Prólogo

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-¿Esta listo señor Stevens?

-Por supuesto, acabemos con todo esto.

-Muy bien- titubeó el hombre mientras recibía órdenes de un tipo que manejaba la cámara.
-Buenas tardes a todos, como lo esperaban pudimos tener este día a uno de los personajes más influyentes y visionarios en la última década: Thomas Stevens, empresario, millonario y según las damas, todo un galán-no pude evitar sonreir al escucharlo.- Cuéntenos señor Stevens, ¿A qué se debe su éxito?

Thomas se incorporó en su silla cruzando una pierna sobre la otra. Su cabello negro lucía perfectamente corto y arreglado, su rostro moreno, afeitado y sin un solo defecto. Vestía un traje negro con una camisa blanca y corbata que combinaba. De pie era mucho más alto de lo que aparentaba; y sus zapatos, eran hechos a la medida debido a su gran tallaje. Hay quienes dicen que puedes saber el tamaño del pene de un hombre viendo cuanto calza, pues con el sí es muy correcto; que lo digo yo, que soy su esposa: Kiara Mcklein, al casarme con Thomas adopté su apellido. Llevamos 15 años juntos (novios desde que teníamos 16) y hemos vivido malos momentos, pero también los buenos y los mejores.

Perdida en mis pensamientos volví a escuchar a Thomas quien me miraba cada tanto seductoramente.

-Pues, no creo que hayas venido hasta mi casa a preguntarme sobre economía y mercadeo, conocer la necesidad del consumidor y saciarla- Me miraba mientras pensaba que él saciaba más de una necesidad en mí.

-Pero ya que lo preguntas te diré que, todo estaba estructurado para tener éxito y cada empresa que dirijo tiene el mismo propósito, no admito errores y cada empleado lo sabe.

-Ya que menciona los empleados- prosiguió el periodista -podría explicarnos ¿Por qué en cada multinacional que maneja sólo recibe mujeres que cumplan determinados estándares que usted considera como bonitas? Eso parece un típico caso de vender belleza como algo físico y excluyente para quienes no pueden alcanzar dicho nivel.
Thomas cambió el semblante y su rostro se puso tenso.

- No es belleza de lo que estamos hablando, son mis empresas y si mañana deseo contratar mandriles y no gorilas podré hacerlo y ¿Sabe la razón? Porque tengo el dinero y porque sé lo que quiero para mis negocios.

El periodista no estaba muy satisfecho con las respuestas de Thomas y seguía insistiendo en intentar rebasar el ego con que hablaba; sin embargo era prácticamente imposible hacerlo.

-¿Y qué me dice de las pruebas o pasos que deben seguir aquellas mujeres que quieran trabajar para su firma?

-Escúcheme una cosa señor- dijo Thomas exasperado- viene a hacerme una entrevista intentando saber si hay algo ilegal o irregular en mi proceder. ¿Tiene dudas?  Vaya directo a la policía y pida una orden, registre mi casa, mi empresa, revíselo todo.......oh, es cierto- Musitó Thomas tamborileando con los dedos en el regazo- usted ya lo hizo. ¿Podría decirme que halló? Cuéntenos a todos sus hallazgos.

-Nada - murmuró el periodista con rabia- sin embargo, hemos intentado contactar con algunas mujeres que trabajaron para usted y al parecer se rehusan a decir palabra.- Podía detectar cierta frustración en aquel periodista intentando buscar cualquier cosa que le permitiera tener un escándalo completo digno de ser presentado en medios de comunicación. Me relajé. Eso no iba a ser posible este día.

-Es obvio, cada una de mis empleadas firma un acuerdo de confidencialidad.- Thomas volvió a tomar una postura relajada viendo como el periodista sucumbía ante él.

-¿Y para qué deberían firmar dicho acuerdo? - su voz era ahora un hilillo.

-¿Es en serio?- Thomas rió a carcajadas- Oh, no lo sé, tal vez para evitar que brinden información confidencial de mis empresas, mecanismos y estructura. Déjese de tonterías señor...disculpe, no me dijo su nombre, ¿podría recordármelo?

-Dyer, soy George Dyer.

-Bien, señor Dyer. Es lógico que siendo usted un periodista no note que hay personas allí afuera, que también quieren tener éxito o ver a alguien exitoso caer; no hay nada ilegal en pedir que los empleados firmen acuerdos de confidencialidad. Mejor aún y para que usted se alivie, hay cláusulas que hablan acerca de ocasiones donde este acuerdo se puede romper si se atenta contra alguna de ellas. Me imagino que eso tampoco lo sabía ¿verdad?

-no- musitó el señor Dyer.

-Bien, ahí tiene su respuesta- Thomas se pasó la mano por la cabeza peinándose el cabello y sonriendo, como me gustaba su sonrisa.

-Muchas gracias por su tiempo señor Stevens, es todo por ahora.

Thomas se puso de pie acercándose a mí dándome un beso fugaz .
-Vamos al cuarto, debo desestresarme- me susurró tan suave que incluso yo tardé en comprender su mensaje.

Horas después Thomas estaba desnudo y completamente dormido junto a mí, me acurruqué en sus brazos y disfruté de la vida que ahora tenía y de él, mi vida básicamente era todo lo que cualquiera desearía tener y yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que esto así continuara.

Stevens CorporatedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora