10. La larga marcha

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Los bosques se mostraban insolentes ante el paso lento y cansado de los guerreros. Hikaru se miraba los árboles con cierto recelo, claro que después de la última excursión fuera del mundo mortal, ¿quién no recelaría de todo? Hasta los árboles podrían tener sorpresas. Cuando pasaron cerca de unos fresnos, Kariya sorprendió a Hikaru:

—¿Conoces el cuento de las "melíades"? —preguntó, sonriendo de forma algo macabra, pero contenida.

—Son esas criaturas sangrientas, ¿no? —dedujo Hikaru, mirando a su alrededor. Tenma e Ichiban se acercaron a escuchar—. Si es así, no quiero oírlo.

—Pues deberías. Las melíades son muy reales. Todos vosotros lleváis armas con sus espíritus.

Ahí sí que se perdieron los tres. Tenma le instó a hablar, pero fue su compañero Tsurugi el que empezó a contar la historia:

—Las melíades son las ninfas de los fresnos (1). Son las más antiguas de toda su familia y se remontan hasta los gigantes, incluido Orión, pues son hermanos entre ellos.

—Entonces no pueden ser nada buenas —le replicó Ichiban, buscándole las cosquillas al cazador.

—Pues no lo son —siguió Kariya, sonriendo como si estuviera drogado, acercándose mucho a Hikaru—. Mmm... ellas son tan libres... traen la guerra a los humanos y se deleitan con la sangre de los caídos. Al final, las lanzas hechas de sus propios árboles vuelven a su origen, a la tierra. Acércate a una melíade y no volverás a ver otro color que el de la sangre fresca.

El grupo entero se estaba empezando a quedar atrás por culpa de las dudas de Hikaru. Pensaba que sus amigos no se daban cuenta de que estaban caminando entre fresnos y que en cualquier momento aparecería una melíade para segar su vida.

—Hace mucho tiempo que no sabemos de la existencia de nuestras hermanas —dijo Tsurugi en otro tono—. En estos tiempos en los que los humanos ocupan más espacio que la naturaleza, probablemente se hayan tenido que esconder y abandonar sus antiguos bosques. Pero sé con certeza que al oeste del Peloponeso aún existen rastros de las acciones de estas ninfas. Sería un bonito reencuentro.

Hikaru y Tenma se estremecieron, haciendo resonar todo su armamento. Eso llamó la atención de los mayores, que instaron a los rezagados a correr un poco más.

Delante del todo, Fudou observaba a su dolido compañero Fubuki rebuscar entre los árboles alguna señal de peligro o de presencia de alguna otra constelación. Aunque los cazadores podían moverse bajo su forma estelar, conservaban su forma humana por respeto a los tireanos y para no perderles de vista. Aunque ellos se conocieran los caminos, probablemente no sabrían de los peligros, y el perro era el más fuerte de todos los presentes, así que era buena idea usarlo de explorador.

Fudou no pudo evitar mostrar una mueca de desagrado, recordando la ascensión del hermano de Fubuki.

—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó a Kidou, que estaba justo detrás de él, hablando con Goenji.

—Claro, ¿de qué se trata?

—Creo que eres el más sensato, cauteloso y organizado de todos los que estamos aquí, hasta tienes ayuda divina, así que necesito que cuides de Fubuki y del resto si me pasa algo.

—¿Por qué debería pasarte nada? Eres un cazador, y prácticamente inmortal, además.

—Lo sé, y me encanta serlo —dijo, con un atisbo de sonrisa, pero desapareció rápido—. Pero tenemos un punto débil.

Ambos se avanzaron unos pasos para que el resto no notara la preocupación de Fudou.

—Es una de esas constelaciones que aún andan sueltas, ¿verdad?

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora