15. Mentiras

65 9 0
                                    

Lejos de aquella laguna del deseo, el grupo de soldados y cazadores volvía al campamento espartano con sus prisioneros. Éstos habían estado callados y sin quejarse durante todo el viaje, pese a que los espartanos les habían increpado, insultado y humillado varias veces. Hiroto no era capaz de mantener orden entre los suyos y los tireanos eran aún menos importantes en esa escena.

—Son despreciables incluso siendo los de rango más bajo —renegó Goenji, que siempre era el primero en quejarse de los espartanos.

—No busques pelea —le advirtió Kidou.

Hikaru estaba ausente de esa escena. Se había pasado un buen rato intentando sacar la lanza enemiga de su escudo. Necesitó la ayuda de Kariya para deshacerse del arma. Y, al final, resultó que había recibido una herida superficial en la zona abdominal, un arañazo que sangraba poco. Tenma le ayudó a ponerse una venda provisional mientras no se ponían en marcha, pero Hikaru fue sufriendo esa maldita herida enana durante todo el viaje.

Primero él, molesto por el rasguño, y luego Tenma. Era el segundo amigo que perdían ambos, pero era Tenma quien lo sentía más en sus carnes. No estaba acostumbrado a ver caer a sus amigos, aun sabiendo que seguían vivos. No podía dejar de pensar en cómo estaría y no podía esperar a saber quién era esa ninfa, pues su intuición le decía que había sido una trampa preparada por los arcadios.

—¿Es la de Ichiban? —le preguntó Tsurugi, acercándose al afligido.

—Lo es.

Se refería a la lanza del desaparecido. La perdió cuando resultó herido y cayó al agua. No había sido capaz de dejarla allí ni de soltarla en todo el viaje. La conservaría hasta que le volviera a ver, con vida y con su posado serio de siempre.

Tsurugi nunca fue experto en las emociones, pero sabía qué era ver cómo un compañero se alejaba de su lado. Fue todo el rato al lado de Tenma y, en las pocas pausas que hicieron, le tocaba el hombre con compasión. En la última pausa, el tireano se derrumbó y se dejó caer sobre el pecho de Tsurugi, sin llorar, sin cerrar los ojos, solamente... derrumbado.

—Volverá. Está a salvo con esa ninfa.

—¿Quién me lo asegura?

—No era una criatura malvada. Seductora, pero no malvada. Apuesto lo que quieras que deben estar haciendo cosas prohibidas allí donde esté su casa.

—Con lo inmutable que es Ichiban, no sé yo si lo habrá conseguido —sonrió, casi sin querer.

—Oh, vamos, ¿ya no recuerdas vuestra estancia en el Olimpo? Ninguno de vosotros pudo resistir esa belleza—se rio, algo más suelto.

—También tienes razón —acabó Tenma. Recordar el Olimpo también era recordar a Hinano. Procuró no mostrarse afectado, por una vez que Tsurugi hacía algo por él—. Gracias.

Fue débil y casi imperceptible, pero sonrió. Esos ánimos le resultaron suficientes para terminar el viaje de vuelta al campamento.

Cuando por fin llegaron, no hubo risas ni burlas. La tropa caminó en silencio hasta Cleómenes, que se irguió imponente. Hiroto tenía un posado muy similar, igual de duro y sin ganas de cobrarse ninguna venganza por las burlas. La suya había sido una gesta a tener el cuenta.

—¿Son arcadios? —preguntó el rey, con un saludo breve y sin contemplaciones.

—Nos emboscaron, pero los cazadores los atraparon.

—¿Alguna baja?

—Una, tireana.

—Lo siento —hizo una breve pausa. Pese al desprecio que parecía tener hacia todo el que no fuera un soldado espartano hecho y derecho, una vida era una vida, y lo lamentó—. Debemos interrogarlos. Lo dejo a tu cargo. Es tu oportunidad.

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora