3. Magia divina

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 Era por la tarde. Shindou y Kirino habían explorado la ciudad y sus alrededores. ¿Qué buscaban? Algún tipo de conexión del lugar con Hécate, o con la familia del peligris. Alguna forma de saber qué ocurría en casa de Shindou mientras ellos no estaban.

—Estoy cansado. ¿Volvemos a la casa del chico? Aquí no hay casi influencia de Hécate —propuso Kirino.
—Vale. La única manera que veo de ver qué ocurre en mi casa es usar tu magia sobre el amuleto.

Shindou caminó por delante del hijo de la diosa, decidido a ir a por Hikaru, pero luego aflojó de nuevo el paso, porque sabía que ese crío nunca se quitaría el colgante. Kirino se puso a su lado entonces, cuando ya casi entraban en la casa.

—Sigo pensando que no es buena idea que veas lo que pasa en tu casa. No puedes hacer nada. Deberías olvidarte de ello y empezar una nueva vida —"Conmigo", pensó en decir, pero se lo calló.
—¡Ni hablar! ¡Es mi casa, maldita sea! Esos cerdos...

Shindou apretó los puños, se contuvo, y entró a casa de Hikaru más calmado. Ambos fueron rectos hacia la habitación de invitados, en silencio. Ni cenar ni nada.

Kirino cerró la puerta con cuidado. Estaba preocupado por Shindou, pero estaban solos, de nuevo, en un sitio cómodo y sin pasar frío. Sonrió apaciblemente.

—Siento haberte gritado —dijo Shindou, que se había tumbado en la cama y miraba al techo.
—Tranquilo, no pasa nada. Te entiendo —respondió él, sentándose encima del afligido—. Te tendrías que relajar —le susurró a continuación, mientras se inclinaba encima y se quedaba a unos milímetros de sus labios, con una sonrisa juguetona y unos ojos cariñosos—. Relájate...
—¿Qu-qué haces? No es lugar para... Kageyama nos va a...
—¿Quieres que use mis poderes para predecir si alguien nos interrumpirá? —preguntó, sin moverse un centímetro, con esa misma sonrisa—. Pues no, nadie lo hará. Estamos solos. ¿Sabes? Echo de menos esos días en los que no dudabas dos segundos en arrinconarme contra una pared sin importar quién hubiera delante... Nunca te tuve que pedir que me hicieras tuyo... ¿debería empezar ahora? —Kirino amplió su sonrisa, porque ya sabía que lo que venía, sin usar los poderes. Provocar a Shindou se le daba especialmente bien.

El peligris, acorralado, provocado y ahora excitado, no pudo aguantar más y tumbó al mago a la cama, poniéndose él encima. Cuando vio la sonrisa de satisfacción de Kirino se sonrojó por haber sido tan predecible, pero eso no le detuvo. Ese cuello tan blanco y fino fue atacado a besos y pequeños mordiscos.

—Ah... mmm... —gemía el pelirosa mientras se reía de forma traviesa, como quien recibe un agradable castigo. Entonces notó la mano de su chico meterse por debajo los pliegues de su ropa—. Mmm... que poco has resistido.

Los pliegues se deshicieron y la clámide (1) dejó de ser un obstáculo entre el hambre de Shindou y el cuerpo de Kirino. El peligris quedó totalmente encima de él, solamente para inmovilizar a su novio y empezar a besarle más allá del cuello, en el pecho. Se sonrojó, pero también sonrió, cuando notó que ambos estaban ya duros. Estaba tan excitado que... que... simplemente se dejó llevar y le quitó toda la ropa que quedaba de un golpe mientras acallaba las quejas de Kirino con besos.

—¡No vale! Yo también quiero que mis ojos se deleiten con tu cuerpo —se quejó, con una mirada atrevida.
—Pues atrévete a quitarme la ropa... nunca lo has hecho —le replicó con el mismo tono Shindou. Uno ya no podía distinguir quién mandaba en esos momentos.

A Kirino le entró la timidez de golpe. Le daba mucha vergüenza hacerlo y siempre se acobardaba un poco. Además, el listo de su novio jugó un truco sucio: mientras Kirino se decidía, él se quitó casi toda la ropa, provocando cierta tentación en el mago y, de paso, solamente dejarle la opción de quitarle el quitón (2). Las manos le temblaban (en especial porque sabía que Shindou miraba con curiosidad) cuando empezó a bajarle la ropa y se topó con el miembro de Shindou. Se sonrojó más y le quitó la ropa todo lo rápido que pudo.

—¿Co-contento? —maldijo, algo malhumorado por tener que pasar esa vergüenza.
—Pues sí —admitió Shindou—. Pero te voy a recompensar.

Y Kirino no se volvió a quejar, más bien agradeció a los dioses ese tacto y ese placer divino que sentía cuando su novio jugaba con sus pezones y cuando movía su miembro con esa constancia...

Justo al otro lado de la puerta, el dueño de la casa estaba temblando, no sabía por qué, pero temblaba. Se sentía un espía, pero no podía apartar la mirada de la rendija que dejaba la puerta entreabierta. Se sentía un pervertido, pero también estaba excitado.

Sin saberlo, Hikaru estaba cumpliendo la pequeña profecía del hijo de Hécate. No, nadie interrumpiría lo que estaba ocurriendo en esa habitación, pero no dijo nada sobre quién los espiaría. "Contrólate, Hikaru. Contrólate.", se repetía a sí mismo, sin siquiera pestañear por miedo de hacer ruido.
Un buen guerrero sabe mantener la compostura y contener sus ansias y emociones. (3)

Esas eran palabras de Endou que básicamente querían decir que no podían tener una erección fuera de casa. "Pues yo ni soy guerrero, ni estoy fuera de casa", replicó mentalmente. No podía creer que esa escena llena de gemidos y de crujidos de la cama le estuviera poniendo tan duro y húmedo.

Decidió irse justo en el momento pleno. Por miedo a no poder controlarse y para que no se notase que había estado allí.

Cuando se encerró en la habitación, en silencio, claro, se dejó caer en la cama.

—Uau, tengo una pareja en mi casa... —Y lo dijo con emoción reprimida. Él deseaba tener pareja también. Había oído que, en Creta, si un joven era raptado por una persona más mayor y más rica, se podía considerar muy afortunada y encima era colmada de regalos... además del sexo. Hikaru se sonrojó al pensarlo—. Yo también quiero que me rapten...

Cazadores del Mar Celestial [Inazuma Eleven Go]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora