El incidente que había obligado a suspender el baile, despertó animados comentarios entre los reunidos.
La condesa Estejarda, que pareció apresuradamente, fue abordada por la mayoría de las damas que esperaban impacientes.
― ¿Qué dice el doctor?
― ¿Es grave?
― ¿Tendrá que guardar cama?
La condesa impuso silencio con un ademán. Después, dijo:
― ¿No se sabe nada todavía. El doctor sigue reconociéndola.
La condesa Estejarda, adopta una actitud de suficiencia, opinó, clavando los ojos en sus interlocutoras.
―Estoy segura de que son esos malditos paseos a caballo.
Cuando el doctor apareció los ánimos se calmaron visiblemente porque el galeno no reflejaba en su rostro la menor preocupación. Estaba risueño, y al ser preguntado por las impacientes damas, respondió:
―Queridas señoras, no se preocupen. Su majestad no tiene nada de importancia. No obstante, mañana volveré para hacerle un nuevo reconocimiento y asegurarme de su posible enfermedad.
Y claro está, los comentarios continuaron en voz baja con suposiciones y más suposiciones sobre las posibles causas que habían producido aquel ligero percance.
Tal como había prometido, al día siguiente el médico acudió nuevamente a la cabecera de la cama en la que Sissi se hallaba descansando, y también, como unas horas antes, las damas esperaron impacientes el diagnostico del galeno.
En el dormitorio el doctor recogía su instrumental, sin perder aquella sonrisa que tanto había preocupado a las damas el día anterior.
― ¡Bien! ―dijo el médico, como poniendo punto final a sus observaciones.
Sissi preguntó:
― ¿Qué es, doctor?
El hombre de ciencia se acercó a la joven reina, y con una franqueza, no exenta de respeto, a que le daba derecho su calidad de médico y sus muchos años que habían blanqueado totalmente su cabeza, dio unos suaves golpes en la mejilla de Sissi y explicó sonriente:
―Majestad, estáis de enhorabuena. El Todopoderoso quiere premiar vuestra bondad, enviándoos un angelito.
Sissi abrió desmesuradamente los ojos y se incorporó. El doctor nada hizo para detener aquel arrebato de alegría.
― ¡Doctor! ¡Doctor! ―exclamó con voz entrecortada por la emoción la joven reina―. ¿No me engañáis?
―Estoy completamente seguro.
Pasaron unos momentos, durante los cuales la reducida estancia permaneció sumida en un profundo silencio. Sissi quedó como pensativa, anonadada por la inesperada y grata noticia, que no acababa de asimilar. Después, la alegría llenó sus ojos de lagrimas, y, finalmente, en un arrebato de alegría, salto de la cama, se miro instintivamente en el espejo de la cómoda, cogió una fina bata del respaldo de una silla y pareció que iba a salir corriendo.
El médico la miraba satisfecho, y ya iba a despedirse con un ademan, cuando Sissi, como si en aquel momento se diera cuenta de su presencia, volvió atrás con la rapidez del relámpago. Corrió hacia el bondadoso doctor y cogiéndole ambas manos, le hizo dar varias vueltas sobre sí mismo.
En aquel momento, la puerta se abrió, apareciendo la archiduquesa Sofía, que quedó paralizada al contemplar aquellas raras expansiones de Sissi. Iba a reprenderla, pero la voz se le heló en la garganta al ver que la esposa de su hijo se lanzaba en brazos del médico, y, en un arrebato, lo besaba con entusiasmo.
―Pero ¿Qué significa esto? ―pudo preguntar la archiduquesa, un poco rehecha de la sorpresa.
Sissi, riendo y llorando a la vez, solamente la miró con sus claros ojos, en los que se reflejaba toda la felicidad y toda la dulzura que embargaba su alma. Acto seguido, mientras abrochaba precipitadamente la fina bata, salió corriendo de la habitación, prescindiendo de todo protocolo y dejando a la madre del su esposo completamente desorientada.
La archiduquesa, por unos momentos, pensó que tal vez Sissi había perdido la razón. De otra manera, no podía explicarse tal actitud.
Volvió la cabeza un poco alarmada para interrogar al médico, y al verle risueño y tranquilo, la luz se hizo en su cerebro.
La muda pregunta que con una simple mirada dirigió al médico fue contestada con otra de inteligencia y con un movimiento afirmativo de cabeza.
El rostro de la archiduquesa cambio totalmente de expresión. En aquellos momentos parecí otra mujer. Sonrió iluminada por aquel pensamiento unas lágrimas de alegría resbalaron por sus mejillas.
El médico se dijo a sí mismo:
«Una mujer. En el fondo una buena mujer que se ha empeñado en querer disimular sus sentimientos.»
Pero Sissi no fue solamente a la madre de su esposo quien causo admiración y asombro.
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SISSI EMPERATRIZ
RomanceSissi se adapta lentamente a la vida como emperatriz de Austria luego de a verse casado con Francisco José; pero le cuesta trabajo aprender el riguroso protocolo de la corte de Viena; a esto se le suma la difícil relación que mantiene con la todopod...