"-Señora, ¿qué significa el pelo blanco?"

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SauraÍbamos a huir, a marcharnos de aquél lugar lleno de satos, pero Theo venía, a pesar de ser un posible enemigo

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Saura
Íbamos a huir, a marcharnos de aquél lugar lleno de satos, pero Theo venía, a pesar de ser un posible enemigo.
-Vamos- dijo y se levantó. Fuimos hasta la trampilla y subimos por una escalera de cuerda. Mis sospechas se confirmaron, estaba en el sótano de una cabaña, pero no como las de Élcormuns o Pattiah –los pueblos al rededor del castillo– sino que era la cabaña típica de Saska, una ciudad que también era importante y que antes de que empezara la guerra estaban reformando. Una cabaña octogonal de dos pisos hecha de madera en la que al caminar los tablones crujían bajo nuestros pies. En aquella ciudad vivía yo hacía mucho tiempo y allí fue donde conocí a Peter y a Lea, a los dos de forma accidental. Había tantos recuerdos; tanto buenos como malos. Me acordé de cuando mi madre murió y yo tenía que cuidar a mi hermano pequeño, que solo tenía 3 años y jugaba con cualquier cosa. Le preguntaba a los ancianos por qué tenían el pelo blanco. Me acordé de la respuesta que le dio un día una mujer:
"-Señora, ¿qué significa tener el pelo blanco?"- preguntó mi hermano.
"-Eso, hijo mío, significa que viviste." Respondió la mujer.
Pero también hubo malos tiempos. Hubo épocas en las que no había qué beber o que comer.
Y todo eso fue por una guerra, hace unos años, cuándo después de apoderarse de Cason los satos intentaron conquistar Zodiaco...

-Vamos a salir y tenemos que correr, en esta parte de la ciudad hay bastantes satos.- murmuró Theo.
-¿Pero a dónde vamos?
-A buscar a tus amigos, ¿sabes dónde pueden estar?
-Creo que sí, se dirigían hacia Élcormuns.
-Pues vamos-dijo- y deja de mirarme así.
Era un creído.
-Y tú deja de tratarme como si fuera la indefensa Saura que no sabe valerse por sí misma- contraataqué inútilmente.
"De verdad Saura, tienes que aprender a contestar" recordó mi subconsciente.
- Saura... me gusta.- y me guiñó un ojo.
- Theo...lo odio.- sonreí y me dirigí hacia la puerta.
«Theo... en realidad suena bien», pensé.
-Espera- dijo y fue a buscar algo. Cuando volvió me entregó un saco de tela- dentro hay ropa, póntela.
-¿Qué? ¿Por qué?- no me pensaba cambiar delante de él. Delante de nadie, en general.
-Tienes el uniforme de la Guardia, te matarán enseguida. Y seguro que el negro te queda genial.- dice mirándome.
-Es violeta oscuro, imbécil.-contesté abriendo la bolsa. Dentro había una capa con capucha y ropa blanca, gris y lila.
-Violeta, negro, son lo mismo- dijo sonriente. En ese momento conectamos y supe que algo había cambiado en los dos. Solté una carcajada.
-Shh, mi hermano sigue en la cabaña.- dijo señalando a las escaleras- Él no está de nuestra parte.
-Lo siento- dije porque no sabía qué responder.
-Da igual- dice, pero yo sabía que nada de eso daba igual. Recordé cómo era su hermano. Parecían idénticos solo que era más corpulento y una cicatriz cruzaba de arriba a bajo toda su cara, pasando por un ojo de cristal.
Se dio la vuelta y me puse los pantalones sueltos grises con degradado lila y una camiseta gris. Me puse la capa y me di verdadero asco. Vestía los ropajes de los que mataron a mi padre.
-Ya- le avisé y se giró de nuevo.
-Ponte la capucha, los satos suelen tener el pelo claro, pero el resto lo tiene oscuro.- nunca me había fijado. Realmente, nunca había visto satos elfos, solo licántropos y orcos.
Salimos y procuramos no ser vistos, caminábamos rápido y con la cabeza agachada. Yo llevaba la capucha puesta, pero Theo no. Nos infiltramos en la masa de gente que caminaba por la calles, pero los vigilantes no tardaron en sospechar, nos habían visto. En la salida de Saska, empezamos a correr.
-¡Sígueme!- gritó él. Atravesamos un pequeño bosque y nos escondimos bajo una enorme roca mientras escuchábamos el sonido del trote de un caballo. Cada vez eran más fuertes, hasta que se pararon de repente. Noté como Theo se tensaba. Me miró con sus ojos color miel y me di cuenta de que me gustaba. Escuchamos unos pasos y me encogí, esperaba que no nos viesen allí, debajo de la roca. Una espada pasó por delante de la roca, rozando la piedra. Sentí el latido de mi corazón en la cabeza, pero los trotes de caballo volvieron a surgir y me inundó la calma.
-¿Se han ido?- susurré. No quería que siguiesen ahí, no quería moverme ni que él se moviese, tenía mucho miedo.
-No lo sé, voy a mirar- se levantó lenta y sigilosamente y por instinto lo agarré del brazo. Lo solté inmediatamente, al ver un atisbo de sonrisa en sus labios y salió completamente del refugio.

Pasaron algunos minutos que se hicieron eternos y aún no había vuelto. Me preocupé, no sabía donde estaba y empezaba a anochecer. Me mordí las uñas, Mis manos estaban frías y temblaban. El frío invernal aparecía ya en otoño. No aguanté más y fui a mirar. El aliento formaba nubes blancas en el aire.
Theo no estaba y se me congela el alma, o me había dejado tirada o se lo habían llevado.
Sin él me sentía vacía, no sabía a dónde y ir o qué hacer, estaba perdida en medio de un bosque por el que pasaban satos y muy probablemente estuviese vigilado. Sin guía, sin brújula y sin nada. Ya estaba idealizando mi situación cuando por un camino de piedras escuché unos pasos rápidos y constantes. Pensé en esconderme, pero vi a Theo e inconscientemente sonreí.
-Ho-hola de nuevo- dijo exhausto apoyando las manos sobre sus rodillas- vi algo y lo seguí, era un carruaje, siento no haberte dicho nada.
-¿Qué has descubierto?- pregunté.
-Una posada, a poca distancia de aquí, vamos.- me cogió de la mano y tiró de mí.
Sus manos calientes apretaban las mías proporcionándome un agradable y tenue calor.
-¿Por qué sonríes?- preguntó.
-Porque volviste.
-¿Y estás feliz porque he vuelto?
-Estoy feliz de que hayas encontrado una posada.
-Ah.
Caminamos despacio por un camino lleno de piedrecitas y graba qué crujían bajo nuestros pies. A lo largo de todo el camino quedaban rastros de la guerra anterior; espadas clavadas en los árboles, manchas de sangre secas en el suelo y en la hierba... Tardamos más o menos cuarenta minutos y llegamos a la posada.

Esperaba que hiciera más calor. Entramos por la Taberna y ellos estaban allí, sentados hablando en una mesa. Lea me vio y corrió hacia mí y le di un abrazo.
-Pensaba que te habían hecho daño o matado o algo- me dijo.
-Bueno... Es largo de explicar.
-Y traes premio, ¿no?- señaló a Theo y el rubor subió a mis mejillas.
-Otra larga historia.

Después de alquilar las habitaciones hablamos y les presenté a Theo. Paul lo miraba con cara de asco desde que lo vio. Cenamos y nos fuimos a dormir. Yo, Lea y Libra en la misma habitación. A pesar de que los colchones chirriaban y las mantas eran ásperas nos dormimos rápido.
En las palabras de la noche... el silencio.

Alguien abrió la puerta de repente.
Era Theo, sudando y con el pelo revuelto. Una pesadilla terrible, supuse. Caminó hacia mí, puso las manos en mis mejillas y me besó. Libra salió de su cama y desapareció por la puerta.
-Gracias- dijo Theo.
-Ha sido un placer- le sonreí.
- Caray, sí que vais rápido- dijo Lea.
Theo me abrazó. Un abrazo qué, si fuera por mí, duraría toda la noche. Pero como cada cosa buena, tiene un tiempo excesivamente limitado. Theo se calmó y se fue. ¿qué acababa de suceder? No lo sabía, pero no me importaría que se repitiera. El mundo de Morfeo me reclamó y lo último que pensé antes de caer profundamente dormida era que Theo tenía algo especial.

El libro de Doragon. #EWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora