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Genial no era la palabra adecuada para describir cómo me encontraba en ese momento. Era increíble cómo en un momento me había venido abajo tan fácilmente y de la manera más sencilla.

El hecho de recordar a mi hermano, desaparecido por cierto, ya que no sabía nada de él desde que se había ido de casa, había hecho que recordase otros acontecimientos que no eran buenos para mantener el buen estado de ánimo que tenía junto a Ian.

Siempre había sido propensa a venirme abajo recordando datos y fechas que no tenían nada que ver los unos con los otros. Nada tenía algo en común, pero me venía todo de golpe. De frente. Y así era yo, y así me encontraba, caminando lo más rápido que podía hacia mi habitación para poder soltar todo ese cúmulo de tristeza y tensión que iba creciendo a cada paso y a cada recuerdo que aparecía en mi memoria.

Abrí mi puerta tapándome la boca para poder silenciar el sollozo que se escapó antes de tiempo y cerré con la otra mano, un tanto fuerte, la puerta de mi habitación. Ni me molesté en cerrarla con pestillo, me tumbé boca abajo en la cama y con una almohada bajo mi cara, solté todo.

Solté la despedida de mi hermano, tan fría y vacía, la ausencia de información sobre él, la muerte de mi abuelo unos meses atrás, la soledad que sentía al estar sin mis padres, incluso lloré por el perro que murió un año atrás.

Me levanté y me dirigí hacia el armario y saqué la sudadera de Josh. Se la había robado un día que hacía mucho frío en casa y cuando me vio con ella puesta, tras una discusión de hermanos y un pique, terminó por abrazarme y decirme que me la regalaba. La verdad es que siempre había querido esa sudadera, pero nunca me la había dejado, hasta que la cojí sin su permiso.

Más lágrimas.

Me la puse y fue inevitable no aspirar su colonia. Tan conocida para mi cuerpo, que sin quererlo, otro sollozo se escapó de él, y era tan poca la fuerza que habitaba en mí que me fue imposible no caer. Me apoyé contra el armario y recogí las piernas hacia mí, cada vez que me encontraba en estas situaciones hacia lo mismo, me sentía protegida. Yo misma me protegía de esa manera, ya que nadie estaba para hacerlo por mí.

Unos minutos más tarde tras estar en esa posición, me levanté y me fijé el algo que brillaba bajo mi cama. Me acerqué con los ojos doloridos de tanto llorar y saqué la caja que relucía a través de la ligera luz que traspasaba la ventana. Cuando la tuve sobre mis piernas, la abrí con cautela, no sabía qué podía encontrarme. Abrí los ojos y me daba igual el dolor ocular que sentía, de nuevo esa necesidad de expulsar todo volvió a mí. Dentro de la caja se encontraban fotos con mi hermano, con mis padres, con mis abuelos, con mi perro, con mis amigos...Había olvidado la existencia de esas fotografías. Después de verlas una por una y llorarle a cada una de ellas por diversas razones, dejé la caja sobre mi mesa de estudio y decidí que ya era suficiente. Mañana sería otro día. Me sequé las lágrimas que aún resbalaban sobre mis mejillas y me encaminé hacia el cuarto de baño para quitarme todo rastro de rímel que quedase en mi cara.

Abrí el pomo de mi habitación y según iba hacia el baño, me di cuenta que no debía de haber hecho eso. Ian se encontraba enfrente, y en cuanto sus ojos hicieron contacto con los míos,  pude ver cómo su rostro se desencajó un poco. Sería pena, ya que no es difícil reconocer que una persona ha estado llorando hasta hace unos minutos.

-¿Estás bien? Qué digo, sé que no lo estás. Ven aquí-Y antes de que pudiera reaccionar Ian me había atraído hacia él y me había envuelto con sus brazos en un abrazo totalmente familiar.

No me esperaba ese gesto tan cariñoso por parte del chico duro que tenía conmigo, pero era agradable.

Llevé los brazos a su cuello y lo rodeé con todas mis ganas, de la misma manera que lo hacía con mi hermano cada vez que me encontraba mal. Cuando aspiré su aroma, me di cuenta que me resultaba familiar, y no fue hasta que lo apreté más contra mí cuando me di cuenta que su aroma, era el mismo que el de mi hermano. La colonia impregnada en la sudadera que llevaba puesta era la misma de la que estaba rociado Ian. Me resultó inevitable, de nuevo, volver a llorar por él. Y sin saber que se podía, Ian me apretó más contra él. Me acarició el pelo y me susurró dulcemente que nada pasaba, que todo estaría bien, que él estaría conmigo para superarlo.

EXCHANGE #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora