Fantasmas: El primer Encuentro

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— ¿Me amas? — preguntó Loren, su voz resonaba en la habitación como un eco oscuro y profundo, envolviéndome en una atmósfera cargada de incertidumbre.

La pregunta me golpeó como un rayo. ¿Amor? ¿Qué sabía yo del amor? Ni siquiera entendía del todo qué significaba esa palabra.

— ¿Por qué importa tanto? — respondí con voz temblorosa, sintiendo el peso de la responsabilidad aplastándome.

Loren se acercó, su presencia era como una sombra que me envolvía, atrapándome en sus redes. Sus labios rozaron los míos con una delicadeza perturbadora, y por un instante, me sentí perdido en un abismo de deseo y confusión.

— ¿Me amas? — Su súplica resonaba en mis oídos, sus ojos destilaban una mezcla de anhelo y oscuridad.

Me encontraba en un torbellino de emociones, luchando por comprender lo que estaba sintiendo. Pero no podía escapar de la sensación de estar atrapado en un juego peligroso del que no entendía las reglas.

— No lo sé... — murmuré, sintiendo cómo la sombra del miedo se apoderaba de mi corazón.

Loren me abrazó con fuerza, y por un momento, me sentí envuelto en su oscuridad, incapaz de distinguir entre la luz y la sombra. En ese instante, supe que dependía de ella para encontrar mi camino en este laberinto de emociones turbias y desconocidas.

Era como si cada fibra de su ser estuviera impregnada de pasión y deseo. Loren se entregaba al sexo con una intensidad arrolladora, como si esa fuera su única razón de ser. No era el tipo de mujer que podrías llevar a casa para presentar a tus padres como tu futura esposa. No, Loren era un espíritu libre, imposible de contener. No tenía miedo de romper las reglas ni de seguir las expectativas de los demás; ella vivía según sus propios instintos, guiada por el impulso del momento.

Para ella, el sexo era una forma de liberación, una vía para explorar los límites de su propia existencia. No había ataduras ni cadenas que la sujetaran; ella simplemente se dejaba llevar por el flujo de la vida, sin preocuparse por lo que pudiera deparar el mañana. Su espíritu libre y salvaje era lo que la hacía tan irresistible, tan imposible de ignorar.

Estar con Loren era como sumergirse en un torbellino de emociones y sensaciones, donde el único mandato era dejarse llevar por la corriente del deseo. Y aunque sabía que no era la elección más convencional, no podía evitar sentirme atraído por su aura de libertad y pasión desenfrenada.

Después de nuestros primeros encuentros, solía llevarle flores y visitar a su abuela, aunque para Loren esos gestos eran más bien incómodos y fuera de lugar. No le gustaban las formalidades ni los protocolos; para ella, el amor se expresaba de manera más visceral y directa. Así que nuestros encuentros solían ocurrir en la casa de mis padres, donde encontrábamos la privacidad necesaria para entregarnos a nuestros momentos de pasión.

Loren disfrutaba del riesgo y la emoción del peligro. A menudo, cuando mis padres llegaban sin avisar, nos escondíamos en los armarios o en el baño, conteniendo la respiración mientras escuchábamos sus voces cercanas. En esos momentos de tensión, Loren no dudaba en desatar su deseo, bajando mi pantalón y brindándome placer con su boca hasta que la excitación nos envolvía por completo. Era un juego peligroso, pero para Loren, la emoción del riesgo lo hacía aún más excitante.

A pesar de nuestra conexión intensa, Loren nunca quiso que la llevara a su casa ni aceptaba acompañarme a otros lugares. No le interesaba tener un celular ni estar disponible todo el tiempo. Para ella, la libertad era sagrada, y cualquier forma de atadura era vista como una limitación a su estilo de vida. Aunque a veces parecía estar rota y sin ganas de seguir adelante, en otras ocasiones irradiaba una energía tan poderosa que parecía iluminar mi mundo entero.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora