27. El Olimpo (parte III)

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Hikaru ya había estado una vez en el Olimpo, pero en cuanto echó una ojeada fuera de la enorme sala por la que ya habían entrado la vez pasada, siguió alucinando. Aquel sitio era tan majestuoso, tan pacífico, tranquilo, que se tenía que hacer un esfuerzo muy grande para recordar que por culpa de ellos su mente estaba dañada.

El simple hecho de pensar «Zeus tiene la culpa» en ese sitio hizo que se le revolvieran las entrañas.

—¿Estás bien? —le preguntó Kariya, mientras los otros despertaban.

—No lo sé.

Hikaru sintió los ásperos dedos del cazador entrelazarse un poco con los suyos. No del todo.

—Los dioses no son nuestros amigos. Ni nuestros líderes. Son nuestros jefes. No necesitan tener consideración con nosotros si no lo desean.

—Son egoístas.

—Son muchas cosas, la mayoría malas. Pero solo la mayoría. Ellos me han llevado a ti por un castigo que nos impusieron.

Sólo entonces Hikaru dejó de mirar el palacio de los dioses y giró la cabeza hacia el cazador. Quizás la energía divina del Olimpo sólo necesitaba una excusa para introducirse en Hikaru y hacerle cambiar de parecer (temporalmente). Le sonrió como cuando sonreía antes de empezar esa larga misión para los dioses.

El resto del grupo se acercó a ver el paisaje de los dioses, murmurando maravillas igual que Hikaru. Tenma obligó a todos los jóvenes, incluso a Kirino y a Shindou, a abrazarse.

—¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos terminado! ¡Y estamos todos bien!

Hikaru no creía que nadie pudiera decir aquello en su máxima expresión, pero estaban todos juntos y a salvo. Con eso le valía.

Los mayores (que ya sólo eran Goenji y Kidou) tuvieron que poner en orden a los jóvenes cuando la mensajera Iris, tan ligera de ropa como siempre, se presentó ante ellos. Los cazadores murmuraron entre ellos algo sobre que Ártemis no había llegado al Olimpo por el mismo camino, o estaría con ellos.

—Bienvenidos, humanos y estrellas. Bienvenido de vuelta, Taiyo, hijo de Apolo. Os están esperando a todos en palacio.

Igual que la otra vez, Hikaru anduvo con armadura y todo bastante incómodo por la cuesta. Al parecer, todos los humanos allí presentes estaban en el mismo aprieto. A Iris siempre le mecía el viento porque siempre estaba volando, así que su única prenda se movía sin parar y revelaba todo lo que había debajo si coincidía con un mal ángulo.

Pero además, ahora también estaba Taiyo, que iba a un lado del grupo. Hikaru podía oler el aroma divino y también le volvía un poco loco. El único que no se molestaba en ocultar esa sensación que todos sentían era el afortunado Hinano.

—Me alegro de que volvamos a ser nosotros —suspiró Iris, sin girarse a mirarles—. Por fin puedo sentir mi esencia volviendo a ser la que era. Probablemente ya la notéis.

—¿Notar? —preguntó Tenma.

—Cada dios transmite una sensación distinta. Se suele repetir en muchos, pero cada dios olímpico tiene una. A mí me suelen decir que doy la sensación de mantener la calma en situaciones de tensión. Por eso me hacen ir a buscaros cada vez. Consigue calmaros.

Hikaru recordaba que la vez pasada estuvo bien (a excepción de su horrible excitación hacia esa diosa) hasta que llegó al palacio de los dioses. Allí el miedo le embargó. ¿Sería eso lo que transmitían los Olímpicos?

Por otro lado, podía sentir el calor del día viniendo de Taiyo. Le miró, y probablemente no fue el único. Era una sensación parecida a la del sol de media mañana, cuando aún no provoca un calor horrible. Era muy agradable.

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora