo control. Jamás le sorprendía ningún acontecimiento, nunca nada se salía de los límites establecidos. Ahora su día a día era como una rueda que no dejaba de girar, y él no podía seguir aquel ritmo desenfrenado. Le superaba. Se sentía perdido y hundido. Cerró los ojos y respiró hondo, procurando mantener el control. El rostro sonriente de Phoenix acudió a su mente como un huracán.
En realidad no era tan fea; no, más bien pasaba por ser una chica normalita tirando a guapa. Bastante guapa. Tenía una nariz graciosa y los ojos grandes, alargados y expresivos. Su piel era cuidada (de forma natural, al parecer) y tenía todo el aspecto de ser suave. Eso a él le gustaba. Las pieles suaves eran su debilidad. De su anatomía no podía decir mucho. Solo sabía una cosa: que era delgada. Pero, como vestía con anchas sudaderas que le tapaban el culo e incluso la parte alta de los muslos, no había llegado a advertir si tenía un cuerpo bien formado o no. De todos modos, ¿por qué estaba pensando en eso? ¡Ah, sí! Porque quería sentirse menos culpable por haberse besado con ella. Tampoco daba tanto asco (solo un poco, quizá). La verdadera razón por la que la detestaba era por su despreocupación a la hora de vivir —como si los relojes no existiesen— y aquel modo desvergonzado e imperturbable que tenía de hablar.
Se levantó, se dirigió a la pila y escurrió el paño con el que Phoenix le había cubierto la frente. Mientras cerraba el grifo del agua fría, oyó un ladrido detrás de él y se giró bruscamente. El perro y Niall se miraron fijamente durante unos segundos.
— Vete —le ordenó, sin un atisbo de duda en el tono de su voz.
— ¡Guau, guau!
Whisky meneó la colita despreocupado y pareció sonreírle. Se acercó a él a paso lento, alzó la pata y un líquido amarillento comenzó a empapar el pijama de raso de Niall.
— Pero ¿qué...? ¡Ah, quita, chucho, quita! ¡Hijo de putifer!
Niall dio un paso a atrás. Sollozó. Aquello era demasiado. El perro acabó de hacer sus necesidades y se fue corriendo escaleras arriba.
— ¡Phoenix, Phoenix !
Phoenix entró asustada en la cocina. Se esperaba lo peor.
— ¿Qué te pasa ahora, borracho?
— ¡ME HA MEADO! Tu asqueroso perro se ha meado en mi pierna.
Phoenix no pudo evitar reír por lo bajo. Alzó una mano, despreocupada.
— Tranquilo, solo está marcando territorio. —Soltó una brusca carcajada y pestañeó en exceso—-Ahora eres suyo, Niall, eres suyo.
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Besos debajo del muérdago. N.H.
Hayran Kurgu«Un muerdago es una buena excusa para un beso» Fanfic de Niall Horan