Capitulo 1 "Asuntos de Estado".

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Austria entera, después de los esponsales de Sissi con Francisco José, había vuelto en todos sus aspectos a la laboriosidad normal.

El emperador se sentía el hombre más feliz de la Tierra y daba gracias a Dios por haberle deparado una esposa que tenía la virtud de ganarse el corazón y la voluntad de sus súbditos.

En su gabinete de trabajo había hecho colocar un retrato de su mujer, pintado por uno de los más famosos artistas.

Por su parte, Sissi había instalado en un departamento de palacio un pequeño parque zoológico, en el que los papagayos, que formaban la parte más sobresaliente de la colección, lucían multicolores plumajes, que, en cierto modo, discordaban de sus monótonos y constantes graznidos. Los cuidaba personalmente, como lo hiciera antes en su hogar de Possenhofen.

En otras ocasiones, la linda Sissi dedicaba unos minutos a escribir su diario, en el que se reflejaba toda la felicidad que sentía y en el que repetidas veces hacía mención a la selvática libertas que antes gozara en Baviera. Y es que, en contra de su voluntad, sentía cierta nostalgia de su tierra natal.

Sissi paseaba también por el inmenso parque de palacio, cogiendo flores, que después distribuía en los departamentos del interior y muy en particular en el despacho de Francisco José, que recibía el obsequio como el más preciado de los regalos y la más estimada de las atenciones.

Los impulsos de la soberana daban motivo a que, en más de una ocasión, la archiduquesa Sofía tuviera base, según su punto de vista, para reprenderla. En cierto modo, no podía comprender aquellas reacciones juveniles de su nuera que se dejaba llevar por el corazón. Y no es que la madre de Francisco José no quisiera entrañablemente a la esposa de su hijo. En verdad valoraba todas sus cualidades, que eran muchas. Era el exagerado valor que daba a los más nimios movimientos de cualquier persona que interviniera en los asuntos oficiales.

La joven pareja, a pesar de esta pequeñísima nube, era feliz, totalmente feliz. Se compenetraban en todo y veían el futuro resplandeciente. Llevaban escasamente cuatro semanas de matrimonio y ambos coincidían en decir que habían sido las más maravillosas de su vida.

Mientras tanto, los acontecimientos políticos se sucedían implacables. El pueblo Húngaro se había sentido atraído también por la nueva emperatriz austriaca y veía en ella el eslabón más sólido para alcanzar la meta de sus ambiciones.

Francisco José conocía estas aspiraciones y veía que el camino hacia la maravillosa Hungría se abría de par en par para él. Una política de acercamiento y de comprensión mutua sería, sin lugar a dudas, el más aconsejable de los procedimientos.

Para convertir en realidad este pensamiento, lo primordial era conceder una amplia amnistía, que alcanzase a cuantos se había significado como rebeldes. Al frente de los mismos figuraba el conde Julio Andrassen.

Claro que esta decisión del emperador representaba un punto de vista totalmente distinto del sus ministros, pero Francisco José había escuchado los deseos de Sissi, verdaderamente enamorada de Hungría, y entendía que el corazón de ella no podía engañarse.

Los ministros, después de deliberar en sus respectivos departamentos, acudieron en bloque a la audiencia que su majestad el emperador les había concedido.

―Majestad ―anuncio él ayuda de cámara―, los ministros acaban de llegar.

Francisco José cerró lentamente una carpeta, que contenía unos documentos que acababa de examinar, y repuso:

Bien, que pasen.

El lacayo se inclino profundamente y salió de nuevo. La puerta giró sobre sus goznes, empujada por el ayuda de cámara, y los representantes del Gobierno penetraron silenciosamente en el despacho, donde el emperador les estaba aguardando de pie tras su mesa de trabajo.

Los ministros se inclinaron respetuosamente.

Por favor, señores ―dijo Francisco José, acompañando sus palabras con un ademán de su diestra.

Los ministros se irguieron.

Excelencia ―continúo el monarca, dirigiéndose al primer ministro―, podéis comenzar vuestro informe.

El aludido seco un pliego de la carpeta que llevaba. Explico:

Majestad, el gabinete imperial estudió ayer, entre otros problemas, vuestro proyecto de concede a los patriotas húngaros la amnistía. Los ministros de vuestra majestad, lamento tener que comunicároslo, sin una sola excepción, se han pronunciado contra vuestros deseos.

Francisco José levanto la cabeza vivamente, sin poder disimular la contrariedad que tal noticia le producía. Pero en sus ojos brillaba la más firme decisión.

― ¿Razones? ―pregunto.

El ministro del Interior, al igual que sus compañeros de Gobierno, creen que la concesión de esta amnistía representaría un gran peligro para nuestra amada Austria.

Un profundo silencio se produjo después de estas palabras.

Los ministros cambiaron furtivas miradas mientras que Francisco José daba vuelta un papel que tenía en la mano. Pareció meditar unos instantes y luego objetó:

― ¿Y no es mayor peligro que representa tener un país vecino como enemigo?

Los ministros no contestaron.

Concederé la amnistía aunque sea contra la voluntad del Gobierno.

Las palabras del monarca cayeron como un pesado bloque sobre los reunidos.

Majestad ―balbució el primer magistrado―, permitid...

Mi deseo se hará público inmediatamente ―cortó Francisco José, decidido.

Sí, majestad ―a sintieron los ministros, inclinado la cabeza.

Momentos después Francisco José se encontraba de nuevo solo. Cuando los ministros hubieron desaparecido, sus facciones, hasta aquellos momentos duras, cambiaron totalmente y una sonrisa apareció en sus labios. Avanzó lentamente hacia el retrato de Sissi y lo miró complacido un largo rato. Después volvió a su mesa de trabajo y su atención se concentro en el estudio de varios documentos, que sacó de una carpeta.

Los ministros tuvieron inmediatamente un cambio de impresiones. La decisión del monarca les había contrariado un poco, aun cuando la acataba en toda su extensión.

No nos queda otro remedio que redactar ese documento.

Debemos tener en cuenta que los deseos del emperador son órdenes para nosotros.

Yo me ocupara de hacer comprender a nuestros correligionarios la necesidad de dar al pueblo húngaro la más amplia satisfacción de sus deseos.

No creo demasiado en estos procedimientos, que pueden interpretar como una debilidad.

Permitid me que no sea de la misma opinión. Esta amnistía, a mi entender, representa un acto de seguridad, de fuerza, de firmeza en los destinos del mañana.

Es preciso considerar que una política de acercamiento y captación puede dar mejores resultados que otra de disgregación.

La reunión de los ministros, ocupado en dar forma a tan trascendental documento, duró mucho tiempo. Todos los puntos fueron estudiados con el máximo cuidado, hasta que el mismo tomó forma definitiva y puedo ser presentado al emperador para su firma.


SISSI EMPERATRIZWhere stories live. Discover now