Narra Esther
Corrí hacia él, que yacía en el suelo gimiendo de dolor.
Me agaché y tomé su mano, sin embargo él se alejó de mí y se levantó de un salto, olvidando su dolor.— ¡Suéltame, Esther! — Gritó enfadado.
—L-lo siento, Elián. — Me disculpé al instante y di una pequeña reverencia.
— Vete. O llamo a los guardias.
Asentí y me fui corriendo recogiendo mi larga falda de una seda blanca. En mi cabeza se repetía su mueca de dolor, y me preguntaba por qué estaba así. Él nunca se enfermaba fácil, ni aceptaba cuando algo le dolía, o bueno, así era antes.
Dentro de las grandes paredes del Castillo, seguí a Alba, quien era la comandanta de las sirvientas del Castillo.
— Buenos días, Señorita Alba. — La saludé cortésmente.
— Con que molestando a Nuestro Señor desde temprano, ¿eh, Esther? — Comentó ella sin verme y sabía de lo que se refería.
— Lo siento, Señorita, es sólo que me preocupa. — Contesté cabizbaja.
— Esther, ya no son niños. Sé que en su momento fueron grandes y mejores amigos. Pero ya no son esos tiempos. El Rey está a punto de morir y él es el sucesor. No puede tener a una linda sirviente siguiéndole a todos lados. Parecería otra cosa. Y ustedes no pueden ser nada, ¿entiendes? Ni siquiera su amiga. Además, él cambió. — Ella suspiró, denotando cansancio y tristeza. — Ya no es el mismo que antes; ya no es tierno y bueno. Es... Diferente.
Suspiré, cansada de que todos me dijeran eso. Sabía que cambió. Sabía que algo había sucedido y ya no era el mismo. Lo sabía. Pero aún así, él era preciado para mí. Algo importante para mí. Mi familia. No renunciaría a él, jamás.
Narra Elián
Me desesperaba mucho cada vez que me seguía. Parecía un perrito. No me gustaba eso. Odiaba eso. En ese momento, sentía repulsión hacia ella. Ella me había hecho perder todas las propuestas de matrimonio que había mandado, porque, según las personas de su reino, decían que yo me acostaba con sirvientas y de todo tipo de mujeres de clase inferior. Por Dios, yo no haría eso.
Menos con Esther, ella fue algo como una amiga cuando fuimos niños, pero ahora no. Ya no necesitaba amigas, necesitaba esposa, para cuando fuera rey, tendría una reina conmigo. Para tener herederos.
Bueno, yo más bien pensaba en... Sexo. Aunque no debería pensar en eso, pues era obsceno y de mala educación. Lo sabía, eso no lo pensaba un verdadero príncipe, pero nadie sabía lo que pensaba, así que era libre de pensar en cualquier cosa, mientras nadie más lo supiera, todo estaría bien.
Además estaba harto de ese dolor de cabeza que me daba últimamente. No entendía de dónde venía y definitivamente no iría con el doctor sólo por esa estupidez, era una nimiedad. Sólo desearía que no fueran tan intensos.
— ¡Oh! ¡Lo siento, lo siento! — Al instante reconocí esa voz suave y dulce de Esther. ¿Por qué siempre tenía que aparecer? ¿Era mi mala suerte? ¿No se acababa de ir?
Me giré y vi y que había tropezado con alguien. Y nada menos que con el Comandante Max, él era rencoroso y se enojaba con facilidad con todos. No tenía piedad con nadie. Sus reclutas siempre terminaban muertos de tanto entrenar y sin descanso. Yo lo sabía, pues fui uno de ellos en algún momento, cuando era un novato en las luchas, pero ya no lo era. Era uno de los mejores, aunque no como Max o uno de sus soldados de élite, que conformaban el batallón de lucha. A mí no me lo permitían por ser de la realeza. Sí, sí. Como siempre.
— No pida perdón. — Dijo Max con voz fuerte y grave. Con la que siempre parecía enfadado. -- Haga una reverencia y váyase.
Esther palideció, sabiendo que si no lo hacía, sufriría grandes consecuencias. Ella obedeció y se fue caminando con rapidez.
Seguí caminando por uno de los largos pasillos del Castillo y observé los tapices que usaban en cada pared. De nuevo, esos intensos dolores azotaron mi cabeza y tuve que sostenerme de la pared, ya que alteraban mi visión.
— Su alteza, ¿se encuentra bien? — Entrecerré los ojos para poder enfocar mejor y noté que era Amelia, mi criada personal.
— Sí, sí, estoy bien... — Le di la espalda y cerré los ojos, esperando que el dolor desapareciera.
— Son los dolores de cabeza de nuevo, ¿cierto?
— Dije que estaba bien, Amelia, ¿no me escuchaste? — El tono de molestia debió haber sido notorio, porque Amelia dio una pequeña reverencia y se alejó por el pasillo.
Di un suspiro de exasperación y con esto el dolor empezó a desvanecerse, así que continué con mi camino.
ESTÁS LEYENDO
Flesh of the dragon
RomanceÉl la odia a pesar de que ella lo ama. Ella lo ama, a pesar de que él la odia. Él la quiere sólo por su cuerpo. Ella lo quiere por todo. Él oculta un secreto que puede acabar con el imperio y el mundo. Ella ignora sus secretos y quiere que la ame. S...