Al correr de los días, las cosas en Austria habían vuelto a su cauce normal. Francisco José, como siempre, atendía los asuntos de Estado y todos en palacio se habían reintegrado a su trabajo peculiar. Claro que existía una gran diferencia en uno de los sectores de la imperial morada. El servicio de Sissi había sufrido un cambio, si no de personas, por lo menos de ocupación. La pequeña Sofía daba mucho trabajo, aunque a decir verdad, la mayor parte del mismo era efectuado por la propia emperatriz, que además se pasaba largas horas contemplando en silencio a su hijita.
Sissi ya no deseaba nada más en este mundo. Tenía una hija, que ella consideraba la más bonita de la tierra, y un esposo que la quería por encima de todas las cosas.
La emperatriz tenía ciertas obligaciones, aparte de las que se referían al cuidado del princesita y su labor en palacio, y era aceptar representaciones que no podía eludir y efectuar visitas que no podía dejar de hacer.
Estaba, como en otras ocasiones, contemplando a la pequeña Sofía, cuando muy lentamente y evitando producir el menor ruido, se abrió la puerta del gabinete, apareciendo en la misma la condesa Estejarda, que avanzó caminando de puntillas y muy lentamente.
―Condesa, ¿Qué os parece? ―Y antes de obtener contestación, exclamó―: ¡Es una preciosidad!
―Majestad, debéis ir a visitar el hogar infantil. Es la hora prevista.
―Sí, vamos.
Sissi, ayudada por sus camareras, cambió su indumentaria por un sencillo traje chaqueta que había resaltar su esbelta silueta.
En uno de los pasillos esperaban dos damas de la nobleza austriaca, que tenían que acompañar a la emperatriz en su visita al hogar infantil. También formaban parte del séquito otras dos ilustres señoras de su servicio particular, y al aparecer en la escalinata la comitiva se unió a ella Bockl, el jefe de la guardia personal de la emperatriz.
La archiduquesa Sofía, desde una de las ventanas del impotente edificio, vio partir el carruaje. Soltó la fina cortina que había separado ligeramente de los cristales y se fue a sentarse pensativa en un confortable sillón. Así estuvo largo rato con la mirada perdida en un invisible horizonte hasta que, por fin, levantándose de nuevo, miró por segunda vez hacia el exterior y murmuró.
―Es ineludible que Sissi atienda estos compromisos que su elevado rango le impone, pero esto la lleva forzosamente a tener que abandonar a su hija y esto no debe tolerase. Será mejor que me ocupe yo de la niña.
El pensamiento de la madre de Francisco José tomó en seguida caracteres de resolución definitiva.
―Sí, será lo más conveniente. Hablaré con Francisco José.
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SISSI EMPERATRIZ
RomanceSissi se adapta lentamente a la vida como emperatriz de Austria luego de a verse casado con Francisco José; pero le cuesta trabajo aprender el riguroso protocolo de la corte de Viena; a esto se le suma la difícil relación que mantiene con la todopod...