4. Tutoría.

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Abrí los ojos lentamente, me estiré debajo de la sábana y emití un bostezo seguido de una sonrisa satisfactoria. Miré el reloj que se encontraba en la mesita de al lado.

10:15.

Hoy no tenía nada de qué preocuparme, ¿y saben por qué? Pues porque hoy, por fin, era sábado.

Me levanté de la cama y fui al baño para cepillarme los dientes y hacer mis necesidades.

Después de hacerlo, fui nuevamente a mí cuarto, tomé una liga para atarme el cabello, me puse unas pantuflas de conejitos, las cuales me encantaban porque tenían las orejas sobresaliendo y bajé las escaleras sin preocuparme por andar en pijama.

La verdad, me encanta pasar todo el día en pijama, si fuese por mí, pasaría todos los años de mi vida vistiendo únicamente pijamas.

Quien no había pasado un el día en pijama, no conocía el verdadero amor.

Una vez estuve en el primer piso, entré a la cocina para tomar un vaso de agua.

Abrí la nevera y me serví agua en el vaso que tenía en mi mano.

Cerré la puerta de la nevera, me di la vuelta y nadie me habría preparado para lo que vi luego de hacer eso.

Zack, apoyado en la encimera de mi cocina, vistiendo únicamente unos pantalones largos de pijama y unos zapatos cómodos de estar en casa.

Mi cerebro sólo podía procesar las frases:

Zack.

Sin camisa.

Mi cocina.

Sábado.

Por la mañana.

De la impresión, escupí toda el agua que tenía en mi boca, empapándole la cara.

Sentía que mi boca tocaría el suelo, lo atravesaría y llegaría hasta el otro extremo del planeta.

Él limpió su cara con la palma de su mano y volvió a poner una sonrisa arrogante.

Al parecer, Stephanie no mentía cuando dijo que había pasado las vacaciones haciendo ejercicio.

Llevé la vista nuevamente a su rostro y vi que su sonrisa era más amplia mientras que sus ojos me miraban con la viva diversión revoloteando en ellos.

Maldito egocéntrico.

Me aclaré la garganta y coloqué el vaso de agua en la encimera tratando de controlar mi mano temblorosa.

Vaya que este imbécil me ha dado un susto de muerte, pensé.

-¿Qué haces aquí? -pregunté manteniendo mi tono de voz habitual.

De seguro había entrado por la puerta de atrás.

-He venido por mis tutorías -contestó, levantando una libreta y un lápiz.

¿Cómo no las había visto antes?

-¿En serio? -pregunté, irónica-. ¿No podías venir, no sé...? -fingí pensarlo-, ¿...más tarde?

-¿Por qué? ¿Debí avisar antes? -preguntó. Lo vi directo a los ojos buscando algún indicio de broma o diversión, pero lo que vi en ellos fue credulidad pura.

No me jodan...

-No, grandísimo idiota; a mí me encanta entrar a mi cocina un sábado por la mañana y encontrarme a un vagabundo apoyado en la encimera de mi cocina -expresé derramando gotas de sarcasmo en cada palabra.

A veces me preguntaba si este chico se hacía el idiota o simplemente lo era.

Me miró divertido y sonrió nuevamente.

Insoportable [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora