Revelaciones

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Abrí los ojos y me encontré sumido en una confusión dolorosa. El cuerpo entero me dolía, como si hubiera sido golpeado por un camión. Sentía la rigidez de mis costillas rotas y la sangre seca en mi rostro, pero no tenía ni idea de cómo había llegado a ese estado ni dónde me encontraba. La preocupación pesaba en mi pecho como una losa.

Con dificultad, me arrastré fuera del granero donde me hallaba, apoyándome en las paredes para mantenerme en pie. A medida que avanzaba hacia la salida, el entorno se volvía más frío y luminoso. Mis pasos se volvieron más rápidos, ansioso por escapar de aquella deslumbrante claridad que me envolvía.

Finalmente, la luz me envolvió por completo, transportándome a un lugar blanco y silencioso. Aún apoyado en la pared, cubierto de mugre, observaba a las personas pasar a mi lado como si fuera invisible. Médicos, enfermeras, todos parecían ignorarme por completo. Continué caminando por el largo pasillo, hasta que divisé una enorme puerta blanca. La luz que emanaba de ella me llamaba con una fuerza irresistible. Atravesé el umbral con determinación, sintiendo cómo la luz lastimaba mis ojos.

Con una mano protegiendo mi vista, comencé a distinguir las formas familiares del lugar. Las personas seguían pasando a mi alrededor, como si no existiera. Agarré la perilla de la puerta con firmeza y avanzaba hacia el interior, atrapado por la necesidad de llegar hasta el final. La luz me cegó momentáneamente, pero en medio de aquella luminosidad, pude ver su rostro. Un rostro de ángel, limpio y sin heridas. Sus ojos brillaban de alegría al verme, y su presencia me llenó de esperanza en medio de aquel extraño y desconcertante lugar.

Ella permanecía sentada en su camilla del hospital, envuelta en esa típica bata que usan los pacientes internados. Sus brazos se extendieron hacia mí, y sentí como si estuviera flotando. Mi corazón se expandió, lleno de su calor, de su amor...

Una sonrisa inundó mi rostro, la felicidad se apoderó de mí al saber que todo había valido la pena, que no habría obstáculos que nos separaran. Di pequeños pasos, saboreando cada instante de ese momento en mi vida, algo que en momentos de duda había parecido imposible.

Me detuve frente a sus hermosos ojos, que parecían querer devorarme con la intensidad de su mirada. Con suavidad, acaricié una de sus mejillas, y en ese instante, el contacto de nuestra piel desató emociones y placeres que habían estado ocultos por el miedo y el terror. Mi piel se erizaba, mis pupilas se dilataban, y mi corazón latía con fuerza, como si estuviera listo para correr un maratón.

El delicioso aroma a vainilla llenó mis fosas nasales, y el dulce sabor en mi boca evocó momentos memorables. Ella sonrió, con su mirada fija en mi rostro, y luego apoyó su cabeza en mi pecho. Respiré profundamente, sintiéndome en paz, en completa armonía conmigo mismo y con el mundo. No sabía qué depararía el futuro después de toda esta tempestad, pero lo que sí sabía era que Amy estaría conmigo por mucho tiempo.

Tomé sus mejillas con ambas manos, queriendo admirarla un poco más, cuando escuché su voz, suave y distante, que resonó en mi interior:

—Despierta...

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, el miedo se apoderó de mí y la habitación comenzó a llenarse de sombras. Me aferré a su cuerpo, sintiendo cómo las tinieblas se extendían por las paredes. Ella me abrazó con fuerza, ocultando su rostro en mi pecho para no perder la calma. Cerré los ojos con fuerza, luchando contra el pánico que amenazaba con consumirme.

—¡Despierta!

volví a escuchar, como un eco que me hacía tambalear en el borde de la realidad. Abrí los ojos de golpe, sintiendo un mareo repentino y una opresión en el pecho. Cuando mi visión se enfocó, me di cuenta de que mi rostro descansaba en la camilla del hospital y mi cuerpo estaba sentado en la silla del acompañante. Cuando mi vista se aclaró, reconocí el tierno rostro de Anna, la hermana de Amy, y a su lado una mujer vestida de blanco con el uniforme del hospital que no recordaba. Un escalofrío me recorrió de inmediato, levantando la cabeza para confirmar lo que mi mente me gritaba: estaba en una habitación de pacientes internados. La camilla estaba vacía, pero muchas de nuestras pertenencias que habíamos llevado a la cabaña estaban apiladas en un rincón de la habitación. No fue difícil entender lo que estaba sucediendo.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora