El gran salón de recepciones del palacio imperial ofrecía majestuoso aspecto. El esplendor se desbordaba en sus nimios detalles y la más estricta etiqueta marcaba el ritmo de alta convivencia social.
Las más relevantes personalidades de la razón asistían al baile del emperador, al que concurrían también los representantes de Hungría en número considerable. Todos eran nobles y el conde Andrassen lucía una fastuosa indumentaria, con detalles peculiares de su país.
Las miradas de gran número de asistentes se dirigían hacia los patriotas húngaros, cuyas maneras refinadas no desentonaban en lo más mínimo de las normas imperantes en la corte de mayor raigambre social.
Cuando después de los saludos preliminares entre los asistentes, el maestro de ceremonias anunció la llegada de la familia imperial, se hizo un impresionante silencio, que fue roto por las solemnes notas del himno nacional ejecutado por los profesores de música.
Francisco José, acompañado de Sissi, ocupó el puesto de honor situado en un estrado al que se llegaba por cuatro escalones cubiertos por rica alfombra cuyos colores armonizaban maravillosamente con las del resto del salón.
Ocuparon puestos de honor todos los miembros de la familia imperial cuyos rostros estaban risueños, con una sola excepción: la archiduquesa Sofía sentíase contrariada por la presencia de los húngaros. Ladeó un poco la cabeza y hablando a su esposo, con voz lo bastante alta para ser oída y con la excusa de la sordera de Francisco Carlos, dijo con disgusto:
― ¡Insoportable!
―Pero ¿Por qué? ―preguntó Francisco Carlos.
―Porque Isabel ―recalcó la archiduquesa― ha invitado a nuestros enemigos. Especialmente, el conde Andrassen. Un rebelde.
Estas palabras fueron contestadas por el padre de Francisco José con fina ironía. Movió la cabeza con alegre ademán y rió abiertamente, como si celebrase alguna ocurrencia humorística.
Y para remachar el clavo, exclamó:
― ¡Bravo!
El baile comenzó con animación. Las parejas llenaron por completo el salón, confundiéndose en prometedora camaradería los austriacos y los húngaros.
Terminó la danza y la sorpresa de la archiduquesa no tuvo límites cuando el maestro de ceremonias se acercó al estrado y dijo, en el momento de inclinar la cabeza ante la madre de Francisco José:
―Disculpas, alteza. El coronel Julio Andrassen os ruega el honor de ser recibido.
Francisco Carlos, que lo había oído perfectamente, exclamó:
― ¡Bravo!
El alegre eco de estas palabras contrastó de manera fulminante con la actitud que adoptó la archiduquesa y que completó diciendo:
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SISSI EMPERATRIZ
DragosteSissi se adapta lentamente a la vida como emperatriz de Austria luego de a verse casado con Francisco José; pero le cuesta trabajo aprender el riguroso protocolo de la corte de Viena; a esto se le suma la difícil relación que mantiene con la todopod...