Saura
Ellos fueron por Élcormuns, yo sin embargo, tenía que recoger mi arco y la espada de Lea en una de las sedes de la Guardia de las Estrellas. No deberían haber votado por fabricar una cabaña con todo el armamento, no, no deberían. Salté de tejado en tejado, buscando con la mirada los pocos estables que había, pero me equivoqué y uno de los tejados se rompió y caí a dentro de la cabaña. Por cierto, nunca saltéis sobre un tejado de paja.
-...esos son los planes de Hallef.- escuché a un chico justo cuando el techo se rompió. Caí en una esquina de la cabaña y dolió. Dolió mucho.
-Auch- solté. Había dos hombres y uno de ellos desenfundó un cuchillo. El otro tenía el pelo corto lleno de rizos dorados y me miraba como con cara de: "¿es enserio?"
-¿Quién eres?- me dijo el que había sacado el cuchillo. Tenía una cicatriz desde la frente hasta el labio, pasando por el borde de la cara. Eran muy parecidos, pero éste tenía unos rasgos más duros. El que estaba hablando antes no paraba de mirarme.
-¿Qué te importa quien sea yo?- dije. En cuanto abrí la boca supe que había metido la pata.
En tres segundos me puso el cuchillo en el cuello y el otro simplemente se rió.
-Parece ser que nuestra visita se las da de lista.
-Déjala David, no tiene la culpa de ser una bocazas- dijo el otro.
-¿Y qué quieres hacer con ella?¿Soltarla y que diga lo que sea que ha oído?
-No- dijo el otro y David sonrió- nos la llevamos, seguro que pagarán algo por ella.
-Así me gusta Theo, aprendiendo facetas criminales- dijo David. Me sacaron de la cabaña con las manos atadas y nadie sospechaba. En esa parte era muy común. Me dieron un golpe en la cabeza con algo duro y frío y lo último que recuerdo es un dolor en la cabeza...Recuperé la consciencia. Estaba en un sótano, o eso creía. Las paredes parecían de cimiento, estaba frío y había corrientes de aire. Me habían dejado sobre un colchón sucio y con una manta. No había nada más, solo se distinguía oscuridad, ni siquiera una sola vela. Se abrió una trampilla en el techo y bajó uno de ellos, traía comida.
-Toma- dijo, puso la bandeja en el suelo y la deslizó hacia mi dándole una pequeña patada. Él comía una manzana roja.
-¿Qué miras?- me dijo. Se fue y pensé que, la verdad, no era para nada feo. Si no estuviese encerrada probablemente pensaría en su pasado, en los posibles sucesos por los que quizás había terminado formando del bando sato. Pasaron, minutos, o puede que horas, el caso es que el tiempo pasaba. Nadie entraba, ni siquiera la luz. Se iluminaba una esquina por las finas líneas que dejaba la trampilla para entrar.
Caminé a oscuras por ta habitación, solo por mantenerme ocupada. Necesitaba hacer algo. Busqué grietas en las paredes, puertas, cualquier cosa. Necesitaba salir de allí. Apoyé la espalda en la pared y me quedé mirando la trampilla. Busqué en el suelo algo para hacer palanca, o para tirar, lo que fuese, pero no había nada. Llegué a la trampilla y empujé, pero no cedía. Estaba desesperada, asustada, ba que alguien entrase, necesitaba saber si me iban a matar. Seguí buscando algo, tocando las frías paredes de cimiento, sintiendo el ruido fuera y hasta pensando que quizás nunca más lo volvería a escuchar. Faceta mía, esperarme siempre lo peor y dramatizar hasta la última palabra.
Pasó poco tiempo, o quizás fue mucho, no tenía reloj. Me senté en el colchón, sin fuerzas y afiné el oído, justo en el momento en el que alguien tocaba a la puerta.Las paredes eran de hormigón, pero el techo de madera, lo que me permitía mirar a través de algunas escasas juntas que estaban separadas.
Pude ver a una chica, que vestía demasiado elegante para el lugar en el que estaba.
Su vestido rojo y blanco desentonaba en el ambiente de aquella casa polvorienta y vieja –por no decir, con una persona secuestrada–. Detrás de ella, entró un hombre-cuervo, cuya boca era un pico encorvado y grisáceo, y sus manos estaban sucias. De hecho, alguna pluma crecía en el medio de su pelo y si algo daba miedo en él, sin duda eran sus ojos. David hizo una reverencia sin ganas, pero Theo ni siquiera se agachó.
-¿Qué haces aquí?– preguntó él.
-Quizás deberías guardar algo de respeto a tu reina, ¿no crees Corvus?- el hombre emitió un sonido desagradable en forma de afirmación. Una risa muy fea.
-Yo no tengo reina- respondió Theo y ella se rió- y menos a ti. Eres una deshonra para los orígenes de Sateus, ¡para los orígenes de la gente que tan solo añoraba la libertad! Hallef y tú ensuciasteis el significado de lo que era ser un sato y lo convertisteis en algo a lo que la gente teme. ¡La gente como tú me asqueáis...!
-Theo, ya basta- le susurró David y lo agarró del brazo.
-¿Terminaste? Sinceramente, me da igual, ¿verdad, Corvus? Yo, esa persona del tipo que tanto asqueas soy de los altos cargos y tú, una alimaña cuyo trabajo es el de cazarrecompensas, no eres nadie. Acostúmbrate, ahora los que tanto asco te damos mandamos.
-¡Tú no nos mandas Melody!- dijo Theo y se escuchó un portazo.
Se abrió la trampilla.
-Theo, ¿¡pero que haces!?- gritó David.
-No pienso cumplir una orden más de esa loca. ¡Si nuestro abuelo se unió a los satos era para acabar con los trapos sucios de la monarquía de Zodiaco! Y ahora solo quieren guerras y conquistas inútiles...
-Pues cálmate, porque esas conquistas nos mantienen vivos- dijo David y subió al piso superior.Theo entró en el lugar en el que estaba yo y me encogí. Enfadado daba miedo.
-Escúchame- murmuró- vamos a huir, tú y yo, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Me dejarás ir con vosotros.- dijo serio. «¿Esto es una broma?», pensé.
-¿Qué?- dije. «¿Por qué quiere venir? Será una trampa?»
-Me dejarás ir con vosotros. Necesito huir, lo que hacen los satos desde que Hallef está al mando es... horrible. La cantidad de gente a la que arrestan y la que matan es absurda. No quiero matar a nadie más por motivos tan incoherentes como los suyos.De todas formas, no tenía otra opción. O me arriesgaba y ganaba o perdía en el intento.
Y así es como el chico de pelo rubio y ojos marrones que me había arrastrado hasta una habitación oscura y cochambrosa, se había unido a nuestro grupo y sí, llámame tonta, pero su forma de actuar y la cirxunstancia en la que vivíamos, hizo que rápidamente empezase a gustarme. Yo nunca fui una persona enamoradiza, pero por algún motivo con él si.Nadie puede explicar el sentido del amor, porque lo divertido de este es eso; el sinsentido que conlleva, el sacrificio y el valor de querer a alguien sólo porque tu interor te lo pide.
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El libro de Doragon. #EWA
FantasyEra un día normal, como siempre, aburrido, por azares del destino fui a casa de mi abuela donde me entrego un gran libro: El libro de Doragon. Era solo un libro, común a la vista, sus misterios lo adornaban y muy antiguo parecía. Un polvillo lo...