24 Las piedras del camino

958 42 5
                                    

Tras la llamada, casi media hora después, un coche negro apareció frente a su banco y subió en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Se colocó bien el cinturón de seguridad y, una vez hubo revisado dos veces el enganche, se dignó mirar al conductor.

— ¿Qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Gorth, mientras conducía calle abajo y terminaba dirigiéndose hacia la avenida principal.

Niall resopló molesto. Ahora no sabía si había sido una buena idea llamarle. Pero la noche del cumpleaños de Louis advirtió que Phoenix le tenía bastante cariño al Chico Arma, ya que no dejaba de defenderle. Y teniendo en cuenta que era, al parecer, la única persona mínimamente inteligente de todas cuantas había conocido durante aquellos días... acudir a él había sido su única opción.

Pese a sentirse ligeramente culpable, le había molestado la reacción de Phoenix. ¿Por qué había salido corriendo? ¡A ella no la había engañado, así que no le parecía justo que se comportase así! Después del descarado abandono, no se sentía con fuerzas para regresar y presentarse en la casa de los Tomlinson. Todavía le quedaba algo de orgullo.

— Hemos hablado de mi pasado —le confesó, hablando en voz baja—. Solo le he contado que engañé con otra a mi primera novia. Y se ha enfadado.

— ¿Ha gritado mucho? —Gorth le miró de reojo, sin dejar de conducir.

— No, nada —suspiró—. Lo único que me ha dicho ha sido: «¿Quién demonios eres, Niall?» —repitió con retintín, intentando imitar la voz de Phoenix.

— Entiendo. Eso significa que el cabreo es grande.

— Ah —exclamó sorprendido—. ¿Phoenix tiene un lenguaje especial respecto a sus enfados? Me ayudaría mucho aprendérmelo de memoria, la verdad.

Gorth rió ante sus palabras.

— No exactamente. —Chasqueó los dedos—. Pero esas cosas se saben con el paso del tiempo, cuando conoces a una persona.

Gorth aparcó el coche frente a una acogedora cafetería y poco después ambos entraron en ella. Se acomodaron en la mesa que Niall eligió —tras evaluar detenidamente la suciedad camuflada en su superficie— y pidió un zumo de naranja natural, contrariamente a Gorth, que optó por un buen tazón de café con leche.

— Vale, a ver si consigo aclararme. —El Chico Arma se llevó las manos a la frente, apartándose algunos mechones de pelo—. Todo iba perfecto, hasta que le has confesado que tiempo atrás engañaste a una chica, ¿cierto?

Niall asintió con la cabeza.

— Deberías haber supuesto que Phoenix, en realidad, es bastante... inocente. No sé si sabes a qué me refiero.

— Sí.

Ladeó la cabeza y observó la ropa de su compañero. No le gustaba la calavera que colgaba de su cuello ni tampoco aquella gabardina negra y larga que le recordaba a la capa de La Muerte. Continuaba pintándose los ojos, y Niall se preguntaba si las profundas ojeras eran naturales o también fruto de un estrafalario maquillaje.

— ¿Tú quieres estar con ella?

La cuestión le pilló desprevenido. Alzó la cabeza y miró fijamente a Gorth, algo confuso. Habría sido más fácil charlar sobre lo ocurrido en la feria que enfrentarse a esa peligrosa pregunta. Porque él no quería pensar en ello. Claro, se sentía bien a su lado. Demasiado bien, incluso. Pero ¿qué ocurriría cuando tuviese que regresar a Mullingar?, ¿qué pasaría con ellos? Quizá ya era tarde para reflexionar sobre todo aquello. Niall no había advertido exactamente en qué momento sus sentimientos hacia Phoenix cambiaron. Probablemente porque se trató de un proceso lento y progresivo, casi imperceptible hasta para él mismo.

Besos debajo del muérdago. N.H.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora