La combustión espontánea: Fuego que cae del cielo

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· Misterio // Enígma

Siempre se han contado historias sobre hombres y mujeres alcanzados brutalmente por un “fuego” invisible que los reduce a cenizas mientras todo lo que los rodea queda intacto.

Los casos de combustiones espontáneas de seres humanos son numerosos en todos los países. La mayoría de ellos ha causado la muerte de sus víctimas, por lo que la policía los ha investigado. Por esta razón, existen numerosos documentos fotográficos sobre los sucesos más recientes, así como informes de los expertos, aunque ninguno proporciona una explicación de los hechos, de todos estos ataques del “fuego del cielo” como lo llamaban los antiguos.

El caso más espectacular es, sin duda, el que padeció una norteamericana de 67 años, la señora Maria Reeser.

EL CASO

En ese atardecer del 1 de julio de 1951, el tiempo está muy bueno en Florida y en el puerto de San Petersburgo donde vive la señora Reeser, aún cuando se siente que se aproxima una tormenta subtropical. Hacia las 9 P.M, la señora Carpenter, propietaria de la casa en la que vive la señora Reeser, pasa a saludarla y encuentra a la anciana en bata, sentada en un sillón y fumando un cigarrillo. Ella es la última persona que la vió con vida.

A las 8 A.M de la mañana siguiente, la señora Carpenter, quien había sentido olor a quemado cerca de las cinco, descubre que la manilla de la puerta del departamento de la señora Reeser está tan caliente que quema. Pide ayuda a dos obreros y, cuando logran abrirla con un trapo, un viento caliente escapa del interior.

En el departamento vacío, en medio de un círculo ennegrecido de cerca de un metro veinte de diámetro, quedan algunos resortes del sillón, las cenizas de un velador y las partes metálicas de una lámpara y lo que resta: un hígado carbonizado unido a un ligamento de columna vertebral, un cráneo encogido al tamaño de una pelota de béisbol, un pie calzado con una pantufla de raso negro, quemado hasta el tobillo, y un montoncito de cenizas ennegrecidas. Nunca una combustión espontánea había sido tan completa ni tan impresionante.

La investigación que siguió a los hechos reunió a expertos del FBI, a médicos, a especialistas en incendios criminales y a meteorólogos, incluso los fabricantes del sillón fueron citados para que trataran de probar que éste no pudo incendiarse por si mismo o explotar. Todo para llegar a ninguna conclusión y terminar con un informe policíaco poco probatorio de que la señora Reeser se quedó dormida con un cigarrillo en la mano, prendiendo fuego a su vestimenta. El fuego se habría propagado al sillón, el que produjo el calor que destruyó el cuerpo, el velador y la lámpara. Estas conclusiones fueron contradichas por los hechos. En efecto, para poder reducir los huesos a cenizas, se habría necesitado una temperatura de por lo menos 1.650 grados, la que el simple incendio de un sillón o de la ropa sería incapaz de producir.

Las expresiones categóricas del informe chocan con las declaraciones del detective Cass Burgess, un año más tarde: “El asunto sigue abierto. Seguimos tan incapaces de determinar cuál fué la causa lógica de esta muerte como cuando entramos al departamento de la señora Reeser”.

Las combustiones espontáneas presentan algunas constantes: la víctima parece no tener conciencia de lo que le sucede, el calor producido es muy intenso, el fuego no se extiende, hasta el punto que algunas victimas han quedado carbonizadas mientras que su vestimenta ha quedado casi intacta. Además, ningún lugar parece ofrecer protección, ni siquiera los espacios abiertos, los barcos, los vehículos e incluso los ataúdes.

En cuanto a los médicos que niegan la realidad de este fenómeno que no logran comprender, olvidan que un cierto número de sus colegas figuran entre las victimas de una larga lista de combustiones espontáneas.

Enígmas y misterios del mundo #1 [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora