Aparatos

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La semana se deslizó con la gracia de una danza lenta, donde cada día parecía un acorde armonioso en la melodía de mi vida. Los almuerzos con John se convirtieron en el punto álgido del día, donde sus historias encendían destellos de emoción en mis ojos y su sonrisa hacía vibrar cada fibra de mi ser. Entre risas compartidas y miradas cómplices, el tiempo parecía detenerse, como si el universo entero se inclinara para observar nuestra conexión.

En mi hogar, las rosas que John dejaba cada día perfumaban el aire con su dulce fragancia, un recordatorio constante de su amor y atención. Las noches cobraban vida con su presencia, y juntos explorábamos los rincones más íntimos de la ciudad, sumergidos en un mundo de romance y complicidad. Bajo el manto estrellado, nuestras risas resonaban como música celestial, y cada beso robado era un eco de pasión que reverberaba en el silencio de la noche.

Pero incluso en medio del éxtasis del romance, un susurro de duda se insinuaba en mi corazón, como una sombra fugaz en el resplandor de nuestra felicidad. ¿Era posible que este amor fuera demasiado perfecto, demasiado bueno para ser verdad? Sin embargo, cada vez que me sumergía en los cálidos ojos de John, todas mis preocupaciones se desvanecían, y me dejaba llevar por la corriente de su amor, confiando en que juntos podríamos superar cualquier desafío que el destino nos pusiera en el camino.

En esta danza etérea del tiempo, cada momento con John era un fragmento precioso de un cuento de hadas moderno, donde el romance se entrelazaba con la realidad en una sinfonía de emociones profundas y palpables. A medida que el reloj seguía su marcha implacable, nos aferrábamos el uno al otro con más fuerza, sabiendo que nuestro amor era la fuerza que nos guiaría a través de cualquier tormenta, hacia un futuro lleno de promesas y sueños compartidos.

Ese día llegué a la tienda con un brillo especial en los ojos, alimentado por la sola idea de John, aunque lamentablemente no esperaba verlo debido a mi agenda atareada. Mi atuendo era sencillo, pero cuidadosamente elegido: una camisa blanca que resaltaba mi piel, unos cómodos zapatos deportivos y mi cabello recogido en una coleta alta, un estilo que se había vuelto un sello distintivo desde que conocí a John. Sin embargo, mi ánimo se vio repentinamente empañado al encontrarme con la tienda cerrada, un cartel en la puerta con letras grandes y llamativas proclamaba: "Cerrado hasta nuevo aviso".

Busqué frenéticamente en mi celular algún mensaje de mi jefe o mis compañeros, pero la bandeja de entrada estaba vacía, aumentando mi desconcierto y confusión. ¿Cómo era posible que nadie me hubiera informado sobre el cierre repentino del local? ¿Había estado tan inmersa en mis pensamientos que no había escuchado ninguna indicación al respecto? ¿Qué motivos habría tenido mi meticuloso jefe para tomar una decisión tan drástica sin previo aviso?

Mientras seguía parada frente al cartel, tratando de encontrar respuestas que se me escapaban, una voz cálida y conocida resonó detrás de mí, sacándome de mi ensimismamiento y devolviéndome al presente con su suave melodía.

— Tuvo una emergencia familiar —su voz cortó el aire, arrancándome de mis pensamientos y devolviéndome abruptamente a la realidad. Giré hacia él, encontrándome con su mirada intensa y familiar.

— Es extraño que no me haya avisado —mi tono era neutral, pero por dentro estaba llena de interrogantes. Él permanecía frente a mí, impasible, como si estuviera esperando mi reacción, mientras yo intentaba inútilmente llamar al señor Mike.

— No atenderá —su afirmación fue contundente, casi demasiado segura.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? —inquirí, con una mezcla de incredulidad y frustración.

— Porque soy su mejor amigo —respondió con determinación.

— Y yo soy su mejor trabajadora —contesté, intentando sostener mi posición con orgullo, aunque una parte de mí sabía que su relación con Mike era mucho más íntima de lo que yo quería admitir.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora