Capitulo 18 "El Aviso de la Cigüeña"

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El invierno pareció aquel año un poco más largo. La comunicación entre Austria y Baviera, entre Viena y Possenhofen, fue constante porque las noticias eran esperadas siempre con inusitado interés y llegaron por fin los luminosos días de la esperada estación.

La alegría de unos y otros les hacía ver la primavera más radiante y más florida que nunca, como si la misma naturaleza se mostrase al unísono con la alegría que en todos los corazones de la familia imperial se albergaba.

La duquesa Ludovca había preparado el viaje con varios meses de anticipación. No quería que en el último momento faltase el mor detalle capaz de enturbiar su gran ilusión. Y a tales preparativos dedicó un considerable espacio de tiempo, confeccionando por su propia mano algunas pequeñas prendas que sus hijas menores pretendían quitarle en más de una ocasión para vestir a sus muñecas.

Max hacía como si no se diera cuenta de estos detalles laboriosos de su esposa, que demostró tener una gran habilidad en el manejo de las agujas y ganchillo, y la compra de ciertos objetos y utensilios que daba la casualidad que eran siempre de reducidas dimensiones. Éstos causaban una gran alegría a la duquesa cuando alguno de ellos le era mostrado. Porque Max, al igual que hacía su esposa Ludovca, guardaba algún secretillo de su incesante trabajo.

¡Cómo si en Austria, en el palacio imperial, no hubiera nadie ocupado en preparar el gran acontecimiento!

Francisco José y Sissi movían las mismas piezas del juego, rivalizando así unos y otros en prevenir los menores detalles ante el acontecimiento que se hallaba cercano.

Todo estaba previsto y todo hacia suponer el mayor de los éxitos.

Cierto día, la pequeña Matilde, que como todos sus hermanos pasaban gran parte del día oteando el horizonte, hizo un gran descubrimiento. Voló más que corrió hacia Ludovca, a la que hizo saber llena de júbilo:

― ¡Mamá! ¡Mamá! Acabo de ver una cigüeña y estoy convencida de que llevaba la dirección de Austria.

La duquesa no pudo reír o llorar, pero acarició a su pequeña hija, diciéndole sentidas palabras que la pequeña Matilde agradeció.

Esta noticia fue el gran aviso que los duques tomaron como base para emprender el viaje.

Tomás quedó al cuidado del pequeño, a los que los padres hicieron incesantes observaciones y recomendaciones, a sabiendas de que sería muy difícil que fuesen cumplidas.

―Papá, cuando la cigüeña llegue, no dejes de escribirme ―suplicó el pequeño de los hermanos.

― ¿Y para que quieres que te escriba a ti, si casi no sabes leer? ―hizo notar Teodoro.

―Tomás nos leerá las cartas.

El momento de emprender el viaje había llegado. Los duques se acomodaron en el carruaje que tenía que llevarles a Viena después de haber besado repetidas a sus hijos menores, que momentos más tardes agitaban sus pañuelos y gorros por encima de sus cabezas despidiendo a sus padres. Estos les decían adiós sacando los brazos por las ventanillas del coche, que finalmente se perdió en la lejanía por la carretera flanqueada que altísimos arboles, cuyo follaje pareció tragarse al carruaje.


SISSI EMPERATRIZWhere stories live. Discover now