2. Malas noticias

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 Hikaru estaba mirando por la ventana, la que daba al interior del pueblo. Había pasado una semana desde la fiesta y Kidou aún no llegaba. Pero sus recomendaciones no se habían hecho esperar: Endou había reanudado la construcción de la muralla y se había enviado a un diplomático para que hablara con Argos para conseguir. Éste volvió con una decepción más. Nada había cambiado.

Pero no quería pensar en ello. Se aferraba a su nuevo amuleto como si lo hubiera llevado toda la vida y recordaba lo gracioso que había sido encontrarse en el suelo de su casa, con la cama totalmente desmontada y Tenma durmiendo a sus pies. Al parecer, la borrachera hizo que el pobre castaño se aferrara demasiado a su mejor amigo. Ninguno de los dos recordaba cómo habían llegado a casa.

—Hikaru, ¿nos vienes a ayudar con lo de la muralla? —Era Ichiban, que, ya de buena mañana, se dirigía a la construcción—. Nos vendrían bien un par de manos más.
—¡Desde luego!

Se puso ropa para trabajar y siguió a su amigo hasta el pie de la colina, donde la muralla empezaba a tener buena forma y altura en esa zona. Allí también estaban Midorikawa, Goenji y Kazemaru trabajando, entre otros adultos que cargaban piedras enormes.

Después de unas horas de seguir las órdenes de Goenji, todos hicieron un descanso. Fue cuando Hinano y Tenma aparecieron. Tenían toda la pinta de haber estado en el campo de entrenamiento, pues estaban sudados y polvorientos.

—Me tienes que prometer que en unos días te pasarás por la academia. —Eso fue lo que Hikaru interpretó como "Buenos días"—. ¡Quiero enseñarte muchas cosas!

Hikaru agarró su amuleto y no dijo nada, solamente asintió. El amuleto no le podía proteger de Tenma y su energía, por desgracia.

Mientras descansaban todos, Hikaru se distrajo y empezó a mirar al horizonte. Las montañas del norte, en este caso. Le gustaba mirar las colinas llenas de árboles, y la pequeña llanura que se abría al pie de Tirea. Uno de los caminos a la ciudad se escurría entre los árboles al otro lado de la llanura. Precisamente en ese camino se fijó Hikaru.

—Mirad, viene alguien —comentó sin mucho ánimo, al principio. Todos callaron unos instantes, para observar. El propio Hikaru reconoció la capa de viajero de Kidou—. ¡Es Kidou! ¡Ya ha vuelto!

Todos se levantaron de golpe y saludaron con la mano al viajero, que aún le quedaba toda la llanura para caminar (unos cinco minutos a paso ligero), y se alegraron de ver que Kidou les devolvía el saludo.

—Sí que has tardado, Kidou —se avanzó Goenji, para abrazarle—. ¿Qué ha hecho nuestro estratega por el mundo?
—Conseguirnos ayuda —contestó, correspondiendo el abrazo—. Veo que la muralla avanza de nuevo.
—El consejo no dudó cuando recibimos tu información.

Los mayores tenían un deber extra: los jóvenes como Hikaru no debían saber nada de la predicción de Delfos. Por eso la conversación resultaba distendida y relajada... y llena de enigmas. Hikaru, con lo inocente que era, no se dio cuenta, pero Tenma no pudo reprimir su curiosidad. Esperó a que Kidou decidiera ir a la sala del consejo para decir a todos:

—Me llevo a Hikaru al campo de entrenamiento, es hora de empezar a ponerle en forma.
—No me lo machaques mucho, que luego no moverá una sola piedra aquí —le replicó amistosamente Midorikawa.

Ichiban e Hinano se miraron. Los mayores estaban demasiado ocupados en sus mentes para darse cuenta del truco de Tenma, pero ellos sí. Por fin iban a tener respuestas.

Tenma casi arrastró a Hikaru por el centro de la ciudad hasta la academia, y luego se escurrieron por un callejón y acabaron en el edificio del consejo. Kidou justamente entraba.

—¿No íbamos a la academia? —preguntó inocentemente Hikaru.
—Sssht —intentó callarle, con el dedo. Hablaba en susurros—. Hoy vamos a saber por qué Kidou llega tarde y todo eso de acelerar la muralla.
—No deberíamos...
—¡Sshhtt! No hables tan alto. Vamos.

Hikaru no se quejó de nuevo, pero empezó a ponerse nervioso. Tenma tenía mucha habilidad por escurrirse como el viento y ser sigiloso, pero Hikaru destacaba como el Monte Olimpo entre los llanos de Tesalia (1).

El castaño consiguió hacer entrar a los dos en el edificio sin que nadie les viera. Había dos antesalas antes de llegar a donde Kidou y los ancianos hablaban, pero había varias formas de llegar hasta allí. Una de ellas era a través de los salones y los almacenes de comida. Aoi estaba allí.

—¡Chicos! No deberíais estar aquí.
—¡Ssht! Lo sabemos —dijo Tenma con cara de travieso. Hikaru seguía temblando como una hoja—. Queremos saber a qué viene tanto revuelo. ¿Tú no sabes nada?
—No, ¡porque no quiero que me echen de la ciudad!
—Bah, exagerada...

Tenma cruzó el umbral hasta la sala del consejo casi a gatas. Aoi refunfuñó algo y decidió no saber nada del tema. Hikaru quedó obligado a seguir a su compañero, pues ya no se acordaba de cómo salir del edificio.

—Ahora, silencio, ¿vale? —le advirtió el maestro del sigilo.

Lo bueno de haber entrado por ese lateral fue que se toparon con una mesa de piedra, un sitio ideal para esconderse. Hikaru notó los pasos de Kidou extremadamente cerca y tuvo un escalofrío, pero el escondite era bueno. El estratega saludó al consejo y a Endou, que también estaba allí.

—Hemos hecho lo que nos dijiste —empezó un miembro del consejo—. Aceleramos la construcción de la muralla y mandamos diplomáticos a hablar con Argos, aunque no consiguieron nada.
—Es inútil hablar con Argos ahora mismo. He conseguido que Corinto y Tebas se alíen temporalmente entre ellos y con nosotros.
—¿¿Qué dices?? —saltó Endou—. ¡Pero si son enemigos de Argos! ¡Nunca accederían a protegernos!
—Lo harán —sonrió perspicazmente, y con los brazos cruzados—. He descubierto algo muy importante: Argos ha olvidado a sus dioses. Acaparan todo el poder y riquezas que pueden sin ofrecer nada a cambio ni agradecerlo al Olimpo. Cuando llegué a Tebas en busca de ayuda, un mensajero estaba explicando a su gobierno una predicción del Oráculo de Delfos. Y decía algo así como "en el sur gobierna el caos, los dioses han desaparecido", cosas parecidas.
—¿En qué nos afecta a nosotros?
—Dije de dónde venía exactamente y expliqué qué estaba haciendo Argos. Tebas hizo que ese mismo mensajero me acompañara a la ciudad de Argos. Por el camino, llegamos a Corinto y la situación era casi idéntica. Allí, el Oráculo había predicho la llegada de un cataclismo y el orden divino tendría que luchar contra el caos. Ante la coincidencia, el mensajero de Tebas y yo nos presentamos y explicamos todo. Corinto quiso saber la verdad y envió su propio mensajero.
—Y fuisteis a Argos.
—Sí. La ciudad tiene sus templos abandonados y saqueados y el pueblo está sometido a la fuerza. Argos quiere volver a los malos tiempos.
—Entonces... el "gigante" de nuestra predicción... ¿era esa alianza? —preguntó otro consejero.
—Es muy posible. Pero es cuestión de tiempo de que Argos se entere de nuestra traición. Sus tropas vendrán a por nosotros...

Tenma y Hikaru se miraron. La guerra. Eso era lo que ocurría. Con razón el de pelo morado temblaba tanto. Luego el otro chico se asomó para ver a la gente de la reunión.

—¿Dónde está Endou?
—Te-Tenma... —le avisó congelado de miedo Hikaru.
—¿Qué pasa...? ¡Oh! —se asustó cuando se giró de nuevo.
—Sí, "oh". —Era Endou, sonriendo con mala leche—. Sois unos críos entrometidos.

Los cogió a ambos de las ropas y casi los arrastró al centro de la sala, interrumpiendo la reunión.

—Por lo visto les gusta saberlo todo —soltó, sin cambiar esa cara extraña.
—Tú hiciste lo mismo hace unos años, Endou, no les culpes —sonrió Kidou. Su habilidad para desacreditar a su amigo era espectacular.
—Eh, ¡no nos riñas entonces! —replicó Tenma, enfadado.
—Endou, sácalos de aquí —ordenó el consejo, hastiado.
—Claro.

Mientras los tres salían del edificio, aún se pudo oír a Kidou decir "pero sigo sin saber qué quiere decir lo de la tormenta de estrellas".

—Endou... tengo miedo —confesó Hikaru, cuando soltó a ambos en la calle.
—Lo sé. Todos lo tenemos. Sufrimos por nuestras familias.
—Así que un miedica tiene el amuleto familiar.

Los tres se giraron hacia la plaza. Un chico de pelo gris, seguido de uno con el pelo rosa, ambos envueltos en capas con capucha, se acercaban a ellos con mala cara y posición amenazante.

—¿Quién eres? ¿Y de qué hablas? —cuestionó Tenma, defendiendo a su mejor amigo—. ¡Hikaru es el indicado para el amuleto! Y tú también tendrías miedo si te tocara luchar de la misma manera que tu familia murió.
—Eso no lo sabremos hasta que los dioses hagan justicia. Soy Shindou Takuto, descendiente de Odiseo y de Sísifo. Soy el último de mi linaje y ese amuleto me pertenece. Es adecuado para mí. Más que para un miedica, seguro.

Hikaru, que hasta entonces estaba escondido detrás de Endou y Tenma, salió al encuentro de su familiar.

—Yo soy Kageyama Hikaru. También soy descendiente de Sísifo.
—Lo sé.
—Es costumbre mostrar hospitalidad a los viajeros. Deja que te invite a ti y a tu compañero a mi casa.
—Por lo menos tienes los modales de la familia —admitió el viajero.

Con eso había ganado un poco de tiempo. No sabía cómo su familiar querría disputarse el Amuleto Alado, pero no le iba a dejar en la calle mientras se le pasaba el miedo. Y de paso, buscaría una solución en la que ambos quedaran contentos.

Tenma y Endou siguieron a los otros tres, expectantes, intentando saber a qué venía todo aquello. Además, el otro encapuchado de pelo rosa no se había presentado, era un completo desconocido. Pero se sabía que, en la familia de Kageyama, antes se ofrecía un lecho que un nombre.

Los cinco entraron a la casa de Hikaru, justo al otro lado de la plaza. Los dos amigos de Hikaru se quedaron con cara de malas pulgas en la sala de estar (2). Hikaru guió a los visitantes hacia una habitación de invitados, la única que tenía, que estaba en el fondo del edificio, al lado de la cocina.

—Lo siento, solamente tengo esta habitación para vosotros.
—No será problema —comentó secamente el de siempre. El tipo de pelo rosa aún no había abierto la boca.
—Dejad las cosas del viaje y vayamos a hablar en la sala de estar —les dijo Hikaru, con todo el aplomo posible. Realmente seguía temblando.

Hikaru se avanzó hasta donde estaban sus amigos, y al cabo de medio minuto aparecieron los invitados. Ninguno de los dos llevaba la capa puesta, ni los bastones encima. Llevaban ropa marrón claro para viajar, pero nada más. El desconocido que no se había presentado destacaba ahora como un faro para los navegantes. Sus ojos de color cian destacaban especialmente con su pelo rosa, pero más aún destacaba un círculo raro, laberíntico, que llevaba tatuado a un lado de la cara y parte el cuello. Tenía un colgante con el mismo símbolo (3).

—Bueno, contadnos quienes sois —se apresuró Endou a preguntar, antes de que se le notara la sorpresa por el símbolo tatuado del chico misterioso.
—Yo ya me he presentado. Soy descendiente de la casa de Odiseo. Mataron a mi familia hace unos meses y me echaron de mi propia casa. La mala suerte acecha a todos los descendientes de Sísifo desde su castigo (nota 3 del capítulo anterior). Supongo que aquí al cobarde le habrá pasado algo similar.
—Así es —contestó Endou por su discípulo y amigo—. ¿Y él?
—Es Kirino Ranmaru. Es hijo de Hécate.
—E-espera... ¿la diosa hija de titanes? —quiso aclarar el de pelo morado, atónito—. ¿Señora de la magia y la naturaleza?
—Así es —habló Kirino, por primera vez—. Estos símbolos son la marca que lo prueba. Quisiera saber a qué dioses rendís culto en Tirea.
—A Hera, principalmente —explicó Endou—. También honramos a Poseidón y a Afrodita.
—Pues no parece que os oigan mucho —replicó el pelirosa, sin siquiera matizar una sonrisa—. Son dioses venerados en Argos. He oído que allí han renegado de todos ellos. Posiblemente los dioses tomen represalias contra todos vosotros.
—¿Qué culpa tenemos? —se quejó Tenma, enfadado.
—Nos estamos yendo del tema —dijo, firme, el otro viajero—. Quiero mi amuleto. Quiero restablecer mi poder en mi casa y echar a todos esos bastardos que la ocupan.
—¡Pero entonces yo...! —saltó Hikaru, sin atreverse a decir lo que pensaba: "Moriré".
—Hikaru tiene que entrar en combate pronto —añadió Endou, de brazos cruzados—. Si no lleva el amuleto, la mala suerte de vuestra familia se lo llevará a él también. Y me figuro, viajante, que eres hábil en la batalla y Kirino te protege con su magia.

Shindou quedó algo aplacado. Tenía varias opciones, y ninguna de ellas implicaba abandonar el amuleto que le pertenecía. Pero no le gustaba arriesgar la vida de su familiar, aunque no le conociera de nada. Podía ser el único que le quedara.

—Propongo una competición atlética. El que gane más pruebas, se queda el amuleto.

Los tres amigos se miraron entre ellos, con cara de preocupación. Hikaru era bueno en esas cosas, pero algo les decía que el viajero de pelo gris tenía trucos bajo la manga por enseñar.

—No me queda otro remedio que aceptar.
—Bien. En dos días, en la llanura al pie de la ciudad. Iremos a inspeccionar los alrededores hasta la noche.

Sin dar más tiempo a contestar a Hikaru y sus amigos, los dos viajeros salieron de la casa.

—No te preocupes, Hikaru, ¡vas a ganar! —le animó Tenma—. Aunque estos viajeros son muy misteriosos...

Los tres salieron de la casa. Endou hacia la sala de reuniones, para ver de nuevo a Kidou, y Tenma y Hikaru hacia la muralla de nuevo. A lo lejos se podía ver a los viajeros observar todo lo que su vista les mostraba.

Cuando llegaron a la muralla, Ichiban tuvo que preguntar. De hecho, el resto también estaba expectante.

—¿Qué habéis estado haciendo tanto rato?
—Es largo de contar... —se disculpó Tenma, con una sonrisa incómoda.

Entonces pasaron los viajeros. Miraron de reojo a los trabajadores en la muralla, y algunos de ellos, como Goenji, hicieron lo mismo.

—Empieza por ellos —le pidió precisamente el rubio.

Hikaru dejó que su amigo hablara. Se le habían pasado las ganas de hablar con toda la angustia sobre la guerra y ahora otra vez sobre el amuleto. Prefería estar en silencio y mirar el cielo un rato. Oyó como Tenma explicaba la historia de Shindou y su amigo, el hijo de Hécate. Y lo de la competición. Algunos no se creyeron eso de la magia, pese a los supersticiosos que eran con sus propios dioses. Luego, Tenma encadenó esa historia con su expedición a la sala de reuniones y lo que habían averiguado.

—¿Que vamos a la guerra? —saltó Ichiban, dejando su normal compostura a un lado. No era el único que se empezaba a quejar—. Pe-pero... Si no somos nada... ¡Somos una mota de polvo! ¿Cómo se supone que...?
—Tranquilos todos —alzó la voz Goenji, sentado encima de la muralla en construcción—. Nos hemos estado preparando para esto. Por eso Kidou ha estado lejos tanto tiempo. De hecho, esa alianza no es la única sorpresa que nos tiene preparada. Kidou siempre tiene algo más.

Kazemaru y Midorikawa se miraron preocupados. Tenma lo vio. Ni los mayores estaban seguros de todo aquello. Iba a ser una masacre, lucharan con quien lucharan.

Prácticamente el resto del día lo pasaron haciendo hervir el caldo de la angustia. Y ni Goenji y su firmeza lo pudo controlar.

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Notas:

(1): Si buscáis en un mapa de la Grecia clásica, encontraréis Tesalia y el Monte Olimpo en la zona centro-norte del país. Esta metáfora la pongo porque Tesalia es una de las pocas zonas llanas de toda Grecia (de la que mi abuela siempre decía: "Dios creó el mundo, y con las cuatro piedras que sobraron hizo Grecia") y la cordillera norte de Tesalia es donde está el Monte Olimpo.

(2): En la Grecia antigua, la mayor falta de respeto que existía era no ofrecer hospitalidad a alguien, aunque fuera tu enemigo acérrimo. Por otra parte, los invitados a la casa nunca podían pasar de la sala de estar, que era la primera habitación a la que se llegaba nada más pasar del vestíbulo. Únicamente invitados especiales y los propietarios podían acceder a las habitaciones privadas, las cocinas y los almacenes.

(3): Si buscáis en google "hécate símbolo" veréis un montón de imágenes. Con la primera de todas vale para saber el tatuaje de Kirino.  

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora