Yo debí haber nacido con un manual de instrucciones y un cartel de advertencia.
Vamos, que nadie le había advertido al chico que cuando una idea se me mete en la cabeza, nada me la saca. Y aquellos últimos dos días, él era en lo único que podía pensar.
Salía de la escuela intentando tomar el autobús a la misma hora de aquel día, aun cuando fueran de los momentos más concurridos en la parada.
Terminaba las clases guardando las cosas en la mochila a toda velocidad, olvidándome alguna que otra vez de despedirme de mis amigas, y corría intentando disimular mis ganas de encontrármelo, aun cuando llevara dos días sin saber de su existencia.
Cuando le conté eso a Mary incluso ella dudó que fuera real y me plantó aquella duda con fuerza. Deguste la idea varios instantes, pero finalmente llegué a la conclusión de que no era posible que mi mente creara unos ojos tan hipnotizantes y atrapantes. Vamos, que los libros electrónicos me habían fundido tantas neuronas que daba por hecho que había perdido esa capacidad hace mucho.
Distraída me senté en el primer asiento que encontré desocupado en el bus.
-Hola.
Mi piel se estremeció al escuchar esa voz; esa voz melodiosa con la que había soñado cada noche desde que la escuché por primera vez. Dirigí mi mirada hasta donde él se encontraba y el deslumbrante verde de sus ojos me golpeó.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que me senté junto a ese chico.
«¡En tu cara, Mary! ¿no que no existía?»
-Hola-mi voz sonó animada, omitiendo el echo de que estuve practicando varias veces como lo saludaría al reencontrármelo.
-Nos volvemos a ver ¿eh?-acercó su rostro un poco al mío, lo suficiente como para disfrutar por unos segundos de su fascinante olor. Concluyó susurrando: - Creo que el destino nos quiere juntos.
Una sonrisa inundó su rostro mientras mi corazón dio un vuelvo.
«¡Por Dios, no pierdas la cabeza!»
Correspondí a su sonrisa y me sujete, instintivamente de la agarradera del asiento de enfrente cuando el bus empezó a andar.
-Veo que aprendiste la lección-señaló mirando mis manos.
-Prevengo futuros accidentes-concluí restándole importancia, aunque no me molestaría tener otro accidente sabiendo que él estaba en el asiento de al lado.
-Lindo esmalte de uñas.
Alagó mirando la pintura verde esmeralda que las coloreaba. Un poco de rubor apareció en mis mejillas al recordar que elegí ese color pensando en él, y ahora, al tenerlo a mi lado, me doy cuenta que no le hizo justicia al brillo de su mirada.
-Gracias-susurré algo tímida.
Su ceño se frunció al igual que sus labios, como si estuviera pensando.
-¿Cuantos dedos tienes en las manos?-preguntó como si fuera cosa de todos los días.
Me quedé perpleja, dudando, echándole un vistazo a él y otro a mi mano.
-Diez, creo.
-¿Me permites contarlos?-sus ojos se posaron en los míos robándome el aliento.
Asentí.
Sin despejar su mirada de la mía tomó la mano que aún tenía en la agarradera.
-No te preocupes, si te vuelves a caer, será un placer volver a levantarte.
Un suspiro salió de mis labios por inercia al sentir como su fuerte mano fue acariciando mis dedos uno por uno, de forma suave, lenta y pausada, mandando descargas eléctricas a ese corazón desbocado que llevaba en el pecho.
-...siete, ocho, nueve, diez-concluyó sonriendo.
La voz apenas me salió.
-Te dije que eran diez-lo miré con las mejillas coloradas.
-Lo se, sólo quería asegurarme.
Volteó la cabeza hacia la ventanilla mientras aplastaba el botón para que el chofer se detuviera. Esperó a que el autobús se estabilizara para ponerse en pie, y entonces me sonrió.
-Fue un gusto conversar contigo, chica del bus-me guiñó uno de sus ojos esmeralda y se fue.
Una sonrisa inundó mi rostro y sabía que ahí permanecería un buen rato.
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El Chico Del Bus
Teen FictionTodos alguna vez nos hemos enamorado de alguien que nos encontramos por la calle y que probablemente no volvamos a ver jamás. Aunque al destino le gusta jugar, ¿no? ~•~ -¿Puedo sentarme aquí? Mi cabez...