44-Gracias.

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Era imposible. Casi demencial lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos. Durante unos instantes me quedé muda, sintiendo como cada función de mi organismo se ralentizaba mientras trataba de absorber todo lo que se desarrollaba en aquella extraña y entrañable escena.

Era horrible y, al mismo tiempo, fascinante.

Aspiré a duras penas una nueva tanda de oxígeno, apartando la vista del rostro sudoroso y extasiado de mi hermano mayor, arrastrando los ojos por cada uno de los presentes que parecían sufrir el mismo estado de atontamiento que yo.

Todos sabíamos lo que iba a suceder, y no obstante, verlo culminado era mucho más ceremorial de lo que podría imaginarme.

Entonces se puso a llorar.

Un sonido del inframundo abandonó los pequeños labios del pequeño Siles, enrojecido y arrugado. Un chillido espeluznante y penetrante que me arrancó del estado de contemplación en el que me encontraba por completo sumida.

Una mueca involuntaria me curvó los labios, antes de que Mackenzie se apresurase a consolar a su nuevo retoño.

—Será mejor que les demos algo de intimidad.

Cerré los ojos unas centésimas, sintiendo como su aliento me golpeaba en el cuello cuando se inclinó a susurrarme aquello. El roce casi imperceptible de sus labios acompañó a cada una de las palabras que pronunció.

Traté de asentir. Mover algún músculo. Pero fracasé estrepitosamente en una tarea tan sencilla. Incluso berreando como una criatura del hondo infierno aquel bebé era lo más glorioso que había contemplado en mi vida.

Lentamente sentí como los dedos del estadounidense se movían con discreción por mi brazo. Acarició cada centímetro de piel que le separaban de la palma de mi mano. Cuando llegó a la altura de la muñeca percibí el errático latir de mi corazón y la forma poco saludable en la que mi respiración se había agitado hasta niveles pocos recomendables.

Era casi patética la manera en la que lograba revolucionarme por el simple hecho de entrelazar sus dedos con los míos.

Logré girar el rostro lo suficiente como para enfocar dos claros ojos azules que me observaban con una mezcla de emociones. Detecté la ternura arrebolándose entorno a su iris dilatado, así como un cariño que me estrujó las entrañas.

Sin ser vistos abandonamos la habitación, con paso lento.

—Are you ok? —Interrogó con tono sosegado una vez que regresamos al silencio amortiguado del pasillo.

Suspiré, asintiendo.

—Sí... solo que es... tan siquiera tengo palabras para describirlo —murmuré con cierto histerismo. Una breve carcajada abandonó los labios de Hunter ante mi rostro contrariado— ¿Yo? ¿Sin ningún adjetivo ante una situación? Estoy perdiendo facultades. Y, ¿sabes qué? Es por tu culpa.

Las cejas rubias del que fue el sujeto de mi investigación se alzaron con diversión ante mi acusación.

—¿De verdad? —Indagó con sorna, expandiendo una sonrisa burlesca. Los dedos de su mano libre se posaron con delicadeza en mi mejilla, acentuando el ceño fruncido que empezaba a formarse espontáneamente entre mis cejas— ¿Eso quiere decir que te altero tanto como para hacerte olvidar tu extenso y rico vocabulario? Resulta muy halagador, Alba.

Un jadeo incrédulo escapó de mí.

—¡Eres un egocéntrico, James! —Farfullé empujándole lejos de mí.

El eco de su risa rebotó en los pasillos desérticos del hospital. Se pasó una mano por el cabello rubio despeinado y sus ojos se clavaron nuevamente en mí, rutilantes bajo la luz artificial de los fluorescentes. Por algún extraño a pesar de mi repentino empujón no podía dejar de sonreír como una idiota.

¡Maldito Karma! [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora