18. El ángel del amanecer

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La tarde había caído en Isla Bool. Tras un largo y pesado almuerzo a base de mangos, frutos secos y baozi, el Equipo Extend estuvo reunido con Frogmon y Kamemon durante varias, largas horas.

Fue una sobremesa de pocas palabras. En varias ocasiones comían algo con el único pretexto de no mencionar lo que había ocurrido aquel día. Buchumon se quedó dormido nada más terminar de comer, y Wickmon se limitaba a mirar el fuego en el que habían calentado los baozi, sin enterarse de nada a su alrededor.

Finalmente, Kamemon se levantó de golpe para romper un poco el hielo.

— ¡Ya está bien, kame! ¡No podemos quedarnos aquí moviendo los labios! ¡Yo me voy al continente a buscaros ayuda, kame!

— ¡Pero es muy peligroso ir por ahí solo, kero! Deja al menos que te acompañe. Yo también puedo nadar, kero, que no se te olvide.

— De verdad que me sabe mal... — dijo Eli — pero es que ninguno de nosotros está en condiciones de nadar hasta allí.

— ¡No te preocupes, kame! — Kamemon le dedicó un entusiasmado saludo militar — Volveremos en cuanto podamos. ¡No os daremos la espalda, kame!

— ¡Cuidaos mucho! ¡Y no comáis de las bayas rojas, kero!

— Ya lo sabemoz... dan dolor de eztómago. Bueno, graciaz, ¡y buena suerte! Sketchmon, ¿no te despidez? ¿Sketchmon...?

Sketchmon no estaba con ellos. Se había cansado del aburrimiento, así que intentó rodear la isla, pero acabó desorientándose y se adentró en la selva. Allí vivió toda una aventura para avanzar, liándose entre los arbustos y dando con telarañas. En algún momento se quedó pasmado mirando las copas de los árboles, sin ver por dónde pisaba, lo que le hizo tropezar, con la mala suerte de que justo después había una pequeña cuesta hacia abajo.

Terminó de rodar por la cuesta poco antes de llegar a un gran precipicio, donde se podía ver la puesta de sol. Cuando Sketchmon se levantó, dio un pequeño grito al encontrarse a Devimon sentado en el borde, mirándolo.

— ¿¡QuéQuéQué haces tú aquí!?

— Eso debería decirlo yo, ¿no te parece? Yo vine porque me apetecía estar solo.

— Oh, claro... entonceeees... ¿no vas a hacerme nada?

— No.

— Oh... vale. Pues, hasta luego, supongo.

Sin contestar, simplemente volvió a mirar la puesta de sol, haciendo caso omiso al robot. Luego dirigió la mirada hacia abajo. De repente la idea de caer por aquel precipicio había adquirido una nueva magnitud: la gravedad se encargaría de que llegara al suelo de una forma bastante violenta. Ya no recordaba la última vez que algo así le hubiese preocupado. Llevaba tantos años acostumbrado a saber volar que ahora la idea de tener que vivir con los pies pegados al suelo le parecía una tortura.

— Oye... ¿estás bien?

— ¿Por qué no te has ido? ¿No ves que quiero estar solo?

— No me he ido porque quiero saber si estás bien... y sí, lo veo, es sólo que me parece rarito...

— No, no estoy bien. Me acaban de quitar las malditas alas. Y... las razones para seguir adelante. No sé qué ves de "rarito" en que no quiera hablar con nadie.

— Hombre, también es verdad que seguir adelante no es muy buena idea — Sketchmon se acercó al precipicio e hizo una trayectoria parabólica con la mano en el aire — ¡Niiiiiiooooommm! Pum. Acabarías hecho una tortita.

— Estaba hablando en metáforas...

— Yo también — con suma confianza, Sketchmon se sentó a su lado como si lo conociera de toda la vida — Si sigues adelante con esa cara tan tan tan laaarga, cualquier día te vas a ver rodando por los suelos, como yo hace dos minutos y cincuenta y cuatro segundos.

Digimon Extend I: La leyenda de los niños cambiantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora