16.-Mi persona (no) favorita.

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Capítulo 16. Mi persona (no) favorita. 

Me gustaría decir que nunca me desmayé completamente, y que solo fue un mareo momentáneo. Pero, por desgracia, la realidad fue mucho más cruel en ese aspecto y mi pérdida de consciencia demasiado acusada.

Al menos, durante los minutos que estuve inconsciente, estaba totalmente tranquila. Claro, eso tampoco duró mucho.

Con lentitud abrí los ojos, sintiéndome verdaderamente mal. Una densa niebla me opacó la vista durante un par de segundos y me vi obligada a parpadear hasta quince veces para empezar a definir los contornos de la diminuta enfermería del instituto.

Me incorporé con cuidado, procurando no hacer ningún movimiento brusco. No obstante al sentarme miles de puntos negros florecieron en mi vista.

Moví los pies, con inquietud.

¿Dónde narices se supone que estaba la enfermera?

Chasqueé la lengua, con desdén, sin saber lo que más me molestaba de toda aquella situación. De mi propia debilidad, de la poca profesionalidad del personal sanitario de la institución o el mero hecho de haber hecho un ridículo espantoso frente al yanqui hormonado sujeto de mi experimento.

Durante toda mi adolescencia había sido capaz de pasar indemne por situaciones farragosas y en las pocas semanas que llevaba tratando con mi inoportuno vecino había sido víctima de sucesos horripilantemente vergonzosos.

Todo porque un libro me abrió una diminuta piquera en la cabeza.

Fruncí las cejas, molesta, paseando la lengua entre los dientes y mojándome los labios, meditando sobre mi descubierta flaqueza.

Una vez que mis ritmos vitales se estabilizaron me atreví a llevarme los dedos a la zona que me lacera la cabeza. Ahogué un quejido cuando presioné la herida, ahora vendada y cerrada para evitar que la hemorragia continuara.

Dichoso cuero cabelludo y su afán por sangrar como una película gore americana.

—Lo que faltaba —musité entre dientes, encogiéndome de hombros y clavando la vista en las sucias baldosas que forraban el suelo —Hola.

Mi cuerpo se preparó casi de inmediato para hacerse un ovillo.

—Alba... ¿qué demonios estabas haciendo para terminar en la enfermería? Te dije que los leer demasiados libros era peligroso para tu delicada cabeza —me dio unos golpecitos en la frente, recogiendo en el mismo movimiento un mechón tras mi oreja.

Emití un ruido de molestia con la garganta.

—Sin comentarios.

Los ojos verdes de mi progenitor parecieron divertidos antes mis evasivas. Suspirando me puse en pie y le indiqué cansinamente donde podría encontrar mis cosas para que nos fuésemos cuanto antes a casa.

Cuando volví a quedarme sola en la desolada enfermería y ante la reticencia de volver a posar mi trasero sobre la sucia camilla di una serie de paseos furiosos a ambos lados, interrumpidos por rápidas inspecciones a las baldas.

Los nervios me devoraban de a poco y me preguntaba cuan difícil podría ser encontrar mi taquilla. Pateé el armarito de madera de la esquina, mohína.

—Parece que no tienes muy buen despertar, ¿no?

Tensé los hombros, sintiendo como mis oídos vomitaban sangre ante la rasposa voz con un marcado acento guiri que me perseguiría en mis pesadillas más humillantes.

Fingí no escucharlo y flexioné las rodillas, para recoger un ovillo de vendas desparramado por el suelo. Jugueteé con el suave material entre los dedos, elevando casi a un ritmo frenético diecisiete, como un medio desesperado de ocupar mi mente en algo que no fueran los más que evidentes pasos a mi espalda.

¡Maldito Karma! [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora