Capitulo 11 La Amnistía

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El sol del atardecer iluminaba todavía con sus rayos oblicuos las transparentes aguas del lago de Starnberg.

El duque Maximiliano, padre de Sissi, gozaba observando aquellos atrayentes efectos desde una de las amplias ventanas de su palacio de Possenhofen.

La madre de la emperatriz llegaba casi corriendo por el jardín con su mano derecha en alto, en que llevaba un pequeño pliego:

― ¡Max! ¡Max!

Este se apartó de la ventana en espera de los acontecimientos.

― ¿Qué sucede?

― ¡Una carta! ¡Una carta! ―repitió la dama, haciendo revolotear sobre su cabeza el papel.

Max, aun adivinando la procedencia, quiso proporcionar a su esposa una mayor satisfacción.

― ¿Y tanta importancia tiene una simple carta¡

―Es que es una carta de Viena. ¡De Sissi! ¡De nuestra hija!

― ¿Y qué dice?

―No lo sé. Acaban de traerla ahora mismo.

Max hizo ademán de arrebatársela, cosa que no consiguió, porque ella, con un rápido movimiento, se escurrió hacia atrás de una mesa, al tiempo que decía:

―Un momento, Max, voy abrirla, espera.

El duque, aun cuando tenía tanto interés como su esposa por conocer las noticias de Sissi, adoptó una actitud de forzada resignación.

Momentos después, Ludvca leía lo siguiente con vos emocionada:

... Y quiero deciros también, queridos padres, que hoy he recibido una de las mayores satisfacciones. He bebido cerveza y he comido patas de cerdo, que estaban deliciosa...

...¡No sabéis cómo me he acordado de papá y de todos vosotros...!

Los dos esposos se miraron con los ojos húmedos.

«... ¡Mi nostalgia de nuestras montañas aumenta de día en día! ¡Si supierais que teniéndolo todo, no tengo nada...!»

El duque Max movió la cabeza a derecha e izquierda, al tiempo que pronunciaba las siguientes palabras, con cierto deje de tristeza:

―Una jaula de oro, pero al fin y al cabo, jaula.

La duquesa suspiró, profundamente impresionada también por aquel pensamiento.

...Francisco satisface mis más pequeños caprichos y no sabe qué hacer para que éste contenta y sea feliz.

― ¡Pobre Sissi! ―se lamentó finalmente la duquesa.

―Oye, Ludovca. No es para tanto. ―Acerándose Max a su esposa y colocando amorosamente su diestra en el hombro de ella, añadió―: En mi opinión, todo es el destino de las personas, y no lo digo porque a mí me guste la cerveza y a ella también. Lo digo por el hecho de que si Sissi ha llegado a emperatriz, ha sido por algo. Por lo tanto, en el caso de nuestra hija, hemos admitir y ésta la ha elevado a tan alto puesto.

―Eres muy bueno, Max, y como siempre he de darte la razón ―le respondió su amada esposa.

La carta fue leída otra vez, y nuevos comentarios proporcionaron a los dos esposos el convencimiento de que Sissi era, en el fondo, profundamente feliz.

Mientras en Baviera tenía lugar la escena que acabamos de narrar en Viena...

El conde Julio Andrassen, que, como sabemos, había proyectado un viaje a la capital austríaca para dar las gracias al emperador por la amnistía promulgada, se había puesto en camino llevando la representación de su pueblo.

SISSI EMPERATRIZWhere stories live. Discover now