Nubes Grises

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Al abrir los ojos, la fuerte luz del sol me golpeó en el rostro. Me levanté de la cama y me dirigí a la cocina para ver si había alguien más en casa. Estaba indeciso sobre si Rita había regresado después de lo sucedido. Al entrar a la sala, me di cuenta de que estaba vacía y todo estaba muy limpio y ordenado. Me dirigí a la cocina, que también estaba intacta. No había notas ni mensajes en la contestadora, lo cual me pareció extraño tratándose de Rita. Decidí ignorar ese extraño suceso y me dispuse a darme un buen baño de agua caliente después de una siesta reparadora. Me sentía lleno de energía y con muchas ganas de ver a Amy.

Después de la ducha caliente y unos minutos para elegir mi ropa, tomé unos bocados de una tostada y salí disparado como una bala hacia el hospital. No había recibido ningún mensaje de Anna en mi celular, pero supuse que estaría ocupada y no había podido prestarle atención al teléfono. En cinco minutos llegué al hospital, después de haber descubierto cuál era tras algunas horas. Entré con confianza y un ánimo elevado, ansioso por llegar. Estaba tan emocionado que se me había olvidado traerle flores a Amy, pero eso no importaba mucho dadas las circunstancias. Tendría todo el tiempo del mundo para regalarle muchas otras. Toqué la puerta de la habitación por cortesía y, casi milagrosamente, la misma enfermera que había estado con Anna el día anterior me abrió la puerta.

— Buen día —saludé.

— Buen día —respondió ella—. Ella te está esperando —añadió.

— Muchas gracias.

Entré en la habitación y me encontré con su hermoso rostro mirándome fijamente. Su sonrisa era débil, pero su mirada era firme e impenetrable como una roca. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y sentí el impulso de saltar sobre ella y no soltarla nunca más. Mis pies se apresuraron para cubrirla con un enorme abrazo de oso. Su piel estaba un poco fría y tensa, marcada por muchos moretones, pero su alegría estaba intacta. Sus labios fríos besaron los míos con suavidad y luego me senté a un lado de su camilla para hablar.

— No sabes cuánto te extrañé —confesé, sintiendo cómo una lágrima escapaba de uno de mis ojos.

— Está bien, ya estoy aquí —respondió, pasando una de sus manos por mi mejilla.

— Estás congelándote —murmuré, tomando sus manos y soplando aire caliente entre ellas para calentarlas—. ¿Quieres que les pida a las enfermeras que mejoren la calefacción?

Miré hacia la puerta de la habitación y noté que estaba cerrada y vacía, lo cual me sorprendió un poco, pero no le di demasiada importancia.

— Estoy bien así, créeme —pidió de manera eficaz.

— ¿Cuándo vendrás a casa conmigo? —pregunté ansioso.

— Aún no lo sé, siguen haciéndome unos exámenes —aclaró ella.

— ¿Por qué? ¿Qué sucede? —inquirí, preocupado.

— No es nada grave —explicó la pelirroja—. Tengo algunas heridas en el cuerpo aún y al parecer algunas están infectadas, me las están tratando con medicamentos.

Mi rostro se entristeció y no pude evitar sentir una leve preocupación por lo que decía. No entendía muy bien lo que me explicaba y nadie parecía querer proporcionarme más información. Por más pequeño que fuera lo que estaba ocurriendo en su cuerpo, algo en mi interior me decía que debía temer más de lo que aparentaba su simpleza. Ella volvió a sonreírme, intentando calmar mi alma abatida. Sus labios eran dulces y apasionantes, pero seguía sintiendo ese frío en los besos de mi amada.

— Te amo —confesó ella—. Con toda mi alma.

— Yo... —comencé a decir, tomando su mano y sintiendo el dorado anillo en su dedo—. Te amo como...

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora