Si te vas...

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Sabía.
Lo veía.
Nos íbamos a caer.
Estábamos al borde del precipicio y no dejábamos de correr al filo.
Se me escapó un pie.
Me sujetaste.
Casi caes.
Te cogí.
Al final nos dimos cuenta que al intentar salvar el uno al otro habíamos caído.
Al fondo del precipicio todo era oscuro.
Te quise.
Te amé.
Te perdí.
Me acordé que no todo es para siempre.
Se quedaron en mi bolsillo algunos versos que dedicarte.
También algunas caricias que derramar por tu pelo y piel.
Algún que otro beso robado entre sonrisa y sonrisa.
Se quedo en mi bolsillo las ganas de gritarte que te quiero en mitad de una avenida.
Unas cuántas lágrimas que secar.
Y por supuesto, miles de abrazos.
Se quedaron allí sin dueño, huérfanos.
Como un gato que se enamora por séptima vez y decide que de algo se debe morir.
La lluvia cayó sobre mi.
La orilla del mar mojaba mis pies.
Entre tanta agua mis lágrimas no eran tan grandes.
Tronaba.
Entre tanto ruido mis gritos de agonía no eran tan terribles.
No podía evitar sujetarme el pecho para que no se derrumbara.
No quería salir corriendo porque ya me estaba faltando el aire.
Oí un golpe seco.
Todo había quebrado.
No oí nada más.
Mi corazón no latía contra mi pecho.
Las lágrimas no caían.
Los gritos habían dejado de precipitarse entre mis labios.
No respiraba.
Todo se había parado.
El mundo se volvió oscuro.
Me sumí en una gran nada.
En una inquebrantable y fría nada.
No estabas.
No volverías.
Tu eras mi todo.
Ya no quedaba nada.
Seguía mi vida o eso me hacía creer.
Entre paso y paso sentía algo de vez en cuando.
Ya nada me quería que siguiese.
Ni mi corazón.
Ni yo.
Ni mi razón porque se perdió por el camino.
Ya no había porque seguir.
La locura era lo más cuerdo que había en mi.
Todo se incendiaba a cada paso.
Exploté.
Todo lo de mi alrededor saltó.
Me herí mortalmente.
Y a pesar de estar sangrando.
Seguí adelante.
Las heridas cicatrizan.
No estoy sanada.
No te olvido.
Ya no hago tanto esfuerzo en recordarte.
Los besos, las caricias y poesías se han ido de mi bolsillo.
Encontraron personas y ya no están huérfanas.
La razón volvió a mi y me obligo a continuar.
La vida me invadió y aprendí.
Aprendí que ni tu ni yo seremos los mismos después de todo.
Que aún nos quedan historias que vivir.
Heridas por sanar.
Caídas para levantarse.
Sonrisas y risas entre alguna que otra lágrima.
Una jungla de leones donde sólo gana el más fuerte.
Tal vez perdimos una vida.
Nos quedan 6 por gastar.
Y como así es.
Te digo que no volveré a ti.
No te amaré nunca más.
Porque no quería volver a verte espere a verte volver.
No sucedió.
Así que adiós.

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