El Safado

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Todo comenzó a mediados de marzo, cuando los días aún conservaban el eco del calor del verano y los árboles de Rhode Island empezaban a mostrar los primeros signos del otoño. La ciudad estaba impregnada con una mezcla de colores dorados y verdes, un recordatorio constante de la belleza efímera de la naturaleza.

Fue en una de esas tardes tranquilas cuando la vi por primera vez. Paseaba por las calles, con un aura de inocencia y curiosidad que parecía iluminar su camino. A pesar de haber vivido a solo tres calles de distancia de mi apartamento durante tanto tiempo, su presencia pasó desapercibida para mí, como una nota al margen en un libro olvidado.

Amy Philippe, así era su nombre. Una joven de cabello rojizo y ojos que parecían guardar secretos insondables. Su sonrisa era cálida y sincera, un destello de luz en medio de la monotonía de la vida cotidiana.

Acompañándola estaba su hermana mayor, Anna, cuya presencia era tan vibrante como la de Amy, pero con una energía más desbordante y efervescente. Juntas irradiaban una calidez que era difícil de ignorar, incluso para alguien tan distante como yo.

El rumor de su llegada pronto se extendió por la comunidad como un reguero de pólvora. Las lenguas se desataron, tejiendo historias y especulaciones sobre las nuevas vecinas. Desde el club del té, las ancianas de la ciudad observaban con curiosidad, debatiendo sobre el pasado y el futuro de las hermanas Philippe.

Para mí, sin embargo, su llegada fue solo una nota al margen en mi propia historia. A los veinticinco años, me había acostumbrado a una vida de excesos y placeres fugaces, ignorando todo lo que no estuviera relacionado con mis propias necesidades y deseos.

Pero en el fondo de mi corazón, algo comenzaba a cambiar. La presencia de Amy despertó algo en mí, algo que había permanecido latente durante demasiado tiempo. A medida que los días pasaban, me encontré pensando en ella más de lo que debería, preguntándome qué secretos ocultaban esos ojos llenos de misterio y qué historias podrían contar sus labios.

Quizás, solo tal vez, en medio de mi vida de excesos y hedonismo, había llegado el momento de abrir los ojos y descubrir lo que realmente importaba en la vida.

Los días se deslizaban uno tras otro, y aunque en un principio me desinteresaba por completo la vida de las hermanas Philippe, era imposible evitar seguir escuchando sobre ellas. Eran como capullos recién abiertos, invisibles pero llenos de promesas y expectativas, y su mera presencia parecía desencadenar una tormenta de murmullos y especulaciones en toda la ciudad.

La señora Murphy, una de las vecinas más antiguas y entrometidas de la ciudad, se convertía cada tarde en la anfitriona de un escenario de chismes y cotilleos en su elegante balcón. Acompañada por un grupo de amigas de similar calaña, se entregaba a una sesión de té y murmullos que rivalizaba con cualquier telenovela de horario estelar.

— Espero que estas nuevas vecinas no sean de las que disfrutan demasiado de la vida. — Comentó la señora Murphy con un tono agudo, mientras se llevaba a los labios una taza de té con gesto de desaprobación.

— Margot, ya sabes cómo son los jóvenes de hoy en día, más interesados en sus vicios y placeres que en mantener una conducta respetable —Añadió la señora Williams, con un gesto de disgusto que hacía eco en sus arrugados rostros.

Siempre me había resultado desagradable escuchar las opiniones de esa mujer. No solo porque coincidía con ella casi a diario en mi cafetería favorita, sino también porque desde mi balcón, contiguo al suyo por una casualidad del destino, era testigo de cómo utilizaba su lengua afilada para desacreditar a todo aquel que se cruzara en su camino.

Era desconcertante pensar que estas ancianas, a pesar de su riqueza y posición social, encontraban placer en sembrar la discordia y el descontento en la comunidad con sus insidiosas palabras.

— Ya no hay respeto por los valores familiares — Declamó otra anciana de piel oscura cuyo nombre no lograba recordar, mientras me lanzaba miradas de reproche y se persignaba con las manos. Parecía perturbarle que estuviera observando el atardecer sin camisa frente a ellas.

— Volviendo al tema — Intervino la señora Murphy—. La señora Bennett vive cerca de ellas, y según dice, son bastante amables pero muy reservadas.

— ¡Drogas! — Exclamó de repente una de las ancianas—. Seguro que eso es a lo que se dedican.

El alboroto estalló como un gallinero en plena efervescencia, cada una tratando de superar a la otra en volumen para que su opinión de desaprobación se escuchara.

— ¡Señoras! —gritó la señora Murphy, tratando de restablecer el orden—. ¡Por favor, mantengamos la compostura!

Continuó diciendo que, después de tanta especulación, finalmente habían confirmado los nombres de las nuevas vecinas.

Las ancianas sacaron sus libretos y comenzaron a tomar notas, y comencé a preguntarme si el club de té no sería más que un grupo de investigación o una especie de secta, dada la precisión con la que controlaban la información en la comunidad.

— Empecemos con la más escandalosa —murmuró la señora Williams.

— Bianca Marth —continuó la señora Murphy—. Tiene 21 años y cabello negro.

— Trabaja en la tienda de Robert —añadió la señora Flores.

— ¿En la de tu hijo? —preguntaron algunas, sorprendidas y preocupadas.

— Exactamente —respondió con indignación—. No sé cómo Robert puede permitirlo.

El ambiente se llenó de un pesado aire de condena mientras continuaban con su chismorreo.

— La siguiente es Anna Philippe —intervino mi "encantadora" vecina con un toque de ironía en su voz—. Pelirroja, con un ligero bronceado, alrededor de los 23 años.

— Trabaja como cuidadora en el hospital infantil y en el asilo estatal de la ciudad —añadió otra vecina—. Mi hija la ha visto muchas veces en ambos lugares.

— Y la última es Amy Philippe.

— Creo que es la hermana de la chica anterior —agregó la Sra. Williams—. Mi nieto Max la conoce, asegura que tiene unos 19 años.

— ¿Son pelirrojas naturales? —preguntó una con descaro.

— No, creo que ambas son pelirrojas de nacimiento.

— Debe ser lo único natural que tienen —comentó otra con malicia.

— Que Dios las perdone si están tratando de manchar esta honorable comunidad con sus acciones —exclamó la Sra. Williams con evidente indignación.

Los susurros se intensificaron y todas continuaron soltando sus opiniones sin parar, incapaces de contener sus lenguas.

— ¡Que Dios las perdoné a ustedes! —grité sin mirarlas. Ellas se silenciaron al instante y me miraron con espanto.

— Por destruir con sus palabras a cada ciudadano de esta pacífica comunidad —me puse de pie, me quité los lentes de sol y las miré con desdén—. Creo que me agradaría más ver sus nombres en lápidas.

Sonreí con desdén y asentí con la cabeza como una señal de despedida antes de marcharme. No podía soportar escuchar más sus murmullos. Después de ese encuentro, lo único seguro era que dormiría como un bebé, imaginando sus rostros distorsionados por la malicia.

(....)

Mi interés por Amy fue efímero, una llama que se encendió brevemente para luego desvanecerse en la oscuridad. A pesar de mi juventud, me consumía la arrogancia y el orgullo, cualidades que abrazaba con fervor. A los 25 años, mi vida giraba en torno a fiestas y diversión sin límites, cegado por la creencia de que el mundo se reducía a placeres efímeros, sin prestar atención a lo que realmente importaba.

Supongo que cuando tienes todo desde el principio, no comprendes el verdadero valor de las cosas hasta que es demasiado tarde.

Mis últimos dos años transcurrieron entre destellos de luces multicolores, en habitaciones envueltas en penumbra, con un rostro diferente cada noche en mi lecho, ahogando mis penas en alcohol hasta el límite de mi resistencia física.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora