La historia de una niña llamada Libra.

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PaulPregunté muchas cosas a Saura, la elfa, a las cuales la mayoría respondió con una voz calmada y serena

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Paul
Pregunté muchas cosas a Saura, la elfa, a las cuales la mayoría respondió con una voz calmada y serena. Otras preguntas pasaba de ellas olímpicamente mirando a las paredes o marchándose a hablar con otra persona y no conseguía respuestas de ningún elfo de la sala, algunos me miraban incrédulos y otros incluso con odio. Inquieto, salí de la estancia y encontré un gran pasillo. Tenía hermosos cuadros y estaba pintado de un color verde azulado por el que había dibujada una enredadera. Todos caminaban apurados y llevaban de un lado a otro objetos de decoración, tartas, comida... Como si fueran a organizar una gran fiesta.
–Disculpe– dijo un niño de unos 5 años con una bandeja más grande que él–paso, por favor.
Como Saura, su cara estaba enmarcada por unas líneas atigradas y tenía unos ojos grandes y anaranjados, parecidos a los de un gato.                                              –¿Te ayudo?
–Vale– contestó pasándome la bandeja. Se detuvo un momento a mirarme –¿eres un mago?–. No sabía cómo responder a eso.
–Ehh, no. Soy normal. Osea, normal... en... mi... mundo. Soy un humano.– el niño abrió mucho los ojos y soltó un «ohhh».
–¿Es verdad que los humanos sois tan fuertes como los titanes?
–No, pequeño, los humanos no somos tan fuertes– respondí sonriéndo.
–Mi hermana me dice siempre que los humanos tienen una capacidad que a los titanes no se le permite. Los humanos pueden soñar y la fuerza de sus sueños los vuelve imparables.– dijo describiendo todo con gestos.
-Tu hermana es muy sabia, ¿no crees?
-Se llama Saura, no Sabia.- me corrigió y empecé a reír. Caminé por donde me indicaba el niño, intentando que no se cayeran las piezas de chocolate que había en la bandeja.
-Gracias, a partir de aquí ya puedo yo- dijo reclamando la bandeja.– Por cierto, ¿cuántos años tienes?
-Catorce años.
-¿Catorce años? No los aparentas.- si, vale, a pesar de que aquel año cumplía quince, seguía pareciendo un renacuajo de doce.
-Ah... bueno... ¿cómo te llamas?- pregunté cambiando de tema
-Paul.
-Pues yo también, qué casualidad- me sonrió y se fue. Caminé un poco tras él, hasta que se perdió en la masa de gente que corría por los pasillos.
Llegué a una puerta hecha de un cristal fino y de varios colores, donde terminaba el dibujo de la pared, que representaba una firme enredadera de un verde oscuro con los bordes dorados envolviendo a un dragón. Entré y había una alfombra roja y larga que llegaba hasta tres tronos hechos de oro, esmeralda y rubí. Unas cortinas blanquecinas tapaban una terraza y se movían con la brisa nocturna, dejando ver una mujer de pelo recojido y oscuro que tenía un vestido largo y amarillo. También era elfa. Fui hacia ella y le pregunté sobre Libra ya que nadie me decía por qué estaba en aquel libro. 
-¿por qué lo preguntas?-dijo desconfiada. Le contesté que lo vi en el libro, justo dos páginas antes del poema. Se sorprendió un rato al mirarme y observar que era un humano pero al fin y al cabo, empiezó a contármelo todo con gran detalle:
-Libra, no es un mito ni una leyenda que quizá podría ser verdad o quizá podría ser mentira. La historia de Libra sí es real.- cerró los ojos y tras un largo suspiró me dijo que me sentara. Me senté en un taburete alto, en frente de una mesa redonda de madera de caoba.
-¿Quieres tomar algo?- preguntó una señora.
-Sí, por favor, un zumo de... lo que tengáis.- dije dubitativo y al poco tiempo la señora volvió y me dió en un vaso un líquido que iba cambiando lentamente de color.
-Libra no es un mito ni una leyenda que puede ser verdad o no, ella es real. Hace tiempo tenía el deseo de ser madre y  aquel día en esta misma terraza lloraba por aquel deseo que creía imposible por ser una mujer estéril. Miraba al cielo desesperada. De tantas estrellas que había se contemplaba una hermosa y mucho mas brillante que el resto, desvié un momento la mirada hacia el suelo y cuando volví a mirar al cielo la estrella no estaba allí. Abrí mis manos porque sentía un pequeño cosquilleo en mi mano izquierda y contemplé la estrella, aún más brillante que nunca y más hermosa. Me sorprendí y en parte me asusté. La dejé allí, por si eran imaginaciones mías y me fui a dormir. Al día siguiente me levanté y fui a mirar si la estrella seguía allí, pero en lugar de una magnífica estrella lo que encontré fue una niña pequeña y un papel con letras doradas que decía "Por orden de los dioses debes cuidar a esta humana con toda la sabiduría del reino. A los doce años humanos volverá a subir al cielo." Fue confuso y me asusté, pero así lo hice, la eduqué entre libros y la traté como si fuera mi verdadera hija, aunque ella sabia que yo no era su madre. Cuando cumplió los doce sopló las velas de su tarta y en cuanto se apagaron, se transformó en pequeñas mariposas blancas que subieron al cielo y se convirtieron en Libra, la constelación. Intenté reclamarla, pero me enviaron una nueva carta de letras doradas, decía que me la darían en la próxima guerra, que sería cuando un humano que nos sacaría de ella llegase a Zodíaco, y ese humano eres tu. Pero en realidad la intención de los dioses era que se quedase en la Tierra- hace una pequeña pausa.
-Entonces...¿estoy aquí sólo porque queréis recuperar a Libra?
-No, estás aquí porque.... Es... difícil de explicar.
Empezaron a sonar unas campanas de una torre cercana y arriba se escuchaba un hombre gritar.
-¡¡TODOS A LA SALA DE CEREMONIAS POR FAVOR, EN POCO TIEMPO SERÁ LA FIESTA!!-La mujer se levantó y se puso una corona, por lo que supuse que es la reina.
-Acompáñame- dijo- a la sala de ceremonias.
Llegamos a la sala, donde había un cartel con enormes letras escritas "Fiesta conmemoración de la llegada del humano". ¿El humano? ¿Era un bicho raro para ellos? ¿Un espécimen sin nombre propio? Había mucha gente que probablemente me considerara también así.
Pasamos toda la noche bailando—yo en realidad comiendo—hasta que cada uno se fue a su casa. Con las manos en el bolsillo de mi sudadera gris me dirigí hacia la puerta. Querían que me pusiera un traje pero me negué. Antes de marcharme cogí uno de los pastelitos que había en la salida, dos puertas oscuras y enormes con líneas doradas abiertas de par en par y caminé distraído.
-Lo siento- ahogó una chica al comprobar que me acababa de estampar mi pastelito contra mi sudadera al chocar conmigo.
-Da igual- murmuré limpiandome con una servilleta que me ofrecía ella. Tenía la misma ropa que Saura y el mismo arco. Su pelo se ondulaba por encima de los hombros y sus ojos oscuros me miraban disculpándose- ¿sabes a dónde tengo que ir?
-Eh...- miró mis orejas y se percató de que no era elfo- ¿Eres mago?¿Por qué no tienes el uniforme?
-Porque no soy mago- respondí ofreciéndole una sonrisa de boca cerrada, la cual me devuelvió y cogí otro pastelito- soy "el humano".
Abrió los ojos sorprendida y me guió hasta una habitación.
Una cálida habitación con cuadros de jarrones, flores y carros. Parecía ambientada para un chico y había una lámpara que colgaba del techo hecha de planetas.
-Estaré vigilando por el pasillo, si me necesitas búscame- dijo.
-¿Podrías decirme tu nombre?
-Leaila- contestó- pero puedes llamarme Lea.

Se marchó y me senté en la cama, que era increíblemente blanda, como una nube de algodón. Me puse un pijama que me habían dejado hacía poco y me acosté en la cama. Entre el cansancio y la comodidad, fui cayendo en un profundo sueño. Que agradable sensación. La hechaba de menos.
Deseé volver a casa, a la normalidad, a mi mundo. Deseé que todo aquello hubiera sido un sueño, pero no. No había sido un sueño.

El libro de Doragon. #EWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora