14. Efecto Doppler.

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Capítulo 14: Efecto Doppler.

A pesar de las molestias que me tomé por pasar desapercibida y que nadie fuese capaz de detectar el momento concreto cuando entré en casa, no pude evitar ser brutalmente arrancada de la cama para soportar una tediosa regañina.

No me quedó más remedio que apechugar, hacerme chiquitita envuelta en el edredón de la cama y mirar en silencio mi destrozada manicura que necesitaba una urgente revisión. Aunque las réplicas mordaces surgieron naturalmente de mis entrañas para rebatir los argumentos flojos de mi madre, opté por permanecer callada, sellando mis labios. Quizás así se terminaría cansado.

El resultado fue un irremediable y considerable retraso a la hora de marcharme al instituto.

Mordisqueé, rumiando para mis adentros, la esquina de la tostada chamuscada, mientras la puerta se cerraba a mi espalda.

Densos nubarrones oscuros tapaban la luz del sol e impedían que el calor hiciera mella en el frío húmedo que reinaba en el ambiente.

Una mañana perfecta.

Me subí la cremallera del abrigo hasta arriba y me calé la capucha antes de comenzar la silenciosa caminata hasta el instituto. El tiempo no colaboraba a la ardua tarea de levantarme el humor.

Habría avanzando unos escasos tres metros cuando la puerta convecina se abrió con un chasquido. Arqueé las cejas sorprendida, sin decidirme a girarme y satisfacer mi curiosidad o seguir caminando, marcando una actitud indiferente.

Además, ¿qué me importaba su vida?

Ya había explotado demasiado la empatía. Al menos en veinticuatro horas sería incapaz de interesarme por un aspecto de su vida que no tuviera relación con la investigación.

Mi suspiro se trasformó en vahó al abandonar mis labios, cuando continué subiendo la calle. Arranqué cualquier pensamiento que condujera irremediablemente al yanqui hasta las trancas de testosterona que vivía en la casa de al lado y comencé un particular monólogo, intentando elevar, (aunque fuese solo un poco) mis expectativas.

A pesar de no tener muchas clases, y de hacer acto presencial en el instituto podría dedicar el resto de la mañana en estudiar a fondo la serie de pruebas obligatorias que tendría que llevar a cabo para culminar con éxito la primera etapa de la experiencia.

Hasta aquel momento no había sido muy sutil, pero empezaba a sospechar que era una cualidad de la que tendría que empezar a echar mano si quería ahorrarme problemas.

Vamos, Alba, al mal tiempo buena cara.

Ya claro, ese tipo de filosofías no iba conmigo.

—¡Joder! —Blasfemé en voz alta sacando el pie del enorme charco donde acababa de sumergirlo — ¿qué diablos anda mal conmigo?

¿Cómo no podía haberlo visto? ¡Era el puto Lago Victoria de los charcos!

Me aparté, alterada, el flequillo de la frente, mirando con un profundo resentimiento la tela empapada de la Converse que no parecía ni prima de la otra.

Gruñí en alto, compartiendo mi frustración con los pocos paseantes y negando frenéticamente con la cabeza.

Gruñí en alto, compartiendo mi frustración con los pocos paseantes y negando frenéticamente con la cabeza

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¡Maldito Karma! [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora