Trago Amargo

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"Los senos de verdad tienen sus propias historias, las nalgas de verdad llevan las huellas del tiempo, las pieles de verdad muestran la vida en cada marca y arruga... Y eso es lo que nos hace auténticos, lo que nos hace humanos."

El día despertó con una calidez especial, como si el sol decidiera abrazar la mañana un poco más intensamente. La suave brisa que se colaba por la ventana me acariciaba la piel, trayendo consigo un susurro de frescura y renovación. Cuando abrí los ojos, el resplandor dorado del amanecer inundó la habitación, iluminando cada rincón, cada detalle.

Y allí estaba él, Sebastián, reposando sereno a mi lado, su rostro bañado por la luz del nuevo día. Era como si los rayos del sol hubieran decidido detenerse en su piel, resaltando su belleza de una manera única. Una sonrisa se asomaba en sus labios, incluso con los ojos cerrados, como si estuviera sumergido en un sueño placentero.

Mis latidos se aceleraron al ser descubierta contemplándolo, pero no pude evitarlo. La simple presencia de Sebastián era suficiente para hacer latir mi corazón con fuerza, como si fuera la melodía más dulce que jamás hubiera escuchado. Y cuando finalmente abrió los ojos, su mirada profunda y penetrante me atrapó, sumergiéndome en un mar de emociones y complicidades compartidas.

Aquella mañana, algo en mí cambió al contemplar a Sebastián de una manera distinta. Cada rasgo suyo, cada detalle, parecía grabarse en mi mente de manera indeleble. Era como si su presencia se hubiera convertido en una obra de arte que me hipnotizaba. Sonreí al ver mi reflejo en sus ojos, sintiéndome en el lugar correcto, en el momento correcto.

—Lo siento— murmuré, interrumpiendo el silencio de la habitación.

—¿Por qué? — preguntó él, con una mirada curiosa.

—No quería despertarte, es muy temprano aún —expliqué, tratando de ocultar mi sonrojo.

—Volveré a dormirme si es lo que deseas— respondió, con una sonrisa juguetona. —Por cierto, ¿así acostumbran a dar los buenos días en tu país?

Reí suavemente. — No quiero ser cliché.

"Bueno", dijo con complicidad. "En ese caso, lo siento para ti también".

Sus palabras fueron seguidas por un beso tierno y delicado que me transportó a un estado de ensueño. Cerré los ojos, entregándome al momento, y me dejé llevar por la suavidad de sus labios. La sensación era embriagadora, y en un instante, caí en un profundo sueño. Estaba agotada y sinceramente, no tenía muchas ganas de levantarme.

Después de unas horas de sueño profundo, mi subconsciente finalmente me dejó volver a la realidad. Al girar hacia un lado de la cama, buscando el calor reconfortante de Sebastián, me encontré con una superficie fría y vacía. No había rastro de él, ni siquiera había notado cuándo se había ido. Consulté el reloj de mesa, que marcaba las 10:00 AM, y me senté en la cama, buscándolo con la mirada en vano. La sábana se deslizó, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo, y recordé lo que había sucedido la noche anterior, sintiéndome repentinamente avergonzada.

Busqué un camisón en la cómoda y me levanté de la cama con determinación. A pesar del hambre que me consumía y de la sensación incómoda entre mis piernas, decidí que no me quedaría allí quejándome. Necesitaba encontrar a Sebastián, asegurarme de que todo estuviera bien y, sobre todo, estar a su lado.

Llegué a la sala y encontré un espacio vacío, tan desolado como mi habitación. Ni siquiera había rastros del paso de Rita por allí ese día, lo que me preocupó aún más. ¿Dónde podía estar? ¿Por qué no había regresado? Empezaba a inquietarme por su repentina desaparición. Justo en ese momento, mi celular vibró sobre la mesa, y corrí hacia él para revisar las notificaciones. Tenía numerosas llamadas perdidas y mensajes de Anna, quien hacía dos días que no sabía de mí y seguramente estaba preocupada. Anna siempre había sido dramática y sobreprotectora cuando se trataba de mi bienestar.

Cenizas en el CorazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora