Pocas horas más tarde, los padres de Sissi paseaban, visiblemente nerviosos, por el gabinete vecino al que se encontraba la emperatriz.
Junto a ellos, y en una actitud parecida, se hallaba Francisco Carlos, padre del emperador.
La puertas giró por fin sobre sus goznes y en el marco de la misma apareció la archiduquesa Sofía llevando en sus brazos a una criatura que sólo adivinaba, porque los lujosos pañales y vestidos que la envolvían estaban tan cuajados de puntillas y bordados que el diminuto cuerpo se perdía entre ellos.
En contrasté con su habitual expresión, la madre de Francisco José parecía radiante de contento y muy risueña.
―Mirad y admirad ―dijo, avanzando lentamente― a la princesa más joven de Austria.
―Gracias, Dios mío ―no pudo menos que exclamar Ludovca, como si le hubiese sido concedida la más maravillosa de las gracias. Y se precipitó hacia su hermana.
Pero, a pesar de su rápido movimiento, llegó tarde. El duque, que unos momentos antes había tomado lo que él decía para sus adentros posiciones estratégicas, cogió la nietecita que su cuñada se avino a dejarle.
Las dos mujeres se miraron, para sonreír con una mueca de ironía. Max parecía no acordarse ya de cómo debía tomarse a una criatura en sus brazos. Su corpulencia parecía insuficiente en aquellos instantes, ya que daba la sensación de que la pequeña se iba a escapar de las manos.
La contempló una y otra vez.
―Es igual que Sissi ―dijo, chasqueando la lengua.
Ludovca no podía conformarse con lo que decían y murmuró, moviendo los brazos para coger a la pequeña:
―Sí, sí...
La duquesa se había acercado a su esposo con la intención de ver, por lo menos, a la pequeña, ya que parecía que Max se resistía a soltarla.
―Vamos, Max. Déjame verla.
―Un momento, un momento ―dijo éste, cambiando de nuevo la posición de su nieta.
― ¡Vaya! ―se lamentó vivamente contrariedad―. Ni que fuera tuya.
El duque, con su rostro radiante de satisfacción, entregó la pequeña a su esposa, que la cogió visiblemente emocionada.
La miró largo rato con atención.
Después exclamó:
― ¿Has visto la nariz? Igualita que la de Sissi-.
―Y la boquita igual que la mía. ―Exclamó Max.
― ¿Igual que la tuya? ―alarmándose la archiduquesa.
―Sí ―afirmó burlonamente Ludovca, mirando a su hermana con intención―. ¿Es que no te has dado cuenta?
―Y bien ―habló Max, satisfecho―, ¿Cómo se llamará la pequeña?
Su esposa, sin dejar de contemplar a la pequeña, contestó convencida:
―Como su madre, es lógico.
La cara de Sofía se agrió.
―No ―dijo ésta secamente―, no se llamará como su madre.
― ¡Ah! ¿No? ―exclamó Max, con una mueca burlona.
―Francisco José y yo ―recalcó las palabras― habíamos previsto que si era un príncipe se llamara Rodolfo...
― ¿Y si era una princesa? ―interrumpió Max.
―Y si erra una princesa ―repitió la archiduquesa― se llamaría Sofía.
Nadie le replicó.
Para vencer el pequeño vacío que se inició debido a sus palabras, la madre de Francisco José comentó con un deje de ironía:
―Supongo que estaréis de acuerdo conmigo en que no debe llamarse Ludovca ―miró intencionadamente a su hermana.
Max remachó el clavo al decir:
―No creas que Sofía es un prodigio.
―En eso tienes mucha razón ―intervino Francisco Carlos, que hasta aquel momento se había limitado a mirar a su nietecita.
La archiduquesa frunció el ceño y le preguntó sorprendida:
― ¿Desde cuándo oyes tan bien?
― ¿Cómo? ―pregunto Francisco Carlos disimulando su nerviosismo.
― ¡Que desde cuando oyes tan bien!
― ¡Ah! Lo adiviné por el movimiento de los labios.
Esta contestación no pareció convencer a la archiduquesa, como no hubiera convencido a nadie. Pero ella, conocía muy bien a Francisco Carlos, simuló conformarse y el incidente no pasó de ahí.
Un lloriqueo la pequeña princesa puso fin a la reunión. Sofía la colgó para restituirla a su madre y los duques dejaron la estancia acompañados de su cuñado.
―Max ―dijo Ludovca―, recuerda que les prometiste a tus hijos que les escribirías.
―Sí, desde luego, pero creo que deberíamos esperar a explicarles el bautizo.
―A pesar de que estoy convencida de que lo que te hace hablar así es la pereza, estoy de acuerdo contigo. Esperaremos a que se haya celebrado el bautizo.
Pero la espera no fue larga. Muy pocos días después la recién nacida recibía las aguas bautismales en una intima ceremonia que tuvo lugar en la capilla de palacio.
Las felicitaciones que recibieron los afortunados padres fueron incontables. De toda la nación, de todos los lugares y también del extranjero, llegaron expresiones de amistad.
Pero entre todas ellas destacaba la que en nombre del pueblo húngaro envió el conde Andrassen.
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SISSI EMPERATRIZ
RomanceSissi se adapta lentamente a la vida como emperatriz de Austria luego de a verse casado con Francisco José; pero le cuesta trabajo aprender el riguroso protocolo de la corte de Viena; a esto se le suma la difícil relación que mantiene con la todopod...