IV: Jaden.

288 49 16
                                    

EVAN.

He perdido la noción del tiempo y he de admitir que me aburro un poco. Nadie está hablando. Nadie dice nada respecto la misión. Todos están pensando en si volveremos a casa, o al menos, eso es en lo que pienso yo.

No puedo evitar ponerme en lo peor y sé que mi hermano está haciendo lo mismo. ¿Y si no llegamos vivos a Enerus a la noche? ¿Cómo podremos hacerle saber a nuestra familia que la queremos más de lo que se imaginan? ¿Cómo le diremos a Hasret que prosiga su camino y que deseamos que sea feliz? ¿A la abuela que la veremos más pronto que tarde en el cielo? (Y eso es una realidad. Hasta ella bromea con eso a veces) ¿Cómo le diremos a mamá que debe ser fuerte para afrontar nuestra pérdida?

¿Merece, pues, la pena tener el don del peligro?

Veo a Helen de refilón y está moviendo los labios, como si estuviese rezándole al Dios rojo porque no cree que va a sobrevivir. O como si estuviese hablando con algo inexistente. Sea lo que sea, justo en ese momento la nave empieza a moverse de forma brusca y todos nos golpeamos contra la pared. Helen ha dejado de mover los labios y se pasa una mano por la frente.

Mis compañeros gritan. Intento ponerme de pie pero me caigo debido a otra fuerte sacudida. Mi hermano se hace una herida en la cabeza pero está consciente. Voy junto a él y le tiendo un pañuelo de mamá que acepta en silencio. Se lo pone en la cabeza y miro hacia todos lados, lamentándome que no haya hielo. Es lo que más falta le hace.

—¡¡VAMOS A MORIR!! —chilla histérica la chica que me cae mal. Sus gafas se le caen al suelo y mi amigo las rompe de un pisotón—. ¡¡IDIOTA!! ¡ERAN MUY CARAS!

—¡Y a mí que me importa! —exclama él, que intenta no hacerse daño.

Helen vuelve a mover la boca y me intento acercar a ella para decirle unas cuantas cosas, pero la nave vuelve a sacudirse más fuerte que las otras veces y me propulsa lo más lejos posible de ella. Helen sigue a lo suyo totalmente concentrada y me replanteo si es hora de imitarla y rezarle una última oración al Dios rojo. Quizá estos son nuestros últimos momentos de vida.

Helen apoya una mano en el suelo de la nave y segundos después impacta contra un suelo. Las luces parpadean, el chico con el que no tengo trato está desmayado y el resto se aferra a las patas de los asientos inútilmente.

La nave por fin se queda quieta.

El silencio es sepulcral los primeros cinco minutos, en los cuales, las luces se han fundido. Al comprobar que realmente estamos en tierra firme y que no va a suceder nada más que atente contra nuestras vidas, me aproximo a gatas hacia donde creo que está la puerta y la empujo con todas mis fuerzas, abriéndose pesadamente y permitiendo que los rayos del sol entren.

—¿Estáis bien? —pregunto, levantándome.

—¡No! —solloza mi compañera—. ¡Quiero volver a casa!

—Dif está desmayado —dice mi amigo, aunque ya lo sabía.

Entre él y mi hermano le sacan de la nave y le despiertan a base de tortas.

Obligo a las dos chicas a salir de la nave, ya que ninguna de las dos se veía capacitada para ello. Helen ha recuperado su tonalidad de piel y la otra está cagada de miedo.

—Evan —me llama mi hermano. Me aproximo hacia él y me señala un cartel con cierta preocupación—. No estamos en Brasil... Estamos en Nigeria.

Nigeria, México y Egipto. Esas son las tres ciudades más importantes para los exiliados junenses. Nuestra nave nos ha desviado y no hemos acabado en nuestro destino, lo que nos pone en un gran aprieto. ¿Cómo haremos para volver?

Saga meses del año II: El golpe de mayo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora