Estrellas de carton

303 45 8
                                    

La muerte, esa misteriosa compañera que camina silenciosa entre nosotros, a veces elige una despedida lenta y piadosa para aquellos afortunados que han sido seleccionados para experimentarla. Se dice que, en esos momentos, el alma puede viajar suavemente hacia su destino final, sin las angustias y tormentos que a menudo acompañan a la partida. Pero para aquellos de nosotros que decidimos quedarnos, la despedida sigue siendo un doloroso y nostálgico proceso. Es un pequeño lapso en nuestra vida, donde los fragmentos de nuestros recuerdos luchan por ser los primeros en mostrarnos lo que hemos vivido, como una película que se desenrolla en cámara lenta frente a nuestros ojos cansados.

En esos momentos, todos están unidos, incondicionales, esperando pacientemente hasta el último aliento de vida. Es un tiempo de reflexión y aceptación, de abrazos y lágrimas compartidas, mientras nos preparamos para dar el paso hacia lo desconocido.

Y cuando finalmente llega el momento, cuando la larga espera llega a su fin, nos despedimos con una mezcla de dolor y gratitud. Nos despedimos de esta vida, de los seres queridos que dejamos atrás, pero también nos despedimos del sufrimiento y las preocupaciones terrenales. Es el comienzo de un nuevo viaje, una larga vida de descanso donde esperamos encontrar la paz y la serenidad que tanto anhelamos. Porque, aunque la muerte pueda ser inevitable, lo que queda después de ella es el legado de amor y recuerdos que dejamos atrás, como una luz que sigue brillando en la oscuridad de la eternidad. La oscuridad envolvía cada rincón de mi ser mientras me hundía en un abismo de desconcierto y dolor. Mi pecho ardía con una intensidad abrasadora, como si el fuego del mismísimo infierno se hubiera apoderado de mí. Me senté en lo que supuse era el suelo, pero todo a mi alrededor era una vasta extensión de sombras y vacío.

Cerré los ojos lentamente, dejando que el vértigo del tiempo me arrastrara hacia lo desconocido. Sentí como si estuviera siendo succionada por un vórtice imparable, como si mi propia existencia estuviera siendo arrancada de su lugar en el universo. El aire se escapaba de mis pulmones y mi fuerza menguaba con cada respiración entrecortada. La tristeza y el miedo me envolvían como un manto oscuro, amenazando con consumirme por completo. No quería quedarme en ese lugar desolado y hueco, pero ¿cómo encontrar una salida cuando todo lo que veo es oscuridad? Mis pensamientos se convirtieron en un torbellino de confusión y desesperación mientras luchaba por encontrar una brizna de esperanza en medio de la negrura infinita que me rodeaba. ¿Dónde estaba la luz en este abismo sin fin? ¿Cómo encontrar el camino de regreso a la vida que había conocido?

En la oscuridad abismal, donde los susurros del viento se convertían en susurros siniestros y los latidos de mi corazón resonaban como un tambor funesto, me encontraba perdida en un mundo de pesadilla. Cada segundo era una lucha contra la desesperación, mientras mi cuerpo yacía inerte, atrapado en las garras heladas del olvido. Una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla, un eco mudo de la agonía que consumía mi alma. Pero cuando tocó mi piel, en lugar de traer alivio, desató un horror indescriptible. Sentí como el frío de la lágrima se filtraba en mi oído, como si despertara a una entidad maligna que había estado aguardando en la oscuridad.

Un latido ominoso resonó en mi pecho, cada pulsación una advertencia de que algo terrible se acercaba. Y entonces, en la penumbra, empecé a percibir una luz distorsionada y aberrante, una radiación enfermiza que emanaba de la nada. Mis lágrimas, ahora convertidas en una cascada silenciosa, parecían alimentar esa luz enfermiza, haciendo que su brillo aumentara con cada gota que caía. Lágrimas de angustia y desesperación, lágrimas que alimentaban un poder oscuro y siniestro.

La luz creció hasta alcanzar su máximo esplendor, pero en lugar de traer alivio, solo trajo consigo una sensación de terror indescriptible. Un aire cargado de maldad llenó mis pulmones, asfixiándome con su pestilencia.

De repente, desperté bruscamente, mi cuerpo tembloroso y retorcido por el miedo. Inhalé el aire alrededor con desesperación, pero en lugar de calmar mi ansiedad, solo trajo consigo el olor a podredumbre y descomposición.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora