Capitulo 10

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Abrí los ojos con dificultad. De poco en poco, los colores y formas comenzaron a cobrar vida. Mis hermanos y Becca se encontraban parados al frente de mi cama mirándome con ojos preocupados.

—¿Cómo te sientes?—Liam se acercó hasta mí, tanto que pude ver el color almendra de sus ojos.

—Como si me hubiera atropellado un camión, se fuera de reversa y lo hiciera de nuevo.—mi voz sonó ronca.

—Puedes faltar a la escuela mañana, si quieres.—Adam se abrió paso entre Becca y Aron.—Le diremos a mamá que estás enferma.

Un balde de agua helada recorrió mi columna, haciéndome estremecer.

—¿Mamá sabe que regresó?—pregunté aterrada.

Sentía el pánico apoderándose de mi cuerpo, traté de incorporarme pero lo único que conseguí fue otro dolor de cabeza.

—Tranquila.—Aron me hizo recostarme de nuevo.—Ella no sabe, y no tiene que saberlo.

—¿Por qué volvió?—la voz de Becca sonaba chillona.—¿Sabe dónde viven ahora?

—No.—dijo Adam cortante.

—¿Qué haremos ahora?—pregunté.

—Mientras se mantenga alejado de ti, no haremos nada.—Aron me ayudó a incorporarme hasta sentarme en la cama.—Le diremos a mamá que te sientes mal.

Asentí.

—Será mejor que me vaya.—mi amiga me abrazó.—Cualquier cosa, no dudes en llamar.

Apreté mis brazos contra su cuerpo.

—Claro.

Me dio una débil sonrisa y salió de mi habitación. Mis tres hermanos se quedaron en silencio, hasta que oímos el sonido de la puerta principal cerrándose.

Liam fue el primero en hablar.

—Te dejaremos descansar, Mac.—miró a Adam y a Aron, y les hizo un gesto con la cabeza.—Vámonos.

Los tres salieron de mi habitación, sus pasos se alejaban cada vez más hacia las escaleras. Aún podía escuchar los murmullos y preocupación de mis hermanos.

Me puse de pie y caminé hasta la puerta, empujé el pomo para cerrarla cuando la voz de Liam me detuvo.

—La orden de restricción no lo detuvo, y nada lo hará.—podía escuchar la agitación en el tono de su voz.

Cerré la puerta. No quería escuchar más, había creído que mi pesadilla estaba lo más lejos posible de mí. Pero estaba equivocada, sin embargo, sospechaba que algo me ocultaban. Algo que estaba segura de que no querrían que por nada del mundo me enterara.

(...)

Los chicos le habían dicho a mamá que tenía fiebre y me quedaría en casa, por lo que no hubo problema en eso. Antes de que se fuera al trabajo, me dio un beso en la frente y se fue a vender más casas como la mejor bienes raíces que es.

Me había hecho un omelette de queso y jamón, mirando un aburrido programa en la tele. Mi celular había estado sonando repetidas veces, mensajes y llamadas de mis hermanos.

—¿Segura que te sientes bien?—apenas podía escuchar la voz de Adam debido al ruido de tantos chicos.

—Estoy bien, Adam.—dije irritada, era la cuarta vez que me llamaba en tan solo media hora.—Deberías de concentrarte en las clases, en vez de estarme marcando cada cinco minutos.

—Auch, ¿y ese humor, querida hermana?—rió.—¿Es ese tal Andrés del que todas las chicas hablan?

Bufé.

—¿Quién es ese tal Andrés?—replicó enojado.—Juro que si se acerca a ti, lo dejaré sin hijos.

—Adam...—empecé.

—Si tienes razón, eso sería irse a los extremos. Una nariz rota estaría bien...

—¡Adam!—lo corté.

—¿Qué? ¿También muy drástico?

—Adam, no existe el tal Andrés.—tomé aire.—¡Por favor, déjame ver el maldito programa tranquila!

—Si, lo siento Mac.—dijo apresurado.

Nos quedamos unos segundos en silencio.

—Te marcaré en cinco minutos.

—No, Adam. No marques.—colgué.

Al poco tiempo volvió a sonar mi celular, tomé el aparato furiosa y contesté.

—¡Te dije que no me marcaras, Adam!

—Vaya, hola princesa.—la voz de Nathan me sobresaltó.—¿Se puede saber por qué faltaste hoy?

No le respondí.

—¿Hola?

—¿Cómo conseguiste mi número?—dije cortante.

—Yo te hice una pregunta.—podía notar la diversión en su voz.

—Estoy enferma, ¿de acuerdo?—fingí toser.—¿Ves? Ahora dime cómo demonios conseguiste mi número.

—No hace falta la agresión, nena. Becca me lo dio.

Mierda.

—Bueno, me alegra que llamaras pero estoy algo ocupada.—puse el celular entre mi hombro y el oído—.Tengo que...

—¿Te gusta jugar bolos?—me interrumpió.

—¿Qué?—dije con una voz que apenas reconocí como mía.

—Que si te gusta jugar bolos.—repitió.

Dudé en contestarle por unos segundos, pero finalmente lo hice.

—Nunca he jugado.—y siendo honesta, no me interesa el boliche. Quise decirle.

—Genial, pasaré por ti en media hora.

—No puedes salirte así nada más de la escuela sin...

Colgó.

Mis 3 idiotas y yo© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora