45. Imprevistos de Navidad P.2

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Una memoria USB.

Aquel era el misterioso regalo de mi antiguo vecino. La sostuve entre los dedos, examinándola con minuciosidad con el ceño fruncido, tratando de averiguar el misterioso contenido de la misma.

Hunter me contemplaba en silencio, sentado a unos escasos centímetros en el sofá. Desde aquella distancia y acariciado de manera sutil por la luz de la chimenea tenía un aspecto indescriptible. Casi había olvidado lo atractivo que podía resultar ese espécimen en particular.

Inhalé una generosa tanda de aire, inflando mis pulmones hasta el máximo para después liberar aquel flujo en un suspiro lánguido y frustrado.

—Supongo que tus padres te habrán explicado lo que...

—No hace falta que hablemos de eso —se apresuró a intervenir, arrastrando un casi indetectable acento en su ronca pronunciación del castellano— Hace un par de años que no nos vemos. Y supongo que de ese tema en particular has hablado ya largo y tendido, pero al margen, no sé nada de ti.

Entrecerré los ojos en su dirección antes de asentir.

—Buen punto, Hunter, buen punto —admití chasqueando la lengua— Vale, pues hablemos de este pequeño pincho que me has traído.

Las comisuras de los labios de Hunter se alzaron en una sonrisa encantadora de pequeños hoyuelos ante mi comentario.

—Según recuerdo eras sumamente inteligente, podrás adivinar que contiene sin que deba decirlo, ¿me equivoco?

Dibujé una O de indignación con los labios antes de arremeter contra su hombro, arrancándole una carcajada que saturó las masas de aire que nos rodeaban. Me estremecí ante el retumbar de aquel sonido tan masculino y colmado de hilaridad que hacía demasiado tiempo que no escuchaba.

—Soy inteligente, no adivina, por lo que tu premisa es inexacta y ridícula.

—¿Mi premisa? —se burló alzando las cejas.

Sacudí la cabeza tratando de erradicar la sonrisa permanente que se había instaurado en mi rostro y que mermaba mi credibilidad. Su presencia me había sentir tan bien que durante unos instantes era como si nada hubiese cambiado entre ambos.

—Ni en Navidad rebajas tu nivel de idiotez, James —mascullé poniéndome recta en el asiento y regresando mi atención al pequeño trozo de plástico que manipulaba entre los dedos— bueno, hay una manera sencilla de averiguarlo.

Quise levantarme para buscar mi ordenador personal, pero aquella mole de carne y hueso me lo impidió, sosteniéndome gentilmente por la muñeca. Su contacto trajo sensaciones familiares a mi piel que cosquilleó en los puntos expuestos a su roce.

Me quedé sin aliento durante una milésima de segundo, fulminada y confundida ante la intensidad de emociones que creí superadas hacía tiempo.

—No tan deprisa —ordenó con un matiz pícaro filtrándose en su voz— antes de abrir tu regalo quiero que hablemos un poco más.

—Estamos hablando —repuse categórica volviendo a dejarme caer con algo de torpeza.

No pareció inmutarse ante mi observación y su mano continuó sosteniendo mi muñeca. Lo miré sin saber muy bien que debería añadir, naufragando en aquel par de ojos oceánicos que me contemplaban con un sentimiento indescifrable.

—Sé que es una de las preguntas que más te habrán hecho estas últimas semanas pero... —su tono de voz se volvió dulce, casi un susurro— ¿cómo estás?

Iba a responder pero me cortó antes de que tuviera la oportunidad de recitar la respuesta que había establecido como adecuada a aquella cuestión en concentro.

¡Maldito Karma! [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora