Desde hacía un par de días, el palacio imperial se hallaba mucho más silencioso que de costumbre. Los oficiales de guardia daban las voces de mando a sus soldados en forma tal, que éstos casi no las oían. Los toques de las sonoras trompetas habían sido suspendidos, y cuantos se movían por vestíbulos, pasillos y habitaciones parecían andar de puntillas para no turbar la tranquilidad reinante.
Francisco José, a pesar de acudir a su gabinete de trabajo, poco hacia, o poco podía hacer, ya que su pensamiento se hallaba ausente de las cuestiones de Estado. Además, había suspendido todas las audiencias y sólo recibió a un enviado extranjero, al que se vio precisado a atender.
Los padres de Sissi habían llegado felizmente después del largo viaje, instalándose en unas habitaciones no muy alejadas de las de la emperatriz.
También la archiduquesa Sofía se hallaba cerca de Sissi en un gabinete provisional.
Por otra parte, en un saloncito cercano estaban reunidas la mayor parte de las damas de compañía y camareras especiales de la emperatriz que, en contra de su costumbre, permanecían calladas.
El honorable medico, rodeado de sus ayudantes, no había salido del palacio desde hacía varios días. Todos estaban atentos al esperado acontecimiento.
Los rostros, unos pocos compungidos, de la mayoría de los que se hallaban cerca de las habitaciones de la emperatriz cambiaron radicalmente de expresión por el simple hecho de que una enfermera cruzó el saloncito con cara risueña. Nada dijo, pero todos entendieron que el hijo de Sissi había llegado al mundo, y no pudieron dudarlo porque, casi simultáneamente, el llanto de un pequeño resonó en la estancia.
Cumpliendo las órdenes recibidas nadie se movió de su sitio y nadie dijo una sola palabra, pero las miradas de inteligencia de unos y otros eran lo suficientemente elocuentes para expresar la alegría y la satisfacción que había en todos los corazones.
Instantes después su majestad el emperador cruzó precipitadamente la estancia, dirigiéndose hacia los departamentos de su esposa.
Uno de los ayudantes del viejo doctor le abrió la puerta, inclinándose con respeto.
Francisco José quedo unos momentos sin avanzar mirando a su esposa con la mas cariñosa de las miradas. Ésta le sonrió y extendió los brazos hacia él.
El emperador se adelantó hasta coger una de las manos que Sissi le tendía y la llenó de besos al tiempo de iniciar una genuflexión que le hizo quedar arrodillado al lado del lecho.
Escondió su cabeza al lado del cuerpo de Sissi, que acarició su cabello, como lo hiciera una madre con su hijo predilecto.
Después de unos momentos, Francisco José clavó de nuevos sus pupilas en las de su esposa. Preguntó quedadamente:
―Es un niño, ¿verdad?
Un suave movimiento negativo de cabeza le sacó del error, Sissi, mirando fijamente a Francisco José como si tratase de penetrar en su espíritu, dijo con voz queda:
―Una princesa.
El emperador, sin soltar la mano que tenía aprisionada y que temblaba de emoción, repuso:
―Yo hubiera deseado que fuera un príncipe...
Las lágrimas de felicidad de ambos se confundieron. Lo importante no era pensar si el recién nacido era un niño o una niña; lo que tenía autentico valor eran que habían visto premiado su amor con el inapreciable regalo de un hijo, que casi sin conocer, ya querían entrañablemente, como lo habían amado antes de llegar a este mundo.
Después de esta escena la noticia corrió de boca en boca como impetuosa corriente de agua.
En el momento oportuno los cañones retumbaron en el espacio anunciado la fausta nueva. Y aquel monarca silencio de respeto, que había durado largas horas, fue sustituido por las más estruendosas manifestaciones de júbilo. La corona de Austria ya tenía heredera. La nación entera festejaba el gran acontecimiento.
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SISSI EMPERATRIZ
RomanceSissi se adapta lentamente a la vida como emperatriz de Austria luego de a verse casado con Francisco José; pero le cuesta trabajo aprender el riguroso protocolo de la corte de Viena; a esto se le suma la difícil relación que mantiene con la todopod...