Karma

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" Confiar en el que te promete el cielo y te jura su amor, es dejarte enterrar viva con unas dulces palabras y un podrido corazón."

— Amy Philippe.

Desperté en medio de un maremágnum de sensaciones desagradables: un fuerte dolor palpitante en una de mis mejillas y una sustancia viscosa que me impedía respirar correctamente. Con un esfuerzo titánico, abrí los ojos para encontrarme en un lugar oscuro y sucio que apenas reconocía como el granero de la cabaña. Cada movimiento era una tortura, como si cada músculo de mi cuerpo protestara por el simple hecho de existir.

Miré hacia afuera, donde apenas se filtraba la luz del sol, y vi la esquina de la cabaña, recordando fragmentos aterradores de lo que había sucedido. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras mi mente luchaba por reconstruir los eventos de la tarde anterior. Imágenes difusas de miedo, dolor y desesperación se agolpaban en mi mente, como si se negaran a ser olvidadas.

Con un esfuerzo sobrehumano, logré arrastrarme hasta una de las paredes y, apoyándome en ella, me puse en pie. Cada músculo protestaba, cada movimiento era una agonía, pero sabía que tenía que encontrar a Amy. Cojeé hacia la cabaña, ignorando el dolor en mi pie hinchado, impulsado por la desesperación y el miedo.

Al entrar en la casa, una sensación de opresión me envolvió, como si el propio aire estuviera cargado de oscuridad y angustia. Sabía que John y sus secuaces no estaban presentes, pero eso no me tranquilizaba en lo más mínimo. La rabia ardía dentro de mí, alimentada por la impotencia y el miedo, y sentía que la oscuridad de Loran se cernía sobre mí, amenazando con consumirme por completo.

Mis manos temblaban ligeramente mientras sostenía el arma, una sensación fría y pesada en mi pecho me recordaba la gravedad de la situación. Recordé las lecciones de mi padre sobre el manejo de armas, las tardes en el campo de tiro donde nos enseñaba a Rita y a mí la importancia de la precisión y el control.

El sonido del teléfono rompió el silencio de la casa, y mi corazón dio un vuelco. Me dirigí hacia la cocina, donde estaba el dispositivo, sintiendo el peso de la incertidumbre en cada paso. Al ver el número desconocido en la pantalla, mi mente se llenó de preguntas y dudas, pero la necesidad de respuestas superó mi vacilación.

— Diga. — Mi voz sonó firme, a pesar de la ansiedad que sentía.

La voz al otro lado de la línea me instó a prestar atención, y mi mente se enfocó completamente en sus palabras. Sabía que lo que iba a escuchar podría cambiar el curso de los acontecimientos, y estaba dispuesto a escuchar cada detalle con atención.

— Presta mucha atención porque no lo repetiré. — Aclaro una voz totalmente desconocida. Seguí escuchando con mucha atención sin interrumpir.

— Hicimos una parada a media noche para descansar, te mandaré una ubicación en tiempo real a este celular. Pero debes salir ahora para que tengas tiempo de alcanzarnos. — De acuerdo. — No lo arruines.

Terminó colgando la llamada. El peso de la responsabilidad se hizo más evidente con cada palabra que escuchaba. La urgencia en la voz del interlocutor me empujaba a actuar con rapidez y determinación. Acepté la tarea con una mezcla de determinación y nerviosismo, consciente de que cada segundo contaba.

Al colgar, sentí un torrente de emociones encontradas. La gratitud se mezclaba con la ansiedad, mientras mi mente se esforzaba por comprender quién podría estar del otro lado de la línea, dispuesto a arriesgarlo todo por mí. Sin embargo, no había tiempo para reflexionar sobre ello en ese momento. Tenía una misión que cumplir, y debía actuar sin demora.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora