25. Una ayudita de Ares

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El pequeño campamento se levantó temprano. Nada más rayar el amanecer, el sol pegó con fuerza en la llanura y no hubo manera de seguir durmiendo. Por suerte, eso les convino mucho: un cuerno sonó en la lejanía.

—Tiene que ser el ejército corintio —señaló Kidou.

—Entonces deberíamos movernos antes de que empiece el combate —decidió Fudou—. ¿Qué hay del Escorpión?

—Espera al acecho en las montañas, pero está ya muy cerca de la ciudad. Se ha movido mientras descansábamos —informó Taiyo, que ya volvía a tener el aura luminosa.

El grupo no se anduvo con parlamentos. Recogieron sus cosas, acabaron de apagar el fuego, tomaron sus armas y se pusieron en marcha a paso ligero. Iba a ser un día duro.

Hikaru miró varias veces a Kariya, esperando que él le pillara. El cazador estaba alerta por si el escorpión se veía rodeado y se lanzaba al ataque, así que no tenían ocasión de encontrarse. El tireano se sentía fatal por lo ignorante y poco sensible que había estado el día anterior. Quería decirle que él también le quería, que había sido su apoyo en la mayor parte del viaje, quería hacerle entender que era igual de importante para él, y le mortificaba estar rodeado de soldados listos para la batalla haciendo todos esos ruidos infernales con las armas.

El darse cuenta del sonido del metal entrechocando provocó que no pudiera dejar de pensar en ello. Enseguida empezó a sudar, y pronto los recuerdos le asaltaron. No eran ni mucho menos tan destructivos como hacía unos días en el bosque, pero le seguían provocando temblores. Y se estaban dirigiendo a algo peor. ¿Qué haría cuando entraran en batalla? ¿Cómo reaccionaría cuando el estruendo del metal se multiplicara exponencialmente por el combate? No podría huir. No sabía lo que pasaría con él.

Andar metido en su cabeza hizo que se olvidara de mirar al frente. La ciudad de Elis estaba ya relativamente cerca. Se podían ver sus murallas, algo deterioradas por ataques recientes, y todo su alrededor chafado. El río circulaba con calma al sur de la misma, cargado de agua de todos sus afluentes de las montañas. Vadearlo era imposible hasta por lo menos quinientos pasos a la redonda, lo que le daba protección extra ante ataques de ejércitos sureños.

Las montañas se habían alejado ya, y habían dejado pasar el paisaje marino, en la lejanía, y un montón de tiendas hacia el noreste. Un ejército estaba plantado delante mismo de ellas, preparándose para marchar.

—Allí están, por fin.

—Parece que van a ser tantos como los espartanos.

El ejército empezó a marchar sin ellos. Aceleraron el paso para llegar a su encuentro antes de que el ejército de Elis saliera en defensa de su ciudad.

—Kariya, avisa a quien sea el general del ejército de que vamos —ordenó Fudou.

Kariya le miró, echó un ojo por un instante a Hikaru, y luego usó sus poderes para multiplicar su velocidad. El tireano se sintió a medias entre aliviado y arrepentido.

El grupo vio a los corintios frenar su formación y prestar atención a Kariya. Éste ya se quedó allí, y el ejército con el que estaba no parecía tener ganas de entrar en batalla inmediatamente. Eso dio tiempo a los habitantes de Elis para formar su línea de batalla, aunque estaba dispuesta en dos grandes bloques el uno detrás del otro. Algo que a Hikaru nunca le habían enseñado en Tirea.

—¿Qué hacen? —preguntó.

—Tiene que haber un buen motivo por el que hayan metido ese grupo delante del todo. Fíjate, es más pequeño que el de detrás.

—Podrían ser jabalineros —comentó Goenji—. Peltastas. Se dice que los usan mucho para ataques fugaces y una retirada a tiempo detrás del ejército pesado.

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora