Capitulo 5 El Nuevo Coronel

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El flamante coronel, vistiendo su nuevo uniforme, se dirigió a la oficina de Telégrafos. Abrió la puerta con su aire de suficiencia y, plantándose ante el operador en posición de firmes, le preguntó:

― ¿No adviertes nada, ilustre telegrafista?

El empleado levanto la cabeza y mirando atentamente a su interlocutor por encima de los lentes, exclamó:

― ¡Como no sea que te has cortado el pelo!

Bockl movió la cabeza a derecha e izquierda y van una amarga sonrisa añadió:

― ¡Oh! Querido especialista, fíjate bien.

― ¿Te has afeitado el bigote?

La mueca de disgusto de Bockl se asentó aún más al que su amigo no acertaba.

― ¡Frió! ¡Frió!

― ¡Cielos! ―exclamó el telegrafista―. ¡Pero si llevas el uniforme de coronel!

Bockl se hincho de satisfacción y su mueca de disgusto se transformo en la más amplia de las sonrisas.

― ¡Y me han trasladado al Viena!

― ¿De veras? Te felicito. Y dime: ¿Cómo ha sido?

El nuevo coronel adopto una postura espectacular. Hizo una pausa para que sus palabras fuesen más solemnes y con voz grave, que no podía ocultar la alegría que sentía al poder hacer aquella confidencia, explicó:

―¿Recuerda aquella sortija que nuestra querida emperatriz, siendo princesa todavía, dejó en prenda para poder telegrafías?

El operador dio con ambas manos encima de la mesas en gesto espontaneo de alegría.

―Pues claro que lo recuerdo. Fue por aquel telegrama qué no pudo abonar.

― ¡Exacto!

Los dos hombres a partir de este momento no pudieron reprimir la alegría que le embargaba y que se tradujo en sonoras carcajadas.

―Has de saber ―explico Bockl― que yo personalmente se la entregué en una audiencia. Por eso el emperador me ha trasladado a Viena, nombrad me jefe de la guardia personal de su majestad la emperatriz de Austria.

El telegrafista se asombro de tal manera que no pudo hacer otra cosa que abrir la boca en forma desmesurada, mientras Bockl, al nombra a la emperatriz, quedo también en suspendo, bajó la vista como si fuera un colegial y murmuró:

― ¡Mi amada Isabel!

― ¡Nuestra Isabel! ―rectificó el operador.

El telegrafista se admiró de nuevo ante el tono empleado por su amigo.

Éste suspiró profundamente y tartajeando, debido a la emoción que sentía, continuó:

―Mi querido amigo, ha sucedido algo. Si, algo terrible.

Respondió el telegrafista un poco preocupado por el tono utilizado por su amigo:

― ¿Qué me dices, coronel?

Bockl tuvo que apoyarse en la mesa para poder continuar.

―Una locura. Tengo perdido el corazón por... por... por... la emperatriz ―su cabeza cayó sobre el peco y sus labios dejaron escapar una especie de gemido.

―Pero ¿Por qué? ―el telegrafista se levantó para acercarse a su amigo, temiendo que no cayese desmayado.

Éste a duras penas pudo decir:

―Cuando me mira siento mareo, cuando me habla se me hace un nudo en la garganta, y cuando me sonríe ―levantó los ojos como mirando al cielo y un rictus de amargura se dibujo en sus labios―, ¡para qué decir cuando me sonríe! ¡Qué sonrisa! ―Dejóse caer en una silla y con ojos extraviados término por confesar―: ¡La amo! ¡La amo!

El telegrafista lo miró irónicamente, sin poder contener la risa que tan ingenua confesión producía. Levantó también los ojos al cielo como solicitado protección para que su pobre amigo.

―Serénate, Bockl, y se prudente. Ya sé que al corazón no le mandas, pero ―el telegrafista pronuncio las siguientes palabras con tono tragicómico―, debes coger las cenizas que produce el mismo fuego, para esa hoguera que se ha encendido en tu corazón.

Bockl se levantó, se ergio, echo ligeramente la cabeza hacia atrás y, clavando las pupilas en los ojos de su interlocutor, dijo resuelto:

―Sí, tienes razón. Soy un loco. Es preciso apagar ese fuego que quema mi pecho con estas cenizas que has dicho. Las cenizas de mi propio amor irrealizable.

Los dos amigos se dieron la mano sin pronunciar una sola palabra en un momento que ellos, y particularmente a Bockl, les pareció solemne y que, en realidad, había tomado caracteres bufo. Menos mal que nadie había presenciado la escena y aquellas expansiones del nuevo coronel se quedaron entre las cuatro paredes de la oficina de Telégrafos, porque el operador era un viejo amigo de Bockl y discreto y no puso en evidente a éste.


SISSI EMPERATRIZWhere stories live. Discover now