Primeros combates en la liga

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En el cielo de Kanto un joven surfeaba las nubes subido sobre su Pidgeot. La sensación de adrenalina y libertad que invadía a Satoshi era indescriptible; su pelo y su ropa pujaban hacia atrás, sus ojos picaban por el viento, de a ratos la visión se le nublaba y era entonces cuando el chico cerraba los párpados, abría sus brazos y se dedicaba solamente a sentir. La conexión que había logrado con sus pokemóns lo estaba uniendo cada vez más a sus propias emociones y experimentar sensaciones tan profundas con todos sus sentidos era un regalo del cual su humanidad poco a poco había estado arrebatándole, pero ya no.

Narra Satoshi.

Desde lejos pude visualizar la llama de Moltres arder sobre el estadio de batalla. Me sentía feliz de saber que Citron y Melody cuidaban ahora del bien de las aves legendarias junto a la policía local y algunos amigos y pokemóns que se habían sumado conforma corría la noticia.

Aterricé frente al centro pokemón, llevaba prisa por anotarme y ofrecerle un descanso a mis compañeros mientras llamaba al profesor Oak para que pedirle que transportara a alguno de los pokemons que había enviado al rancho puesto que las primeras rondas serían de tres contra tres y no podía aparecerme sólo con un Pidgeot agotado de tanto volar y un Pikachu. Si bien esa había sido mi estrategia durante este viaje, no podía cometer errores en la liga.

Un par de manos taparon mis ojos por la espalda mientras una voz femenina me pedía adivinar el nombre de su propietaria. Eran suaves y cálidas, al igual que la voz, por lo cual no me costó saber de inmediato de quién se trataba.

—¡Giselle! ¿Cómo has estado?

—Gusto en verte, Satoshi. ¿Viniste solo?

—Si. Buenos días, señor Blaine.

El viejo se rió mientras me dedicaba un gesto con su mano levantando su pulgar. Junto a él había un muchacho delgado y muy bien vestido. Su rostro me resultaba muy familiar.

—Oye, yo te conozco —dije señalándolo con un dedo—, tú eres...

—Hola Satoshi —me cortó éste último—, me alegra que me recuerdes ¡Soy Joe!

El chico que habíamos conocido en el instituto donde vi por primera vez a Giselle enarbolaba una enorme sonrisa frente a mi mientras colocaba su brazo izquierdo sobre los hombros de la muchacha.

—¿Lo conoces? ¡Es mi futuro yerno! Un gran muchacho, ¿no?—contestó Blaine emocionado. Demonios, ya no podría hacer chistes para enojarlo.

—¿Ya te anotaste? —preguntó la chica.

—¡Si!

Ésta última afirmación desató todos los cavos pendientes y pasamos a conversaciones vanales donde ellos me relataron sobre sus experiencias en Alola mientras que yo les comentaba algunos por mayores de la experiencia que adquirí durante todos mis viajes desde que partí de pueblo Paleta hace seis años.

La tarde llegó cargada de emociones, yo no era el mismo que había copetido la primera vez en la meseta añil aquella vez, y venía decidido a demostrarlo. Una parte de mi afloraba en vergüenza por ser de los entrenadores de mayor edad presentes en aquel sitio a la vez que me dolía saber que posiblemente mi victoria sería el final del sueño de alguno de ellos... ¿Qué sería mejor, ganar a duras penas indicándole al entrenador contrario que él estaba a la altura de su oponente o hacerlo de manera aplastante demostrando las mejores técnicas que había desarrollado en Sinnoh y Kalos? Quizás con la segunda opción podría borrar esa sensación amarga de haber estado tan cerca e indicarle al otro que que aún había mucho por crecer, yo lo hubiera preferido así... ¡Pero que soberbio estaba siendo! ¿Quién me había dicho que pasaría de la primera ronda? Lo mejor sería ir con todo mi poder, de otra forma estaría mientiéndole a mi adversario. No iba a enviar un Charizard desobediente esta vez, debía jugármela a la segura.

El nuevo intento de AshDonde viven las historias. Descúbrelo ahora